Esta tarde, volviendo de correr, nos encontramos la siguiente estampa, justo al lado de mi casa. A lo que estamos llegando…
Jesús impresionado Lens
Ojalá que los 3 de junio de 2008, 2009, 2010 y 2011 fueran menos lamentables.
Ayer, con lo de las uñas, sentíamos los recortes. Pero, ¿qué me decís de esta imagen, que me hace seguir mi compi Pedro?
Hoy no hay debate que valga. Hoy constatamos un hecho: a Paul Krugman, el Premio Nóbel de Economía de 2008, se le fue la pinza cuando su profesor de español le pinchó el siguiente tema, para que aprendiera a distinguir distintos acentos del castellano que se habla en España…
Y claro, con tanto «opá yo vi a jasé un corrá», acabó escribiendo el disparate aquel del corralito. Un disparate como una catedral gótica de grande, por mucho que Grecia dejara el Euro.
En fin. Que hoy es lunes, pero que no hay debate y que hay que olvidarse de Koalas y Perezosos, que toca trabajar duro y dejarse de milongas, alarmismos y terrores, sean nocturnos y diurnos.
Jesús des-acorralado Lens
Hoy publicamos esta columna en IDEAL. Para empezar la mañana con un sorbo de café. Negro. Y, siendo viernes… ¡cortado!
Hay personas tan insensatas y desconocedoras de la realidad social de este país que todavía son capaces de confundir el valor de un café con el precio que pagamos por él. En las últimas semanas han sido dos representantes del PP quiénes han cometido el garrafal error de jugar dialécticamente con el café, olvidando que ZP empezó a cavar su tumba cuando demostró su alejamiento del mundanal ruido por cuenta de ese oscuro, estimulante y misterioso brebaje negro.
El café es, posiblemente, la sustancia legalmente dopante más utilizada en todo el mundo. Cuando uno dice que uno no es persona hasta que se toma el primer café de la mañana, entra a formar parte de una cofradía universal, interracial y desclasada. ¿Quién no se ha pasado una noche en blanco, estudiando para un examen o terminando un trabajo, a base de cafeteras ardientes?
El primer café de la mañana termina siendo uno de los momentos más placenteros de la jornada. Con todo el día por delante, los sueños de la noche se mezclan con los recuerdos de la velada anterior y se trufan de los proyectos por venir. Deseos y realidades se mezclan, durante unos minutos, como el azúcar se disuelve en el café.
Además, si tienes suerte de encontrar compañeros cómplices y camaradas con imaginación, tomando café somos capaces de transformar la realidad, consiguiendo que Sergio Ramos chute entre los tres palos o que la rodilla de Ricky se recupere a tiempo para los Juegos Olímpicos. El café aplaca la Crisis, convierte los recortes en esquejes y permite encontrarle un rastro de humanidad al rostro de la mismísima Angela Merkel.
Por la tarde, quedar para tomar café es un rito imprescindible en sociedades civilizadas. Tomando café, sin prisa pero sin pausa, hay tiempo para arreglar el mundo y la vida de todos sus habitantes. Tomando café trazamos planes menos imposibles que improbables y proyectamos viajes tan inverosímiles como excitantes, descendiendo un volcán o escalando hasta la luna.
En España hay cuarenta millones de formas distintas de tomar café. Tantas como potenciales seleccionadores nacionales de fútbol y presidentes del gobierno con mando en plaza, no dependientes de Berlín o Bruselas. Porque, tomando café, un español se siente todopoderoso y plenipotenciario. ¡Mi reino por un cortado!
Por todo ello, cuando un preboste declara que el copago sanitario son cuatro cafés o salta otro a la palestra para sostener que los funcionarios han de olvidarse del periódico y el cafelillo, no solo demuestran un insensato desconocimiento de la esencia profunda del ser español, más cafetero que el mismísimo Juan Valdés, sino que insultan y menosprecian toda una forma de entender la vida.
Recuerdo una película en que el protagonista defendía que no importaba atesorar millones ni tener barcos, aviones o grandes mansiones porque, a nada que lo pensemos, tenemos que convenir en que la felicidad radica en algo tan sencillo como, al final de la jornada, tomarse una buena taza de café. Vale. Estamos arruinados y hundidos y nos queda una larga y penosa travesía por el desierto, sin fastos, fiestas ni excesos. Así lo asumimos. Pero, por los menos, ¡déjennos el café en paz!
Jesús Lens
Las revoluciones se producen en los callejones sin salida.
Bertolt Brecht
De repente, la salida.
Todo son salidas, de un tiempo a esta parte. O amenazas de. Empezando por la de Grecia.
¡Cuántas mañanas nos hemos levantado, al borde del abismo! El sonido del despertador (eufemismo, porque en la mayoría de los casos, es el móvil el que también nos arranca de lo mejor de los sueños) nos lleva a encender la radio y, ¡directos al apocalipsis!
Es posible que, esta vez sí, Grecia esté abocada al colapso, a salir del euro e, ingobernada e ingobernable, a sumirse definitivamente en el caos. El escenario es de pesadilla pero tantas veces anunciado, empezamos a sentir la irresistible tentación de saltar al vacío.
Cualquiera que haya estado en la cima de una montaña, lo sabe: la llamada del abismo.
Y ahí estamos. Grecia y la salida del Euro. El desempleo y la salida de los trabajadores de las empresas. La crisis y la salida de ciudadanos europeos hacia América Latina.
Increíble, pero cierto.
¡Qué tiempos, en los que salir era sinónimo de marcha y fiesta; de viaje y placer!
Habría que preguntarse, también, por qué Salida es Exit, en inglés. Nada que ver con el éxito, ¿verdad? Esos Falsos Amigos en las traducciones aceleradas…
Aunque me gusta la frase de B. Brecht con que abríamos estas reflexiones de salida, creo que es un buen momento para recuperar el poder reflexivo de la mística.
Esa mística tan española que podemos personificar en Santa Teresa de Jesús:
¡Ay que larga es esta vida!
¡qué duros estos destierros!
¡esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida me causa dolor tan fiero,
que me muero porque no muero.
Por todo ello y llegado el caso… ¡Feliz salida, Gente!
Jesús permaneciente (de momento) Lens