ByE 6: La burundanga

Barras y Estrellas es un serial que acaba de empezar. Transcurre en un bar llamado «Café-Bar Cinema» y los protagonistas principales son Estrellita Castro, dueño del local, y dos de sus clientes habituales, Antonio y Luis. Y, en la última entrega, que podéis leer aquí, apareció un policía preguntando por otro cliente, Fernando. Un Fernando que justo ahora hace su aparición en «Café-Bar Cinema». Además, a través del Link mayúsculo, y de abajo hacia arriba, TODAS LAS ENTRADAS PREVIAS DE «BARRAS Y ESTRELLAS».

A partir de hoy, cada día de esta Semana Santa, a las 8 am de la mañana, una nueva entrega. ¡A ver si os engancháis!

– No me jodas Fernando. ¿La qué?

La burundanga. Así es como se conoce popularmente a la escopolamina, un alcaloide que procede de plantas míticas como el beleño o la mandrágora y que, como ocurre con tantos productos, en pequeñas dosis tiene efectos médicos. En dosis mayores, sin embargo, se convierte en un potente anulador de voluntades y ha sido muy usada en robos, violaciones, secuestros, etcétera.

– O sea que te echaron algo en la bebida. Que te drogaron. Como en las películas.

– O como en los cuentos infantiles.

– O como en las leyendas urbanas.

Aunque no era un tema para tomárselo a broma, los muchachos se estaban cebando con Fernando. Cuando se trataba de tomarle el pelo –de hacerle madurar y de educarlo, sostenían, para introducirlo en una despiadada sociedad darwinista en la que solo los más fuertes podían sobrevivir- Luis y Antonio eran implacables aliados.

Estrellita, sin embargo, no estaba para bromas.

– No pensarás que fue aquí donde te drogaron, ¿verdad? Es decir, que Rosa y tú, al salir de aquí, os fuisteis por ahí a tomar una copa y allí fue donde te metieron la burundiga esa, ¿no?

– La burundanga.

– Sí, vale. La como-pollas-se-llame. Que de aquí os fuisteis a otro sitio, ¿a que sí?

– Sí.

Estrellita respiró aliviado, como cuando tienes un amago de ataque de ansiedad y te concentras en llenar los pulmones de aire.

– Pero en el otro garito no me pudieron poner nada en la bebida.

– ¿Y puede saberse por qué?

– Porque salí de aquí ya bastante cargado y pedí un botellín de agua.

– ¿Y? ¿Es que la burandoga ésa es alcohólica y no reacciona con el agua o qué?

– No. Solo que no le quité el tapón a la botella nada más que para beber. Y la volvía a cerrar.

No podía evitarlo. Estrellita estaba jodido con el tema. Cierto es que no había incurrido en ilegalidad o tan siquiera en irresponsabilidad alguna, pero eso de que drogaran a sus clientes… Antonio aprovechó para meter baza:

– Venga Nando, que estás entre amigos. Confiesa que toda la historia esa de la droga en la bebida no es más que una milonga para justificar que estuviste toda la noche de putas y no querías que Rosa se enterara.

– Por cierto –apostilló Luis. – ¿Y Rosa, qué?

Veamos el 1 de abril de 2008, 2009, 2010 y 2011.

«Encuentros»: un relato de cerveza ficción

¿Os acordáis de aquella convocatoria para escribir relatos de cerveza ficción? Estaba un poco atascado, vacío y sin chispa. Pero, finalmente, sacamos adelante este cuento. Ya está on line. A ver si os gusta. Si fuera así, dejadle un comentario al tal Joe Louis que lo ha escrito, allí mismo. Que os puedo garantizar que fue un currelo pero que muy currelado, como algunos bien sabéis.

¡Gracias, Gente!

Veamos, ahora, los anteriores 21 de marzo, qué publicábamos: 2008, 2009, 2010 y 2011

La llamada

De aquella llamada dependía todo.

Estaba nervioso. Lo tenía todo muy bien preparado, pero aquellas dos horas, hasta que dieran las 3, se le iban a hacer eternas.

