ENCUESTA: ¿DE QUIÉNES NOS FIAMOS?

Esta mañana, leyendo en El País el artículo «Celebración del Suplemento», de Manuel Rodríguez Rivero, me dio la ventolera de subir la nueva encuesta que tienen en la Margen Derecha, bajo el Twitter y el Facebook.

 

A la hora de elegir una peli para ver o un libro que leer, ¿a quién le hacemos más caso? ¿A los amigos, a los críticos, a los Blogs, a los amigos del Facebook o nos dejamos guiar por el instinto?

 

Un par de respuestas podemos dar, ¿vale?

 

Anímense a participar, a ver si creemos más en el Boca/oreja, en los profesionales o en nuestro olfato…

 

Jesús Lens, preguntón.   

CAMINO

No lloré viendo «Camino». No sé exactamente la razón, entré al cine convencido de que iba a ver un dramón decimonónico en que el malo de la película era la Iglesia, en concreto, una de sus sectas: el Opus Dei.

 

Por eso, nada más ver cómo empezaba el filme, en esa habitación del hospital, me quedé a cuadros. No porque la película empiece por el desenlace, algo habitual y a lo que estamos acostumbrados, sino por el tono, la serenidad y la contención con que está filmado.

 

Y ése es el gran acierto de Fesser, precisamente: no haber filmado el panfleto que «Camino» podía haber sido. El respeto, el cariño y cuidado con que está tratada la historia de esa niña enferma hace que la película sea irreprochable. No sé qué es lo que habrá fastidiado a la familia de Alexia, la chiquita en que la película está basada. Supongo que habrá sido la ficción que hace Fesser de convertir a Jesús en un niño, jugando con la humanidad y la divinidad del personaje y, por tanto, haciendo carnal ese amor tan inmenso de una personita que tuvo que ser sinceramente excepcional.

 

Y precisamente por eso, por la serenidad con que todo está contado, la película provoca tantas sensaciones en el espectador. Del goce de ver a una niña radiante y feliz a la indignación de ver cómo le van segando la hierba a sus pies, de forma sibilina, aprovechándose de su bondad, cortocircuitándole todas las vías que la chiquilla encuentra para ser feliz, desde la mera lectura de un libro de su elección a tomar parte en una representación teatral.

 

Sobre todo, porque el personaje de la hermana mayor es como una siniestra sombra de lo que espera a la pequeña Camino, en su futuro, si sigue bajo la zarpa de seda de su madre.

 

La interpretación de todos los actores, con la vitalista Nerea Camacho a la cabeza, es prodigiosa. Sin necesidad de estridencias o dramones existencialistas, sin apelar a la lágrima fácil o a histéricos conflictos entre los personajes -lo que habría servido de exorcismo para el espectador- Fesser consigue provocar sentimientos a menudo contradictorios. Por un lado, la alegría contagiosa de Camino, su entereza y su amor por su familia; impresionan.

 

Por otra parte, encontramos el estoicismo de los padres, su capacidad de aguantar los embates del destino. Un estoicismo que, a veces, provoca admiración y otras, sin embargo, resulta indignante, estomagante y angustioso, dándote ganas de saltar al otro lado de la pantalla y partirle la cara, esencialmente, al padre de Camino. Porque el límite entre la sorda resignación, la serena aceptación, la pusilanimidad y la estulticia pura y dura… es demasiado liviano.

 

O la frialdad de la hermana de la protagonista; su cara, su expresión de aturdimiento cuando Camino le dice que rezará para que también se ponga enferma y muera, ya que siente envidia porque ella pronto estará con Jesús…

 

Dos horas y media de puro cine. Un cine que no es fácil, pero que no deja indiferente. Cine de los sentimientos, de las relaciones, de las sensaciones. Tras la sorpresa que supuso, el año pasado, el triunfo en los Goya de la arriesgadísima «La soledad», de Rosales, este año ha ganado otra película a contracorriente, arriesgada y comprometida. ¿Un signo de que algo está cambiando, también, en el cine español?

 Lo mejor: Las (contenidas) interpretaciones de todos los actores, en una historia muy proclive al melodrama más facilón y sentimentaloide.

 

Lo peor: Que no sea una historia de ficción.

