Debía ser un trabajo sencillo, limpio y discreto. Y, sin embargo, le costó.
El objetivo no hacía más que cambiar de rutinas. ¡Y mira que le habían dicho que no! Le aseguraron que era animal de costumbres y que, además, subía al Twitter y Facebook todo lo que hacía. –“Hasta cuando va a mear” -le aseguraron.
Como el fulano no parecía ser muy selectivo a la hora de admitir contactos en Redes Sociales, antes de empezar a observarlo en persona, lo siguió en el Twitter, para empezar a conocer su vida. ¡Hasta amigos del Facebook, se hicieron, sin la mayor dificultad!
Y sí. Era verdad que siempre salía de casa a primera hora de la mañana, para ir al trabajo. Pero unos días iba por un camino y otros, por el contrario. Sin patrón alguno. Al menos, sin patrón predecible: asomaba por el portal y, a veces seguía recto por la Avenida, a veces trochaba por las callejuelas del barrio, aunque diera más vuelta y, en ocasiones, hasta le recogían en coche.
Lo de la salida del trabajo era otro cantar: no había hora fija. Y, encima, su oficina estaba en uno de esos edificios blindados, vigilados y protegidos. Que no es que él no hubiera podido burlar todas esas medidas de seguridad, de habérselo propuesto. Pero no quería hacerlo. Ni era eso lo que se esperaba de él.
Recuerda: un trabajo sencillo, limpio y discreto.
Cuando empezó a seguirle, ya en persona, a punto estuvo de estrangularle tres o cuatro veces. Pero por cabreo, ira y frustración. Se había confiado tanto, viendo lo concreto y detallado de su vida virtual, que le desconcertó su manera de actuar y conducirse por el mundo.
Cuando escribía en el Twitter que iba al cine, resulta que ya había salido de la película. Y si ponía en el Facebook una foto de una Cerveza Alhambra, algo por lo que sentía predilección, la imagen podía ser perfectamente antigua y de tiempo atrás, que el tío tenía un álbum inagotable de fotos del birras, en los lugares y las compañías más insospechadas. ¡Hasta enfermiza podría parecer la costumbre de marras, si no fuera porque esa cerveza estaba, de verdad, endemoniadamente buena!
Anunció un fin de semana que se iba a las Alpujarras y apareció por Salobreña, cambiando las morcillas por el taco de atún de El Trasmallo. Proclama un día a los cuatro vientos que se queda en casa leyendo y se le ve por Servilla, en la exposición de Ai Weiwei. O dice que va a jugar al baloncesto y se embarra en el Alegría.
Y sin embargo, fue en el propio Facebook donde encontró su particular talón de Aquiles. Con su afición a correr. El muy payaso se ponía un reloj de esos que conecta con satélite y que detalla cada metro de su recorrido, grabándolo. Y, claro, como ocurre con todos esos corredores mediocres y de pacotilla; apenas acababa su entrenamiento, lo proclamaba a los cuatro vientos, contándoselo al mundo entero. ¡Como si a nadie le importara un carajo!
Pero él estaba contento. ¡Por fin lo había pillado! Porque buena parte del camino que hacía, era por un bosque solitario. Sobre todo, a mediodía, que era cuando el muy tarado solía trotar, aun en lo más crudo de la canícula veraniega.
Pero el muy cabrón, de repente, ¡empezó a cambiar sus rutas! Como si hubiera sospechado algo, en vez de seguir haciendo sus diez kilómetros por la margen derecha del río Genil, le dio por subir a la Alhambra unos días, tirando por el camino del Cementerio (ahí le quería ver); y otros, bajaba hacia la Puleva para volver a su casa por el Carril Bici. Impredecible. Lo mismo hacía 11 kilómetros a ritmo vivo que se le iba la pinza y se metía 20, entre pecho y espalda, al trote cochinero. El muy gilipollas había empezado a entrenar para una Maratón y tenía que cambiar las rutinas. ¡Malditos enfermos!
Y él, desde luego, no estaba ya para esos trotes, para tratar de seguirlo en sus correrías y despeñarlo por algún balate, una tarde cualquiera.
Fue un miércoles de madrugada, sin embargo, cuando su Cuate se alarmó al ver que cabeceaba en el coche, al llevarlo a su casa. ¡Él, que raramente se dormía cuando iba de copiloto!
– ¿Qué te pasa, tonto pollas? ¡Despierta, coño, que no tardamos ni tres minutos en llegar!
Pero la espumilla blanca que le caía por la comisura de los labios y los ojos abiertos como platos, la mirada perdida en ningún sitio, llevaron a Pepe a la conclusión de que no. De que ya no habría más Embarrados en el Brasilia con su Cuate. Ni más miércoles de jazz, en el Magic, la única, inalterable e inmutable costumbre que Jesús tenía y de la que no se había desprendido desde que, en 2012, se hiciera miembro de la asociación cultural Ool Ya Koo Jazz Granada.
– Al menos, no me seguirá ganando en la Fantasy de la NBA Plus – fue lo último que pensó…
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A ver, los 15 de febrero de 2008, 2009, 2010, 2011 y 2012.