La vecina BBTs

Cuando me asomé a la terraza y vi que mi nueva vecina salía del portal y se abrazaba al árbol, pensé que era una chica diferente.

Desde luego, la chica tenía buen ojo: se trataba de un majestuoso castaño del que todo el barrio nos sentimos especialmente orgullosos.

Ya me imaginaba el percal: olor a incienso y campanitas sonando en la terraza, mecidas por el viento. Alimentación macrobiótica y música de relajación. Conexión con la naturaleza urbana, formar parte de la madre tierra, sentir la fuerza de la vida palpitante en los elementos…

Zen, mucho zen.

Y, seguramente, Tai Chi al amanecer y Yoga a la caída de la tarde.

“Una vecina rarita”, pensé.

“Para variar”, seguí pensando, mientras recordaba a la colombiana desahuciada dos años atrás por no pagar la renta y a aquella otra pájara, detenida por malversación de fondos. Por no hablar de la aulladora…

“Rarita, sí, pero pacífica y tranquila”, me consolé. “La típica Jipi-Piji que consumía productos biológicos y bebía infusiones mañana, tarde y noche. El prototipo de Chica-BBTs, tan sana como insulsa y aburrida”, concluí felizmente mis pensamientos.

A la mañana siguiente, al despertar, me asomé por el ventanal de casa, como solía hacer nada más levantarme.

Me encantan esos amaneceres tranquilos y soleados de principios de otoño en los que el verano no termina de marcharse.

Y cuando me encontré muerto al viejo árbol; seco y consumido hasta el tuétano, como si hubiera sido fulminado aquella noche por un rayo inaudible e invisible, ya no supe qué pensar.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

Toc. Toc. Toc.

Y para despedir la semana y dar la bienvenida al frío, un cuento muy doméstico. Y muy corto. A ver si os gusta.

A mi vecina de al lado se le debe haber estropeado el timbre y a su casero le debe estar costando arreglárselo.

Además, mi vecina… (¿Os acordáis de aquella aulladora? No. No son la misma, que conste.)

Mi vecina, decía, tiene una nueva pareja (¿o será la de entonces, que ha vuelto, pero más discreto? 😉 )

Una nueva pareja que debe creer en la vida sana y deportiva y que, entre otras virtudes, debe tener la de subir por la escalera ya que, cuando llega al rellano de nuestro piso, nunca se oye el ascensor.

¿Cómo sé, entonces, que ha llegado al rellano?

Porque, como todavía no debe haberse ganado la confianza de mi vecina, aún no tiene llaves del piso. Y tiene que llamar a la puerta. Y como el timbre está estropeado, llama a la vieja usanza: golpeando con los nudillos.

– Toc. Toc. Toc.

Y ahí estoy yo, arrellanado en mi sofá. Leyendo. Tranquilo. Relajado. Viendo las primeras y preciosas nieves que, hoy, han caído sobre la Sierra.

Y lo oigo:

– Toc. Toc. Toc.

No lo puedo evitar. Me sobresalto. El corazón se me acelera y siento algo muy parecido al miedo. Yo le llamo repullo. O susto. Pero es miedo.

– Toc. Toc. Toc.

Imagino que pronto me acostumbraré y el sonido de la llamada del novio de mi vecina se convertirá en uno más de los habituales del edificio en que vivo.

Pero reconozco que, cuando estoy viendo una película, en el silencio la madrugada, y lo escucho:

– Toc. Toc. Toc.

Me alarmo. Y sudo.

Sobre todo, porque hace meses que mi vecina se marchó del piso de al lado y, de momento, nadie lo ha vuelto a ocupar.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.