PAN

¿Qué tal un Cuentito para seguir comenzando el año? A ver qué os parece esta pequeña pieza de orfebrería artesanal, casero, casero…

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Era domingo 2 de enero por la mañana. Mi santo. Había leído el primer IDEAL del año 2011, cargado de contenido, mientras desayunaba en “El Madero”, como casi todos los fines de semana. Antes de volver a casa, fui por el pan.

Estaba recién horneada y decir que olía que alimentaba sería hacerle flaca justicia a esa barra de pan, tan tostadita y curruscante, justo como a mí me gusta. Estaba tan crujiente que el pan exigía, a voces, ejecutar ese rito que todos hemos cumplimentado alguna vez: arrancarle la tetilla y comerla mientras caminas por la calle, con gula, placer y delectación.

Estaba ya echándole mano al extremo más puntiagudo de la barra cuando un pequeño demonio me metió una idea en la cabeza: “resiste la tentación un par de minutos más, acelera el paso y regálate a ti mismo una rebanada de pan recién hecho, con aceite y el jamón ibérico que te sobró en Nochevieja”.

Listo, el condenado demonio. Conociéndome, sabía que si me comía la tetilla me entrarían remordimientos por los excesos cometidos durante estas fechas y, al llegar a casa, me daría por contento con el suculento y clandestino bocado de pan callejero.

Subí a casa en una volada, saqué el pan de la bolsa de papel en que venía envuelto y lo dejé sobre la encimera de la cocina para ir al baño a lavarme las manos, manchadas con la tinta del periódico.

La sorpresa llegó al volver a la cocina y encontrar con que a la barra le faltaba justo la tetilla más puntiaguda y apetecible.

Lo que no tendría que haberme extrañado… de no ser porque vivo solo y esa mañana, en casa, no había un alma.

Jesús Lens.

CUENTO DE NAVIDAD

Permitidme que adelante el tradicional Cuento de Navidad unas horas dado que la columna de mañana de IDEAL cae en día 24, que es cuando se publica el cuaderno con los relatos de invierno… Espero que os guste.

NIEVA EN LA HABANA

Nunca le había tenido miedo al folio en blanco. Siendo guionista, ese miedo sería tan absurdo como el del cirujano al escalpelo o el del obrero al andamio. Era escritor y escribía. Punto.

Solo que, en plena ola de frío polar, rodeado de una intensa ventisca de nieve, no conseguía centrarme en las escenas que tenía que escribir, con los protagonistas en un país del Caribe, todo despechugados y calentorros. Escenas que los productores estaban esperando y que tenía que rematar, sí o también, a la mayor brevedad de tiempo.

Había corrido las cortinas, tenía la calefacción echando bombas y hasta me había preparado unos mojitos mientras sonaba el Buena Vista Social Club en el equipo de música.

Y nada. Imposible. No había manera. No tenía yo cuerpo de rumba ni alma de mulato, para escribir las tórridas escenas de mar azul y arena blanca, cuerpos tostados al sol y arrumacos amorosos en noches estrelladas bajo las estrellas del cielo.

Y justo cuando empezaba a desesperar, sonó el timbre de la puerta.

– ¿Don Julio de la Corte Anglada?

Pues no. No era yo.

– El mismo que viste y calza. ¿En qué la puedo ayudar? Pero… ¡pase, pase! No se quede en la puerta, con la que está cayendo.

Unos meses después, volví a contar la historia. Esta vez, ante un público selecto. Debo reconocer que la había contado ya tantas veces que estaba perfectamente pulida, sabiendo a ciencia cierta que triunfaba con ella, de forma arrolladora, en todos los foros y ante cualquier interlocutor.

– Y, por supuesto, quiero dedicar este premio Goya a mi esposa, Gladys. El día que, como la paloma, se equivocó y llamó por error a mi puerta, no sólo inundó de luz y alegría mi casa, mi vida y mi entera existencia; es que su calor y su ardor tropical me sacaron del pozo creativo en que estaba sumido, siendo la pieza clave que me permitió terminar el guión por el que esta noche, queridos compañeros, me habéis concedido este maravilloso premio. ¡Va por ti, Negra habanera de mi corazón!

Jesús Lens Espinosa de los Monteros

DESCONTROLADO

Hace unas semanas nos vengábamos, literariamente, de este payaso. Hoy, tras mostrar esta perplejidad, ajustamos letras con los tipos más odiados del momento.

A ver si os gusta y divierte este sencillo capricho:

– Y, se pongan como se pongan, tenemos que defender nuestros derechos. Es lo que, históricamente, hemos hecho los trabajadores. Y si hay que hacer huelga, se hace. Si hay que empezar perdiendo, para después ganar, ahí estaremos. En el tajo. Luchando. ¿Qué se han pensado esos explotadores? ¿Qué nos van a doblegar? ¿Qué van a poder con nosotros? No saben. Es que ni idea tienen de con quiénes han topado.

Antonio José soltaba esa incendiaria soflama en el salón de su flamante loft de San Sebastián de los Reyes, con dos niveles y jardín privado, a solo diez minutos del aeropuerto de Barajas en que trabajaba, desde hacía diecisiete años, como controlador aéreo.

Y la soflama se la estaba endilgando a su hijo, Borja, ambos sentados en el Divatto anatómicamente adaptado que le hicieron por encargo, frente al Bang & Olufsen que, a nada que subías al sonido, atronaba la casa con los graves más brutales que jamás se escucharon en España. Hablaban, después de comer, frente a la severidad de la mirada de un cuadro muy especial: el Portrait No.2-90 de Saura que Antonio José pudo adquirir en una subasta, hacía unos años, para celebrar el convenio que sus representantes habían conseguido firmar con Aena y el gobierno.

