Quiso la casualidad que, este año, coincidieran las campanadas de Nochevieja con el momento en que Sonny Corleone era vilmente asesinado en un peaje de carretera. De esa manera, los cohetes y petardos que recibían al 2017 se confundieron con los disparos de las ametralladoras de los soldados de la familia Tattaglia.
Ciento cuarenta y cuatro disparos recibió Sonny y, por enésima vez, nada pude hacer para evitar su muerte. Ciento cuarenta y cuatro impactos de bala que dejaron su cuerpo como un colador. Y una postrer patada en la boca, cuando ya era un cadáver desmadejado sobre la carretera. Una patada que simbolizaba el enorme odio que le tenían los Tattaglia. ¿O fueron los Barzini?
Ciento cuarenta y cuatro disparos, récord en la historia del cine, en una secuencia que homenajea otra muerte famosa: la de Clyde Barrow, pareja de Bonnie Parker. Ciento cuarenta y cuatro disparos que desmienten el famoso adagio de “Vive deprisa, muere joven y dejarás un bonito cadáver”. De ahí que Don Vito tuviera que recurrir a los servicios de Bonasera, el funerario al que conocimos en el arranque de “El Padrino”, para que adecentara el cadáver de su hijo primogénito, caído en una guerra entre bandas.
Desde la primera vez que vi la película de Coppola, la secuencia más dura y difícil de admitir es el asesinato de Santino. Por eso odio con todas mis entrañas a Carlo Ricci, causante de su muerte. Y, aunque habré visto la película cerca de cincuenta veces, siempre pienso que, por una vez, conseguiremos salvar a Sonny.
Paradójicamente, el día dos de enero volví a disfrutar de una Nochevieja, histórica y mítica, trasladándome al Palacio Presidencial de La Habana. Es la noche del 31 de diciembre de 1958, Fidel derroca al régimen de Batista, yo estoy viendo “El Padrino II” y Michael acaba de descubrir la traición de Fredo, sintiendo cómo el suelo se abre a sus pies.
Si el lector ha visto la segunda parte de la saga de los Corleone sabrá que es el único momento en que Michael se muestra vulnerable. Le vemos mareado, a punto de desvanecerse. No lo puede creer. Y, sin embargo, no le queda más remedio que aceptarlo. ¿Y perdonarlo? Eso es más difícil. No es fácil ser un capo de la mafia y, a la vez, conjugar el verbo “perdonar”. Ni siquiera de forma reflexiva: es difícil perdonarse a sí mismo determinadas decisiones, órdenes y comportamientos.
De ahí que volvamos a encontrar a Michael Corleone, dieciséis años después, devastado por los remordimientos. Aunque igualmente peligroso. De hecho, tal y como le dice Kay, “ahora que eres respetable, eres más peligroso que nunca”. Pero vulnerable. Tanto… como nunca antes se había permitido serlo. Por el bien de su familia. La Familia, siempre.
Michael, efectivamente, había sacado a los Corleone del negocio del juego y la prostitución que tan buenos réditos le habían dado en el pasado. Porque en los años ochenta resultaba mucho más rentable invertir en el sector inmobiliario. Y si podía ser en una gran multinacional de capital europeo participada por el mismísimo Vaticano, mejor que mejor.
Pero la operación para tomar el control de Inmobiliari no resultará fácil. Ni pacífica. Por una parte, los nuevos socios no son trigo limpio. Por otra, los viejos amigos no dejarán que Michael les abandone, así como así. Y, cuando el Don pensaba que estaba fuera, vuelven a meterle dentro…
Y todo ello sin olvidar que Michael ya está mayor y hay que asegurar el futuro de la familia. Lo que tampoco será sencillo: Mary es demasiado joven. Y es mujer. Y eso, en la conservadora mentalidad de la mafia, pesa. Pesa mucho.
¿Y Anthony? Anthony ha dejado la carrera de Derecho y se ha hecho cantante de ópera. Y debutará en Sicilia. En Palermo. Con la “Cavallería Rusticana”, nada menos. Y allá nos vamos todos. La Familia. Y sus enemigos. A la tierra de sus ancestros. A la Sicilia de la que tuvo que huir Vito, siendo todavía un niño.
Sicilia, donde Michael se escondió tras el episodio con Sollozo y McCluskey. Sicilia, a donde regresó Vito, de mayor, para que Don Ciccio bendijera su negocio de exportación e importación de aceite de oliva, puesto en marcha junto a Genco Abbandando, su vecino de Little Italy. Su amigo. Su socio. Su consejero. El consiglieri de una Familia que contaba con Tessio y Clemenza como caporegime. ¿Bendición, dijimos? Sí. Y otras cosas. Porque, con los Corleone, nunca se sabe.
Sicilia. Allí nos encontramos con Connie, con el hijo de Tom Hagen, con Don Tommasino, con Carlo; y con el benemérito Don Altobello, por supuesto. Sicilia. La isla en la que todo comenzó y donde Vincent Corleone ha de demostrar que está a la altura de su apellido, enfrentándose a Mosca, el asesino de Montelepre, para evitar que todo termine.
Pero, ¿puede terminarse la saga de los Corleone? Estoy convencido de que no. Al menos, mientras haya seguidores de la historia creada por Mario Puzo y Francis Ford Coppola que les acompañen por Nueva York, Nevada, Los Ángeles, La Habana y, por supuesto, Sicilia. Un apasionante viaje por medio mundo, en compañía de una de las familias más fascinantes y aterradoras de la historia del cine. Que no es cualquier cosa, comenzar el año con los Corleone…
Jesús Lens