Había pensado en salir a correr, como hacía siempre que tenía alguna cita importante. Antes de reuniones clave, conferencias, mesas redondas, charlas y entrevistas, se calzada sus Brooks, apretaba bien los cordones y salía a quemar la adrenalina.

Correr le iba bien. No solo aplacaba los nervios sino que, además y sobre todo, el chute de endorfinas le hacía llegar al evento que fuera en plenitud de condiciones, físicas y mentales. Mientras corría, aprovechaba para repasar su intervención, para terminar de ordenarla y estructurarla. Corriendo conseguía visualizar, con distanciamiento y perspectiva, lo que estaba por llegar. Y se sentía todopoderoso.

Pero aquella mañana no quería arriesgarse. Al volver a casa, después de desayunar y comprar la prensa, un conductor somnoliento había tardado más de la cuenta en fijarse en él y tuvo que pegar un frenazo, justo delante del paso de peatones, haciendo chirriar los neumáticos sobre el asfalto.

Aquello le había hecho saltar todas las alarmas.

¿Y si, corriendo, le atropellaba un coche o, como pasaba como aquella vez en que estuvo a punto de que un autobusero insensible a los corredores se lo llevara por delante? Aunque fuera una torcedura de tobillo o un tirón… ¿y si se quebraba, a mitad de recorrido, y no llegaba a tiempo?

Porque aquella conversación no la podía mantener a través de un móvil, en cualquier sitio. Había preparado la mesa de su estudio y dejado toda la documentación lista, los lápices a mano y hasta un vaso con agua. Hasta la temperatura había regulado tirando de calefacción, para evitar cualquier inconveniencia, aunque ya estuvieran casi en primavera y, de hecho, empezara a hacer calor.

Apenas pasaban unos minutos de la una. Pensó en salir a hacer unas series, por la ribera del río que discurría junto a su casa. Así, apenas tenía que cruzar calles o que atravesar el siempre caótico mercadillo y, estando cerca de casa, al más mínimo contratiempo, podría volver sin dificultad.

Pero no. ¿Y si perdía las llaves, justo ese día o si, a la vuelta, se averiaba el ascensor y se quedaba atrapado?

Mejor quedarse en casa y correr, por la tarde, ya tranquilo y relajado.

Así que, como no podía parar quieto un momento, decidió darse un baño.

¡Él, que siempre había sido de ducha rápida! Pero ni la música le amansaba ni podía concentrarse en las páginas de un libro. Repasar sus notas le hacía sentirse como un mal estudiante antes de un examen no suficientemente preparado y temía prenderle fuego a la cocina si intentaba preparar alguno de sus platos estrella.

Así que… ¡a la bañera!

Se llevó el iPad consigo y aprovechó para ver uno de esos vídeos que harían sonrojar a Steve Jobs, de saber para lo que algunos de sus fervientes admiradores utilizaban su última y celebrada creación.

Y entonces sí: aligerada parte de la carga que le venía pesando en días de tanta tensión y nervios, empezó a sentirse más a gusto. Por primera vez en varios días se sentía y bien y el agua caliente le ayudó a relajarse, por fin.

Le despertó el sonido del teléfono, que le llegaba desde muy lejos.

Tardó en darse cuenta de dónde se encontraba y, cuando consiguió fijar el escenario y la situación, el corazón empezó a bombear sangre con tanta fuerza que pensó que le iba a provocar una hemorragia cerebral.

¿Cuánto tiempo llevaría sonando el maldito teléfono?

En uno de esos actos reflejos estúpidos, ya que se encontraba solo y en su propia casa, mientras tiraba del pomo de la puerta del baño con una mano, intentó alcanzar una toalla con la otra, pareciéndole indecoroso contestar la llamada empapado y desnudo.

Y fue entonces, claro, cuando dio un resbalón y terminó desnucado, con tiempo solo para recordar aquella canción de Def Con Dos con la que tanto se reían él y sus amigos, en las noches de borrachera, cuando eran jóvenes.

¡Pánico a una muerte ridícula!

