Hoy publico en IDEAL mi columna, que habla de cine. Y de algo más. La vida, o sea. A ver qué te parece. Por cierto, ¿has visto la película de la que hablamos? ¿Y?
Hacía tiempo, mucho tiempo, que una película no provocaba tal tormenta mediática. Decenas de columnistas, articulistas y contertulios de radio y televisión hablan de ella. Y las Redes Sociales se han visto abarrotadas de imágenes, comentarios y reflexiones sobre el último film de Martin Scorsese, “El lobo de Wall Street”.
Aunque buena parte de la conversación audiovisual del siglo XXI mira a la televisión y a series como “The Wire”, “Los Soprano”, “Mad Men”, “Breaking Bad” o la más reciente, “True Detective”, una joya; de vez en cuando aparecen películas totémicas que provocan un terremoto y se convierten en acontecimiento mediático de primer orden, de forma que, si no la has visto, estás fuera de juego.
“El lobo de Wall Street” es una de ellas. Es la película que hay que ver. Sí o también. Y, después, toca posicionarse. Hace poco, por ejemplo, un antiguo político conocido por sus famosos e inverosímiles peinados escribía en su Blog personal que casi nunca iba al cine y que maldita la hora en que decidió ver “una película asquerosa y cargada de antivalores”.
A estas alturas todo el mundo sabe que la película de Scorsese, que a mí me pareció extraordinaria, como señalaba en esta reseña, cuenta la historia de un sujeto real, Jordan Belfort, un arribista que se hizo multimillonario gracias a la Bolsa, espoleando ese instinto primario que todos llevamos dentro: ¿por qué no tengo yo derecho a ser millonario y a enriquecerme en el Mercado de Capitales? ¿Por qué no puedo yo ser protagonista del Sueño Americano? Un sueño que terminó transmutado en la peor de las Pesadillas Capitalistas, como tuvimos ocasión de comprobar con el crash de la subprime y sus colaterales efectos.
Solo que Jordan, además de hacerse rico, hizo ostentación de ello. Y dio rienda suelta y notoria visibilidad a sus vicios y aficiones: drogas en cantidades industriales, sexo orgiástico con prostitutas, fiestas sin fin en las que la vejación de diferentes personas (convenientemente pagadas para ello) era la norma; accidentes de coche, barco y aviación…
La película de Scorsese que, junto a “Uno de los nuestros” y “Casino”, formaría parte de una apócrifa pero imprescindible Trilogía de la Codicia, es a todas luces excesiva, tanto en el fondo como en la forma. La cámara no para quieta un segundo, los picados y los contrapicados suceden a los travelling más vertiginosos y nos sentimos abrumados por todo lo que la pantalla nos va escupiendo; llegando a sentirnos golpeados, como si fuéramos un saco de boxeo.
Porque ese es el valor de la película: describir con pelos y señales, sin ambages, una modalidad de capitalismo salvaje carente de cualquier tipo de ética, miramiento o consideración. No creo que nadie que vea la película pueda pensar que Scorsese enaltece a Jordan y a sus acólitos, como tampoco lo hacía con los gángsteres de sus otras películas. Sencillamente, cuenta las cosas como fueron. Y no debemos olvidar que contar la realidad de las cosas ya es un acto revolucionario en sí mismo.
Jesús Lens