¡La que ha liado la película de Damien Chazelle! Para no ser prolijos, pero planteando el debate en sus justos términos: ¿os acordáis del célebre “La fama cuesta”? ¿Os acordáis de “La fama cuesta y aquí es donde vais a empezar a pagar con sudor”?
Pues cambiad el mundo del baile por el del jazz y, al sudor, añadidle un buen caudal de lágrimas… y varios chorreones de sangre. Porque el profesor de música interpretado por J.K. Simmons es un letal cocktail que combina y agita al mítico sargento de hierro interpretado por Clint Eastwood con aquel otro memorable sargento, el Hartman de la devastadora “La chaqueta metálica”, dirigida por Stanley Kubrick.
“Whiplash” es una película que plantea una apasionante cuestión: ¿es la célebre y acomodaticia expresión “buen trabajo” una invitación al conformismo y a la mediocridad? ¿Puede el “buen trabajo” estar privando al mundo del arte, la música, la literatura y la ciencia del desarrollo del auténtico y del verdadero genio?
Es decir, si un profesor detecta una especial habilidad en un alumno, ¿hasta qué punto debe presionarle para que alcance la excelencia que está más allá del talento? ¿Dónde está el límite?
En el caso de “Whiplash”, el alumno en cuestión, interpretado por Miles Teller, es un joven baterista de jazz que consigue ingresar en una de las escuelas más prestigiosas de Nueva York. Y será allí donde conozca y se enfrente al Profesor, uno de esos personajes que, vilipendiado por muchos espectadores debido a la grotesca imagen que proyecta en pantalla; se te clava en la retina desde su primera misteriosa aparición y ya no la abandona hasta el final de la película. De hecho, tras el The End, su poderosa calva, sus enérgicos ademanes y hasta su forma de quitarse la chaqueta se quedan bien fijados en la memoria cinéfila del espectador.
Como aficionado al cine, me gustó la película. Mucho. No me parece una obra maestra, pero sí es un apreciable ejercicio cinematográfico que, a través de su metraje, plantea cuestiones que me interesan. Un filme que capta mi atención y me mantiene imantado a la pantalla. Secuencias poderosas, imágenes potentes y diálogos para el recuerdo. En concreto, dos de ellos son clave: el de la comida familiar a la que asiste el joven baterista con su padre, sus tíos y sus primos futbolistas; y la charla con el Profesor, fuera de la escuela.
Tras el despliegue de energía de muchas de las secuencias, esos momentos de charla, aunque no exentos de tensión, sirven para ponernos en la rampa de despegue de la última, larga, compleja y emocionante última secuencia de “Whiplash”.
Ahora bien, como escritor y creador, como amante del arte, de la música y del jazz y si aceptamos que el medio es el mensaje; “Whiplash” es una terrible película que podría desanimar a cualquier familia a introducir a sus vástagos en el mundo de la música. Que sería extrapolable al de la pintura, la escritura creativa o el deporte, por supuesto.
Llegados a este punto, deberíamos hablar de las célebres 10.000 horas. Pero como ya hemos sobrepasado las 500 palabras y, seguramente, estarás cansado de leer en la pantalla, lo dejamos aquí. De momento. Porque, obviamente… ¡seguimos!
Jesús Lens