– Pretender que perdamos poder adquisitivo es, sencillamente, una quimera. Y que incrementemos la jornada laboral. Van listos. Con el estrés que tenemos, la responsabilidad de nuestro trabajo y la tensión a que nos tienen sometidos.

Borja callaba. Era lo mejor. Cuando a su padre le salía la vena sindicalista, era lo único que se podía hacer. Una vez le comentó lo extraño que se le hacía verle hablando como si fuera un minero o un obrero de la construcción vestido de Armani, y estuvo un mes sin dirigirle la palabra. Y sin darle un euro, que era peor.

Esa noche llegaba Angelique, su novia belga, y Borja quería tener la fiesta en paz. Venía para compartir el Puente de la Constitución, que no se habían visto desde el verano. Y la separación le dolía como si le hubieran amputado una pierna. Que ya se sabe, a la edad de los Erasmus, lo mal que se llevan los alejamientos forzosos.

– Bueno, no estés inquieto. Ya verás como el decreto aprobado por el gobierno es recurrido y no termina por entrar en vigor.

– No pensarás que vamos a entrar en el juego del gobierno ¿verdad?

– ¿Qué quieres decir?

– Dentro de un rato lo vas a saber. Pero te aconsejo que llames a Angelique y le digas que no se moleste en ir al aeropuerto.

– ¿Cómo?

– Borja, hijo, no puedo decirte más. Pero es mejor que lo sepas: Angelique no va a pasar este Puente con nosotros.

Efectivamente. Angelique no pasó el Puente en Madrid. Pero eso no significó que Borja y ella no disfrutaran de aquellos días juntos. Porque el polluelo, tras confirmar que su padre y sus compañeros iban a secundar una huelga ilegal que cerraría el espacio aéreo español por un tiempo indeterminado, preparó el petate, arrambló con todo el dinero que encontró en la casa paterna, cogió las llaves del coche de Antonio José y salió rumbo a Brujas, a dónde llegaría, extenuado, un par de días después, tras verse obligado a atravesar por carretera media Europa, helada y arrasada por un gélido frente frío.

Meses después, Antonio José mandó una carta a su hijo, a una dirección de Brujas en la que le dijeron que recibía correo postal. Entre otras cosas decía lo siguiente:

“Como sabes, nuestra huelga consiguió terminar de socavar a un gobierno que ya estaba tocado del ala. La convocatoria anticipada de elecciones trajo el triunfo del partido de la oposición, con el que nos fue más fácil negociar. Entre otras cláusulas, conseguimos que nuestros familiares tuvieran derecho al uso de la tarjeta que te acompaño, para viajar gratis e indefinidamente en cualquier compañía aérea. Espero que la aceptes como signo de paz y la uses para venir a casa, que podamos hablar y arreglar las rencillas pendientes.”

Por toda contestación, Borja le envió un folio manuscrito en el que, bajo una reproducción del cuadro de Saura, había añadido lo siguiente:

“Querido Padre. ¿Te acuerdas que siempre dijiste que lo que más atraía de este cuadro era el misterio de su mirada, el enigma sobre lo que querrían decir sus ojos?

Creo que, a lo largo de estos meses, he conseguido averiguarlo.

En dos palabras: “Eres gilipollas”.

E incluyó la tarjeta de vuelos indefinidos, decorada con un artístico graffiti:

Jesús Vendetta Lens

CONCURSOS LITERARIOS

CONCURSO DE PRIMERA FRASE FLORENCI CLAVÉ

1) Pueden enviar sus primeras frases a partir del 1 de diciembre 2010 al correo de la librería info@negraycriminal.com

2) El concurso se cerrará el 15 de enero 2011.

3) Cada Primera Frase podrá tener de una a cinco líneas

4) El jurado compuesto por dos escritores, dos lectores, dos periodistas y dos libreros deliberará antes del sábado 5 de febrero en que dará a conocer la PRIMERA FRASE ganadora en el marco y jornada final de BCNegra: la terraza de la librería Negra y Criminal

5) El Premio será un LOTE NEGRO y un diploma con la frase ganadora.

6)Cada concursante(autores, traductores, lectores, correctores, editores, blogueros, twitteros, y todo aquel que sepa escribir) puede enviar una o varias Primera Frase.

7)La Primera Frase ganadora se publicará en el blog de Negra y Criminal y otros blogs cómplices, nacionales e internacionales.

8) Este concurso, de acuerdo con el maestro Agustín Lara, se hará “solamente una vez”.

APURADO PERFECTO

Sólo Eduardo me podía cortar el pelo. Llevaba más de veinte años siendo fiel a la misma peluquería, desde que mi madre me llevó allí por primera vez, cuando la abrieron orilla de casa. Después de tanto tiempo, Eduardo siempre sabía cuánto y cómo tenía que cortar, sin necesidad de indicaciones.

Era viernes por la tarde y había mucho bullicio en la peluquería, la mayoría de los clientes, hombres, hablando sobre el reciente Barça-Madrid y la paliza blaugrana. Eduardo cogió la maquinilla y me metió la cuchilla del Dos. Muy, muy corto por los lados. Con las tijeras me emparejó el pelado cuartelero y con la navaja apuró toda la pelusilla de la nuca, dejándola limpia y reluciente, tal y como me mostró orgullosamente en el espejo de mano que se reflejaba en el espejo principal de la peluquería.

Habían quedado un par de pelillos, apenas visibles, en el lado derecho del cuello. Eduardo también se dio cuenta y los quitó con la navaja. Y justo entonces fue cuando me rebanó el cuello y me dejó muerto, degollado, en el sillón de su barbería, todo salpicado de sangre. Nunca llegué a saber el porqué.

Jesús apurado Lens