¿Cómo afrontar, en pleno siglo XXI, la adaptación cinematográfica de uno de los grandes clásicos de Shakespeare, como es “Macbeth”? Sobre todo teniendo en cuenta que el drama ya cuenta con películas magistrales, dirigidas por genios como Roman Polanski, Orson Welles o el memorable “Trono de sangre” de Akira Kurosawa.
El director Justin Kurzel afronta esta nueva versión de la historia del rey de los escoceses aposentándose en dos pilares: la interpretación y el acendrado realismo de la ambientación, a la vez que el juego con el cromatismo, la iluminación y la fotografía.
Todo lo que a estas alturas podamos decir sobre Michael Fassbender es poco. Hoy por hoy, es uno de los mejores actores del mundo, si no el mejor. Su recital en “Macbeth” solo puede ser superado por una obra maestra como “Steve Jobs”, una película en la que el guion le permite un especial y extraordinario lucimiento.
Le secundan, de forma igualmente brillante, una desasosegante e intensa Marion Cotillard y los muy adecuados y efectivos Sean Harris y Paddy Considine, perfectamente ajustados a unos papeles muy, muy complicados. Porque recitar a Shakespeare no está a la altura de cualquiera.
Y luego está todo lo referente al diseño de producción, desde el arranque de la película, en pleno campo de batalla. Una batalla cruda y despiadada, en la que puedes sentir el choque de cada espada y cómo saja la carne humana. Y, tras la batalla, las Brujas. Las Infames, como las llama Macbeth. Que tampoco es fácil presentar en pantalla a unas brujas medievales… y que el espectador se las crea. Los bosques, amenazantes. Los ríos, purificadores. Las nieves, que hielan el espíritu de los espectadores. Los castillos, que oprimen desde sus sólidos muros. Las tiendas de campaña, que no protegen… todos los elementos al servicio de la narración.
Y está lo teatral de la historia, por supuesto. Las secuencias siguen un orden preciso, separadas por lo que pueden parecer cortes muy abruptos en los que las elipsis hacen avanzar la trama a una acción endiablada. No hay tiempos muertos ni minutos de relleno. ¿Quién los necesita, trabajando con un material como el shakespiriano?
Extraordinarios los recursos narrativos utilizados por el narrador. Como el del bosque en llamas, para dar sentido a las profecías de las Infames. O el malogrado banquete en el castillo. Y la fotografía, con unos cromatismos que contribuyen de forma notable a potenciar las sensaciones que transmite la pantalla, con ese rojo sangre como protagonista.
Ahora bien, “Macbeth” es una película pausada en la que el texto de Shakespeare tiene todo el protagonismo, como no podía ser de otra manera. Y ya no estamos acostumbrados a un cine en el que el texto y su declamación, más allá de la interpretación, están en el meollo y son lo más importante.
Un ejercicio muy interesante de actualización cinematográfica de los grandes clásicos del teatro universal que, curiosamente, se estrena a la vez que “La novia”, osada adaptación del clásico de Federico García Lorca de “Bodas de sangre”.
Y es que, a la vista está, los grandes clásicos nunca pasan de moda…
Jesús Lens