 

Valoración: 8 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.         

EL LUCHADOR

Descansa.

Te lo has ganado.

Eres un guerrero.

 

Marisa Tomei a Mickey Rourke

en «The wrestler».

 

 

No dudo de que Sean Penn estará imponente como Harvey Milk. De hecho, el bueno de Sean es uno de los artistas que más respeto me merecen, como actor y como director, al tener una visión del cine con la que me identifico al 100%

 

Igualmente hubiera sido más que merecido el Oscar a Frank Langella por su extraordinaria recreación de Richard Nixon, tal y como escribimos en la reseña de «El desafío: Frost contra Nixon».

 

Pero no por ello podemos dejar de lamentarnos, y amargamente, de que el Oscar a la Mejor Interpretación Masculina de este año se le haya escapado a Mickey Rourke por su papel en «El luchador». Pocas veces han estado tan ligados un actor y un papel. De hecho, sin Rourke, «El luchador» sería otra película distinta. Totalmente.

 

Desde el principio, con esos excepcionales títulos de crédito en que se hace repaso, a través de los recortes de prensa, de la historia triunfal de Randy «The Ram» Robinson para terminar desembocando en una de las imágenes más cargadas de patetismo de la historia del cine: el envejecido luchador, sentado en una silla, medio de espaldas, absolutamente roto y derrotado, después de una infame pelea de lucha libre en un antro de la peor estofa.

 

Esos grasientos pelos rubios, esas cicatrices, los estragos del tiempo, los abusos, la violencia y la vida al límite, reflejados en el careto que sólo Mickey Rourke puede prestar a The Ram. La nariz destrozada, los pómulos masacrados, los ojos hundidos… una cara que es el espejo de un alma partida y destrozada por una vida insensata y absurda… en teoría.

 

Porque muy pronto seremos testigos de la otra dimensión de The Ram. Un tipo noble, respetado por sus compañeros más jóvenes, a los que alecciona y enseña algunos trucos. Duchado y arreglado, The Ram hace partícipe al espectador de la fraternidad que se genera entre esos gladiadores de pega que son los «actores» de lucha libre.

 

Todos sabemos que el wrestling es una pantomima, una representación teatral, una ópera bufa en que los actores van ataviados con las ropas más ridículas que imaginarse pueda, adoptando rimbombantes nombres supuestamente ingeniosos y mostrando comportamientos tan desaforados como sobreactuados en escena.

 

Un Grand Guiñol que, sin embargo, requiere una dedicación plena por parte de los actores que lo protagonizan. Por un lado, han de inflar sus cuerpos de esteroides y anabolizantes, para dar la hípermusculada imagen que el público espera de ellos. Por otra parte, en el ring, han de dar espectáculo. Y ello supone protagonizar un salvaje espectáculo bañado en sangre, sudor y lágrimas; todo lo que deja visibles y perdurables cicatrices en el cuerpo y el alma de unas personas que, vestidos de calle, son anónimos currantes, ciudadanos corrientes, con sus grandezas (pocas) y sus miserias (muchas más) a cuestas.

 

Y ésa es la dimensión que más interesa al director de la película, un Darren Aranofski del que, hasta ahora, no había visto nada de su polémica filmografía: la del juguete roto que, con su dignidad a cuestas, intenta recomponer su vida, retirado del ring. Una vida complicada y difícil que terminará por convertirse en el mejor y más doloroso ejemplo de la fábula del escorpión y la rana.

 

Una gran, gran película que se erige en auténtico monumento a la estética del fracaso como actitud vital.

 

Lo mejor: los actores y la factura formal, hiperrealista, de la película.

 

Lo peor: en algunos momentos, baja de ritmo y da demasiadas vueltas.

 

Valoración: 8          

ÓSCAR 2009: ENTRE SLUMDOG MILLIONAIRE Y PE

Pues ganó Pe. Y a mí… pues me gusta, la verdad. Aunque sea muy gritona, me gusta Pe. Enhorabuena.

 

Dicho lo cuál, me alegro un montón de que la gran triunfadora de los Oscar de este año haya sido esa «Slumdog millionaire» que tanto nos gustó y de la que tan bien hablamos. El cine del siglo XXI, más que le pese a algunos. Una película en la que la música ha tenido tanta importancia como las imágenes. Y el reparto de Óscar así lo reflejan.