Fue justo en ese momento, las dos de la tarde, cuando María daba por concluida su jornada laboral como teleoperadora. Como la mayoría de las que hizo esa mañana, esa última llamada tampoco obtuvo contestación.

– ¡Él se lo pierde! –pensó – Con lo buena oferta que es, ésta del spa y masaje relajante…

Y así se fue, tan campante y satisfecha, a tomarse una caña y unas bravas.

Jesús el que nunca se baña Lens

(Pero se ducha, ojo)

PD.- No sé si estábamos tan graciosillos, los últimos 17 de marzo: 2008, 2009, 2010 y 2011.

ByE 5: ¿Quién sabe dónde?

Tras la cuarta entrega del serial Barras y Estrellas, lógicamente llega la quinta, en la que todo empieza a complicarse:

– ¿Conoce a Fernando Márquez Rodríguez?

– Pues depende.

– ¿De?

– De quién lo pregunte…

– Eso creía que ya había quedado claro.

– …y, sobre todo, de para qué lo pregunte.

Estrellita, a lo largo de los años, había tenido que lidiar con inspectores de sanidad, inspectores de trabajo y hasta con inspectores de la SGAE. Una vez, incluso, con un inspector veterinario. Sin embargo, no estaba habituado a vérselas con inspectores de la policía.

El inspector López le había entrado con absoluta corrección, pero a Estrellita le generó desasosiego que aquel tipo le mostrara una placa y le preguntara por uno sus parroquianos habituales. Aunque era bien cierto que Nando llevaba días sin asomar por “Café-Bar Cinema”, tampoco tenía obligación de fichar.

– La mañana del pasado domingo, su madre llamó a comisaría, denunciando la desaparición del susodicho, que aparecería en Motril, y en lamentable estado, unas horas después.

– Pensaba yo que para tramitar una denuncia por desaparición tienen que transcurrir, como mínimo, 24 horas de ausencia de la persona…

El policía puso los ojos en blanco y levantó la mirada hacia el techo, mostrando la inequívoca expresión de “Señor, dame paciencia” habitual en cada vez más profesionales. ¡Cuánto daño han hecho CSI y las series de abogados en un país que, si antes se podía vanagloriar de tener 40 millones de seleccionadores nacionales, ahora también podía presumir de tener un penalista-criminalista por cada aficionado a la televisión! Por no hablar de los internautas hipocondríacos adictos a “House”.

– Da lo mismo. El caso es que Fernando Márquez apareció hecho unos zorros y sin recordar nada de lo que había ocurrido.

El inspector pudo percibir las típicas miradas cómplices y risitas disimuladas entre algunos de los clientes que, aparentemente, estaban a lo suyo, repartidos por la barra del bar. En realidad, podría haber pedido al encargado que fueran a un lugar más discreto para hablar del tema, pero quería que los habituales escucharan lo que tenía que decir. Por eso, además, había hecho que un par de sus hombres entraran unos minutos antes y se ubicaran en lugares estratégicos de un bar, dicho sea de paso, muy bien montado.

– Me extraña, la verdad. Fernando no es uno de esos jóvenes camicaces que se beben hasta el agua de los floreros. Es un buen bebedor. Sensato y tranquilo. Pero, ¿por qué me cuenta todo esto a mí?

– Porque éste fue el último lugar en que recuerda haber estado, la noche de autos.

Haciendo memoria sobre la noche de marras, Estrellita no encontró nada raro en el comportamiento de Fernando. Empezó con una 1925 y, después, se pasó a las Especiales de barril, como casi siempre. Rosa llegó algo tarde, remataron la velada con una copa de vino y salieron por la puerta tan campantes, sin hacer eses o haber entonado cánticos populares.

– Pues de aquí salió de una pieza, entero y sin mácula.

– ¿Bebieron mucho, Fernando y su acompañante?

O sea que, efectivamente, la policía no es tonta y, aunque hacía poco tiempo que Nando salía con Rosa, ya la tenían controlada.

– En absoluto. Él tres o cuatro cervezas y una copa de vino. Ella, ni eso.

– ¿Hacía cuánto que Fernando salía con su chica, Rosa?

