Lo peor de todo, lo que más me indigna, es que pongamos en tela de juicio las dotes adivinatorias de los mayas, dada la brillantez de nuestros analistas, profetas, estudiosos y agoreros:
Esto no lleva al artículo que, de inmediato, procedo a escribir para IDEAL: «Nadie lo hará por ti».
Ahora, a ver lo que blogueamos el 18 D de 2008, 2009, 2010 y 2011
Una vez que nos hemos familiarizado y terminado de confraternizar con la Prima y hemos asumido como algo muy español conceptos del estilo fuga de capitales, evasión de divisas, corrupción, recortes, ajustes y demás eufemismos; es hora de aprender un poquito qué son y cómo funcionan los Fondos Buitre que empiezan a sobrevolar los restos del naufragio que ha dejado la explosión de la burbuja inmobiliaria española.
Y, como siempre, uno de los mejores vehículos para comprender lo que pasa es el arte. Y la cultura. El cine, por ejemplo. Ese cine que para el gobierno del PP es mero entretenimiento y, por eso, le aplica una salvaje subida del IVA.
¿Entretenimiento?
Vayan, vayan a ver una película europea titulada “El capital” y hablemos de entretenimiento.
¡Alto!
Es posible que de toda la frase anterior has reparado en el concepto “película europea”. Y… ¿te hayas echado a temblar? ¿Y si te digo que es de Costa-Gavras, uno de los directores más lúcidos, comprometidos e interesantes de la cinematografía mundial?
Vale, Vale. Es posible que Costa-Gavras no te suene. Sería difícil de asumir ya que entre sus filmografía hay joyas como “Z” y “Estado de sitio”, fundacionales de un cine europeo apegado a la realidad de lo que ocurría en los setenta, que generó agrios y profundos debates. Además, dirigió la estremecedora “Desaparecido”, sobre el golpe de estado de Pinochet.
Después hizo las (Norte)Américas, con títulos tan interesantes como “El sendero de la traición” o “La caja de música”, ambas a finales de los 80. Sin embargo, a partir de ahí pareció perder parte de su punch, de su pegada y de su capacidad para hurgar en los intersticios más oscuros de la sociedad. Hasta llegar a “Amén”, a principios de los 2000. Y, ahora, “El capital”.
Primera conclusión: habría que hacer una retrospectiva del cineasta griego. Y cuanto antes, mejor, ¿no te parece?
Segunda: como el ministro Wert, Costa-Gavras, parece crecerse con el castigo y dar lo mejor de sí mismo cuando peor y más crudas están las cosas. Y, desde luego, con la crisis que nos consume, se ha venido arriba y ha parido una película, “El capital”, que sin ser una obra maestra, es de visión obligatoria.
O-BLI-GA-TO-RIA
E ineludible. Imprescindible.
Sí. Cuenta la crisis. Pero, a diferencia de otras películas, también imprescindibles, como “The company men” o “Margin call”, lo hace desde la visión europea ya que toda la trama gira en torno a un banco francés. Un banco sometido a las presiones de los mercados y en cuyo accionariado entra uno de esos Fondos Buitre a los que aludíamos al principio de esta reseña.
¿Cómo entran, qué buscan y cómo se las gastan los referidos Fondos Buitre? Vean “El capital”.
¿Por qué proliferan y, sobre todo, qué devastadoras consecuencias provocan sus métodos? Vean “El capital”.
¿Es posible librarse de su influencia o hay una conspiración mundial que ha originado esta crisis, en beneficio de algunos; de los de siempre? Vean “El capital”.
Y atentos a la reseña de otro libro capital sobre estos temas, el muy recomenable thriller “El índice del miedo”, de un superventas como Robert Harris.
Porque querrán acabar con ellas, pero son las películas, las novelas, las historias y las narraciones las que cuentan lo que pasa…
Si no la habéis visto, si no la habéis leído; seguro que sí habéis oído hablar de ella estos días, gracias a sus encendidas, escarnecedoras y lacerantes intervenciones en televisión.
Su nombre: Fallarás. Cristina Fallarás.
Su pelo, de frondoso rojo fuego, es la perfecta encarnación de una personalidad arrolladora y abrasadora, acostumbrada a hablar con verdades en la boca, algo que no se estila y que, por tanto, causa sensación. Y conmoción. Porque sus verdades son como puños. Puños cerrados, directos al mentón. Demoledores.
Cristina, además de haber ganado el Hammett de la pasada edición de Semana Negra con su imprescindible novela “Las niñas perdidas”, es periodista. En paro. Porque la de periodista es la profesión más castigada por la crisis, fuera del sector de la construcción.
Pero Cristina también es editora. Y, con Raúl Argemí, uno de los mejores escritores argenpañoles, ha montado “Sigue Leyendo”, para editar a través de la red.
Cuando compras (de ese verbo comprar, que, dice la RAE, significa “Obtener algo con dinero”) alguno de sus libros o relatos en catálogo, al comienzo del texto que hayas comprado (del verbo comprar: “Adquirir, hacerse dueño de algo por dinero”) encuentras la siguiente advertencia:
“Nuestros libros no están protegidos. Son fruto del trabajo de un escritor, un editor, una correctora, un técnico digital, una diseñadora web, un webmaster y un productor. Si nos piratea, ya sabe a quien roba”.
Está claro, ¿no?
Así son Cristina y Raúl; Raúl y Cristina. Y ASÍ es su editorial. Pincha, pincha, que además de un catálogo extraordinario de libros y autores a precios de edición electrónica, (es decir, baratos de verdad) “Sigue Leyendo” es una publicación literaria electrónica en sí misma, repleta de información, noticias, entrevistas, sugerencias… ¡y hasta una novela gratuita, por entregas, de Rosa Ribas!
En cuanto acabe con una obligación lectora y jurada, voy a hincarle el diente a lo más nuevo Andreu Martín, “El asesino de las vírgenes negras” (Compra AQUÍ, por 3,99 euros y de forma bien sencilla. Y segura.)
Seguramente, si has leído o escuchado a Cristina, te has sentido impresionado y concernido por todo lo que dice. Y por cómo lo dice.
Pero, como ves, Cristina estará en paro, pero no está parada. Ni quieta. Cristina y Raúl son hijos de su tiempo. Un par de currantes de la literatura, de la palabra. Un par de empresarios que, con su trabajo y con su iniciativa, hacen bueno ese mantra de que hay que tener iniciativa, buscarse la vida, adaptarse, orientarse, cambiar el paso y el rumbo, aprovechar las nuevas tecnologías y mirar hacia delante.
De nosotros, de los lectores, depende el buen fin de esta travesía.
No queda otra. Son los tiempos que nos han tocado vivir y las circunstancias con las que tenemos que lidiar. Peligrosas y arriesgadas. Duras y complicadas. Pero, ¿nos vamos a quedar en la orilla? ¿Mirando? ¡No! ¡Jamás! ¡Bajo ningún concepto! Eso sí: en temporada de tiburones, trata de mejorar tu equilibrio y de balancear con más cuidado. Pero sin salirte del agua.