 

La pena, y con esto le respondo a Rash, ha sido lo de Mickey Rourke que en «El luchador» está inconmensurable, como pronto comentaremos. Sí. Hubiera preferido un Oscar al redivivo Rourke que al concienciado Sean Penn… incluso al Llangella de «El desafío».

 

Wall E se ha llevado, inevitablemente, el de película de animación y el fallecido Joker, Heather Ledger, el Oscar al mejor secundario por «El caballero oscuro».

 

Por cierto, la peli en lengua no inglesa ha sido para Japón, por «Departures», venciendo a la favorita «La clase».

 

En fin.

 

Toda la información de premiados y del transcurso de la gala, en este enlace.    

EL DESAFÍO- FROST/NIXON

La televisión todavía era en blanco y negro e Internet era una palabra desconocida. Yo estaba en el salón, viendo la tele. Y vi a un señor muy circunspecto leer unos papeles. Era por la tarde y, entonces, sólo había dos cadenas de televisión. Me acerqué al despacho de mi padre y le pregunté:

 

  • – Papá, ¿que significa dimitir?

 

No recuerdo si me lo explicó, pero su reacción al enterarse de que Adolfo Suárez había dimitido hizo que dicha palabra, dimisión, se me quedara grabada a fuego en el subconsciente como una de las más graves, serias e importantes que se puedan pronunciar.

 

Y de todo ello me acordaba viendo la excelente y atípica película de Ron Howard «El desafío- Frost/Nixon», que debería reportar a Frank Langhella un más que merecido Oscar por su interpretación del dimisionario presidente norteamericano.

 

De Nixon he oído mucho, pero saber, saber… francamente poco. Quizá es el Presidente americano con peor prensa de la historia, después de Bush Jr, obviamente. Además de protagonizar el Watergate y de hacerse acreedor del apelativo Tricky Dick (algo así como Dick el Tramposo), pasa por ser el culpable de los desmanes en Vietnam y Camboya y de haber protagonizado las peores aventuras neocolonialistas en América Latina.

 

Por si fuera poco, la (aburridísima) recreación que de él hizo Oliver Stone en la fallida «Nixon», nos lo presentó como un hombre alcoholizado, paranoico, violento y profundamente antipático.

 

De todo ello hay en «El desafío-Frost/Nixon», sin duda, pero el personaje es menos de cartón piedra, más humano, más complejo, más cercano, más entendible. A través de detalles como el de la conversación acerca de los zapatos de cordones y los mocasines italianos, por ejemplo, el personaje alcanza una dimensión impensable antes de ver la película.

 

Lo que no entiendo es porqué en vez de «El desafío», no la han titulado «El duelo», tal y como Nixon describe su encuentro televisivo con Frost, un periodista todoterreno, osado y valiente que se lanza al vacío para provocar uno de los hitos televisivos de la historia americana: una confesión pública de culpabilidad, en pantalla, de quién hasta el momento había conseguido evadir cualquier responsabilidad.

 

La película va oscilando entre las astracanadas de Frost y la seriedad de Nixon, mientras preparan el duelo, en una narración sencilla y sin complicaciones. Hasta que llegan los momentos realmente intensos de la película: las primeras charlas de los contendientes frente a las cámaras, a modo de combate de boxeo. Y, después, por supuesto, la fantasmagórica llamada nocturna en que Nixon se muestra como es, en realidad, con sus miedos y frustraciones. Hasta llegar a un desenlace tan clarividente como exquisito.

 

Que el director de blockbusters como «El código Da Vinci» se haya metido de lleno en un proyecto tan a contracorriente como éste demuestra que Hollywood puede seguir dándonos agradables sorpresas como esta «El desafío- Frost/Nixon», que no arrasará en los Oscar, pero que te reconcilia con un cine norteamericano incisivo, combativo, interesante y atractivo que, sin necesidad de pirotecnias o alardes visuales, deja un excelente regusto en el paladar.

 

Lo mejor: un inconmensurable Frank Langhella.

 

Lo peor: Que está pasando inadvertida entre el resto de estrenos oscarizables.

 

Valoración: 7

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.