– No mucho. Apenas si la había traído por aquí dos o tres veces.

– ¿Qué tenían pensado hacer al salir de aquí? ¿Pensaban seguir la juerga?

– Fernando no es muy fiestero, pero a Rosa parece que le va más la marcha. Siendo sábado noche, imagino que irían a tomarse un cubatita por ahí. Pero no sé a dónde. Imagino que Rosa será la más indicada para contestarles a esa pregunta, ¿no cree usted?

– ¿Qué bares de copas mandan por aquí a sus relaciones públicas para conseguir clientes, señor Castro?

– Solo un par de ellos, los dos de aquí al lado. Me traje el “Café-Bar Cinema” a esta zona, fuera del centro y de las calles típicas de una ciudad como Granada para tratar de hacerme con una clientela propia y fiel, al margen de los vaivenes del turismo. Así que, sitios de copas, solo dos y recién abiertos.

– Muchas gracias por su colaboración, señor Castro.

(Continuará)

Veamos anteriores 16 de marzo, aunque dos de ellos estábamos ya en Semana Santa y viajando, claro. Qué caprichoso es el calendario lunar: 2008, 2009, 2010 y 2010.

ByE 4: Un chiste de finlandeses

Por si no habéis seguido las tres anteriores entregas de “Barras y Estrellas” (que podéis enlazar desde aquí), os cuento que se trata de un serial a la vieja usanza. Y que se desarrolla, íntegramente, en un garito llamado, por supuesto, “Café-Bar Cinema”, regentado por un tipo llamado Enrique Castro, apodado Estrellita.

Y dos de sus clientes son Luis y Antonio. Antonio es un empresario bocón al que la crisis trae a maltraer y Luis es un escritor que mira mucho y habla poco, desde el extremo de la barra.

La entrega de hoy, muy cortita, además es un chiste:

– Antonio, te voy a contar un chiste.

El silencio que se hizo en “Café-Bar Cinema” fue ensordecedor, como si un tsunami hubiera barrido el local.

– Sí hombre, no pongas esa cara. Te voy a contar un chiste. Uno nórdico.

Que Luis se dirigiera a Antonio, voluntariamente; y que lo hiciera para contar un chiste, en alta voz, era algo tan inédito en la historia del bar como absolutamente imprevisto e imprevisible.

– ¡Coño, Luis! Eres una caja de sorpresas. Tú, que siempre has renegado de los chistosos y de los hombres que bailan, ¿vas a contarme un chiste? ¿A mí?

– Lo cuento si eres capaz de cerrar la boca por unos segundos y escuchar. ¿Crees que podrás hacerlo?

La verdad es que Antonio llevaba una tarde imposible, comentando la reforma laboral emprendida por el gobierno de Rajoy. Sobre todo, porque lo mismo defendía la libertad a ultranza que debían tener los empresarios para poder ajustar sus plantillas a las necesidades del negocio que hacía hincapié en la importancia de la estabilidad en el empleo de cara a recuperar la confianza de los consumidores.

– Sí hombre, sí. Por escucharte contar un chiste, sería capaz hasta de votar a los comunistas en las próximas elecciones.

– Es un chiste de finlandeses.

– Helados, nos vamos a quedar.

– Esto son dos finlandeses que entran en un bar y se sientan juntos, en la barra. Empiezan a pedir cervezas y, sin decir ni una palabra, se las van bebiendo, tranquilamente. Cuando pasan tres horas y se han tomado un puñado notable de birras, uno de los finlandeses levanta su vaso, se gira hacia el otro y le dice: “¡Salud!” El colega, con gesto de mosqueo, musita por lo bajini: “Yo no he venido aquí a parlotear”.

Que tuviera que ser un chiste lo que dejara sin palabras a Antonio sirvió, además, para que Estrellita y el resto clientes de “Café-Bar Cinema” prorrumpieran en una estruendosa carcajada.

Y es que hasta a Finlandia parece haber llegado la mala follá granaína.

(Continuará)

Y ahora… ¿qué publicábamos, un 13 de marzo de 2008, 2009, 2010 y 2011?