Hubo un momento, tras la larguísima primera subida de la Carrera de Alhama, del Circuito de Fondo de Diputación, en que encontramos a un tipo tumbado sobre el asfalto; roto. Destrozado. También vestía de verde. De hecho, mi hermano se asustó pensando que era yo, que hoy estrenábamos en competición nuestra flamante equitación verde, diseñada por Colin Bertholet y confeccionada por Camisetas Artemis.
Un compañero le sostenía las piernas en alto mientras la ambulancia iba en su auxilio. Durante esa subida vi a varios corredores que, fundidos y desesperados, se paraban y andaban.
No era una auténtica pared, pero el viento azotaba en contra y, sobre todo, el calor. ¡Joder! Hace una semana estábamos en invierno y, de pronto, ha entrado el verano, tras una larguísima primavera de… ¡tres días! ¿Os acordáis que el año pasado corrimos esta misma prueba a cero grados y que, al llegar, nos tuvieron que dar plásticos con los que cubrirnos, del frío que hacía?
Hoy, de golpe, hacía calor. Mucho. Y el calor golpea. Sobre todo, cuando tienes que subir cuestas.
Y es que cuesta, subir cuestas.
Por eso, hay gente que empieza muy fuerte y, hacia la mitad, cede. Se desfonda. Y hasta se para. Son duras, las cuestas. De hecho, hay corredores que evitan participar en carreras rompepiernas, de las que te destrozan el cuerpo y te parten el espíritu.
A mí, sin embargo, me gustan las cuestas. Reconozco que las adoro. ¡Cuánto más duro es un recorrido, más lo disfruto!
Y no porque no sufra, como los demás. O porque se me dé especialmente bien. Que tampoco. (Solo pensar en casi dos metros y cien kilos de carne, subiendo, da un poco de repelús 😉
Pero, por alguna razón, en cuanto el terreno pica hacia arriba, mis piernas se tensionan, el corazón de desboca y empieza a bombear sangre y… ¡adelante!
Hace tiempo, trataba de ver los recorridos antes de las carreras para hacer una mínima planificación o preparar alguna estrategia: dónde ir más fuerte, dónde aflojar, dónde tirar a muerte… Luego comprendí que John Lennon tenía razón: “La vida es lo que te sucede mientras estás haciendo otros planes”.
¡Y así es!
Ahora ya no planifico. Me lío la manta a la cabeza y, consciente de mis fuerzas, de mi experiencia, de mi preparación y de mi determinación, tiro adelante. Unas veces llego antes a la meta. Otras, después. Unas veces sufro más que otras. Pero llego. Y, al final, todos los sufrimientos, los sinsabores y el dolor… ¡merecen la pena!
Porque lo más importante para acabar una carrera es lo más sencillo: atarte bien los cordones de las zapatillas, presentarte en la salida, poner un pie delante de otro, respirar hondo y no cejar en el empeño. Y no mirar a lo alto de la montaña, sino de vez en cuando. No obsesionarte con el final de la cuesta, para poder disfrutar de cada metro de esfuerzo, regando el camino con tu sudor, sin la angustia de lo que aún queda por correr, sufrir y sudar.
Escribía esta mañana en el Twitter, tras haber dormido poco, pero mal, un viejo adagio de la sabiduría popular: “La Ilusión despierta el empeño, pero solamente la Paciencia lo termina”. Y una conclusión, que podría ser lema: Let’s Run for Fun!
No es fácil subir cuestas. Pero lo peor es que, después, hay que bajarlas. Yo soy malo, bajando. Torpe. Lento. Inseguro. Cuando estoy de bajada, necesito que me espoleen, que me pellizquen, para espabilar. En las bajadas, me dejo llevar. Y las bajadas también son cuestas.
Y no hay que dejarse o abandonarse. Nunca.
Contra las bajadas también hay que pelear. Metro a metro.
Por eso me gustó que hoy, corriendo ya por las hermosas calles del centro de Alhama, mis piernas me precipitaran cuesta abajo, con el corazón latiendo a casi 170 pulsaciones por minuto, comiéndome el asfalto y ganándole tiempo al espacio. ¿Estaré aprendiendo a correr, también, en las bajadas?
Cuestan, las cuestas. Y dejan secuelas. Dejan microrroturas fibrilares. Tensionan los tendones y presionan las rodillas. En días de sol, como hoy, terminan por provocar un importante desgaste. Te duele la cabeza y el cuerpo no es capaz de absorber todo el líquido que necesita, con el estómago y las tripas enguachinadas.
Pero todo ello te demuestra que estás vivo. Que ha pasado un día más y que has sido capaz de vencer, de nuevo, esa abulia, esa pereza y ese acomodamiento que tan peligrosos resultan.
Porque, lo hemos dicho muchas veces, parafraseando al clásico latino, “Vivir no es importante. Correr sí”. Y no hay mejor carrera que la que transita por caminos sinuosos y repletos de subidas y cuestas.
¿Y tú? ¿Estás en la carrera?
¡Te espero!
¡Salud!
Sígueme en Twitter: @Jesus_Lens
Y ahora, a ver los 14 de abril de 2008, 2009, 2010, 2011 y 2012.