– ¡Feliz entrada de año, Antoñín!
¡Y dale!
– ¿Ya sabes qué vas a hacer? ¡Que mañana descansas!
Descanso. ¿Sabrían ellos? En puridad, tenían razón. Descansaba. Como esos otros dos infaustos días del año. Uno, justo la semana anterior. Y el otro, el Sábado Santo.
Era lo que tenía ser vendedor de prensa, lo que horrorizaba a la mayoría y lo que a él, sin embargo, le encantaba: que había periódicos todos los días del año y que, por tanto, había que abrir. Todos los días… menos tres.
– ¿Qué piensas hacer mañana, Antoñín?
Pues fastidiarse. ¿Qué iba a hacer? Sin nadie con quién comentar los titulares del Marca o el Sport; sin Luis metiéndole caña al alcalde por cualquier cosa que publicaran las portadas de IDEAL o Granada Hoy, sin María Luisa, que siempre se llevaba tres periódicos para la barra de su cafetería, aunque muchas veces no tuviera tiempo ni de hojearlos.
¡O el viejo Marcos, con su obsesión por los regalos, los cupones, las cartillas y las promociones! Y los dos o tres adictos a los coleccionables, que disfrutaban de cada entrega semanal de los dedales del mundo, las miniaturas de coches o las pulseras étnicas como si de los partidos del Real Madrid o el Barça de tratara.
Y estaban esos otros, los jubilados, prejubilados y parados que, con vergüenza, hojeaban los periódicos a toda velocidad, como disimulando. Aunque algunos eran unos auténticos tacaños, la mayoría, bien lo sabía Antoñín, no podían permitirse comprar la prensa a diario. Hasta ahí había llegado la crisis. Hasta los quioscos. De hecho, unos meses antes había tantas cabeceras que apenas le cabían en el expositor. Luego llegaron los gratuitos, un tema del que prefería no hablar, que le hervía la sangre. Y, después, la debacle: cierres, despidos… ¡Cómo le dolió lo de La Opinión, de un día para otro!
La cosa se había puesto tan mal que había padres que, al pasar junto al quiosco, obligaban a los niños a acelerar el paso, no fueran a pedirle alguna revista o tebeo.
Así pasaba sus días, Antoñín. Entre los unos y los otros. Entre los de izquierdas y los de derechas. Helado unas veces, cocido otras; lidiando con los críticos y los partidarios de Wert, de Mas, de Mou y de Guardiola. ¡Menos mal, eso sí, que estaba el Granada en Primera!
La de discusiones que, gracias al equipo rojiblanco, había conseguido desviar Antoñín, cuando algunos de los habituales se tensaban demasiado. ¡Ay, esos clientes! Unos días con más prisa, otros con más calma; lloviera o cayeran los cuarenta grados de agosto… ¡hasta nevando, se paraban a pegar la hebra!
– ¡Un día que no madrugas, Antoñín! ¿Qué has planeado hacer?
Viudo, sin hijos y con su hermano emigrado a Inglaterra por la crisis… ¿qué iba a hacer? ¡Pues esperar a que amaneciera el 2 de enero para, por fin, poder hablar del coñazo de la Toma y, sobre todo, comentar las campanadas con la que, sin duda, era su familia! Su gran familia.
Este Cuento de Navidad, publicado en IDEAL y reciclado como Cuento de Año Nuevo, está dedicado a nuestros queridos quiosqueros, una de las primeras personas que, cada mañana, nos da los buenos días.
¡Gracias, Pepe, Juan, Paquito, Francis y todos los demás!
Jesús Lens