Este reportaje fue publicado, en una maravillosa doble página, el pasado domingo. Hoy está en la web de IDEAL. Si pinchas AQUÍ, lo tienes entero. No es un reportaje histórico-cinéfilo (solo) sobre el correr. He dejado fuera, a propósito, títulos míticos como “Carros de Fuego” o “Marathon Man” porque, de lo que hablo en las siguientes líneas, es del correr como necesidad vital, y no como deporte.
Por todo ello…
Esta historia comienza con Filípides, militar de profesión y primer recordman mundial de maratón, allá por el 400 AC. Pero a Filípides, lo del récord le traía sin cuidado. Él no corría por una medalla, por un premio en metálico o tan siquiera por la gloria que conlleva una carrera. Filípides corría para salvar la vida de las mujeres, los niños y los ancianos de Atenas.
Y es que, cuenta la leyenda, los helenos se iban a enfrentar a los sanguinarios persas en la ciudad Maratón, que distaba 42 kilómetros de la capital de la república. Dado el terror que les inspiraban dichos enemigos y ante la posibilidad de ser derrotados, los generales griegos encargaron a los soldados que quedaron en Atenas que, si no tenían noticias suyas antes del anochecer, mataran a las mujeres y a los niños, para ahorrarles los suplicios que les esperaban si caían en manos de los persas.
Sin embargo, los valientes griegos ganaron la batalla. Solo que, al finalizar la contienda, ya quedaba poco tiempo para la puesta de sol. Así, encomendaron a su mejor corredor una misión titánica: recorrer los 42 kilómetros que separaban Maratón de Atenas, lo más rápido posible, para tratar de evitar la matanza de los inocentes.
El célebre director Jacques Tourneur dirigió en 1959 “La batalla de Maratón”, uno de esos famosos peplums que tanto gusta ver un sábado por la tarde. En ella hay más guerra que carreras, pero nos sirve como perfecta introducción para repasar algunas de las películas que nos han mostrado, a lo largo de la historia del cine, que correr es importante.
Y es que este año se ha producido la definitiva explosión del Running en España. ¿Era necesario que el célebre, sencillo y tradicional deporte conocido como “correr” se haya hecho anglófilo para que la fiebre por el atletismo popular terminara por contagiar a miles de atletas de todos los géneros, edades, razas, orígenes y extracciones? Quizá. Porque los parques, arcenes de las carreteras y los caminos de ciudades y pueblos españoles bullen con gente vestida con mallas y camisetas de colores fosforescentes. Gente con cintas en el pelo, pulsómetros en el pecho y cronómetros en la muñeca. Gente. Gente a raudales. Gente que corre.
Gente que muchas veces se enfrenta a la incomprensión, las bromas y el sarcasmo de esas otras legiones de deportistas, los de salón, los que sudan y se desgañitan en el sofá viendo partidos y carreras por televisión; pero que luego se despachan con perlas como “Correr es de cobardes”, “¡Para ya, que no te persigue nadie!” o “Déjalo hombre, si ya llegas tarde de todas formas”.
¿Se imagina el lector que Garra de Jaguar le hubiera hecho caso a algún vecino o conocido maya que le dijera algo por el estilo mientras corría bajo la cálida lluvia tropical, tras haber salvado milagrosamente el pellejo, de vuelta a su hogar?
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O, si lo prefieres, el resto del reportaje está separado en dos entradas blogueras más: Ésta para coger velocidad y ésta, para llegar a meta.
Jesús Lens
En Twitter: @Jesus_Lens