Los dos impávidos
El pasado viernes llegué tarde a mi clase en ESCO. Iba justo de tiempo, que me había entretenido en el kiosco de prensa, cuando algo raro llamó mi atención. Iba sin gafas y no veía bien, pero parecían dos personas tiradas en el suelo. Al acercarme confirmé que, efectivamente, dos muchachas estaban enzarzadas en una pelea al pie de un banco de madera.
Una de ellas estaba tendida en el suelo, tirándole del pelo a su contrincante, mientras esta le propinaba una andanada de violentos puñetazos. No se andaban con chiquitas.
Lo más sorprendente era que dos chicos las contemplaban sin hacer nada, sentados sobre el respaldo del banco mientras ellas se hinchaban a palos. Solo reaccionaron cuando me acerqué, e hicieron tímidos intentos por separarlas. Las llamaban por sus nombres de pila, por lo que estaba claro que las conocían. Que eran todos amigos o, al menos, compañeros de clase, que estaban muy cerca de un instituto del barrio.
No se me va la imagen de la retina. Dos personas dándose una somanta de palos y otras dos contemplándolas como si nada. Como si fuera lo más normal del mundo. Como si no fuera con ellas. ¿Cómo es posible?
Instantes después aparecieron otras compañeras y terminaron de separar a las contendientes. No me quedé para comprobar qué había pasado ni por qué. Me pareció indecoroso. Y, sobre todo, no tenía claro que pudiera contenerme y exigirles responsabilidades a los dos impávidos espectadores que no hicieron nada por evitar la paliza en primera instancia. Preferí marcharme.
No quiero hacer sociología de baratillo sobre un episodio que supongo aislado. Lo normal, cuando paso a la entrada y a la salida de clase por el instituto de marras, es el buen rollo que se respira en el ambiente. No creo que esos episodios de violencia estén al orden del día. Y precisamente por eso me sorprende la inacción de aquellos dos muchachos. ¿Por qué no hicieron nada por evitar o interrumpir la pelea? ¿Por qué se estuvieron quietos, impávidos?
Jesús Lens