Ayer hablábamos de Omar Sosa (que, o no os ha gustado o no lo habéis escuchado, malandrines) y hoy vamos con otro de los tipazos que tocaron en Dakar: Ray Lema. Por alguna razón, yo estaba convencido de que Lema hacía rumba congolesa. Y no estoy de coña, aunque sea 28-D. Pero no. Ray Lema es congoleño y toca el piano como Dios. Esa fue la primera sorpresa de la noche. La segunda vino dada por el bajista que le acompañó en el concierto: Ettiene Mbappe, un soberbio músico al que vimos en Granada, hace años, tocando con Joe Zawinul.
Pero la tercera sorpresa fue la más especial: el homenaje de los músicos a Alí Farka Touré, el guitarrista maliense, padre del Blues africano. La canción es ésta y, como veréis en el vídeo, respira África por los cuatro costados. Porque Alí estuvo, hasta el final, en su granja de Niafunké, a orillas del Níger. Y su legado es majestuoso. En el Festival del Desierto que disfrutamos hace unos años, como decíamos AQUÍ, el espíritu de Farka Touré, recién fallecido, estaba a flor de piel. Hoy, su espíritu sigue vive.
Dos veces había visto a Omar Sosa. Una, en el Festival de Jazz de Granada, con un concierto repleto de atmósferas extrañas, santería y brutal desmadre absolutamente controlado y orquestado. Después, en Semana Negra de Gijón, en un concierto más clásico y reposado.
A Senegal, al Festival de Artes Negras (sobre el que aquí dábamos unas primeras pinceladas), Omar llevó su espectáculo religioso, profundo y excitante, repleto de efectos de sonido y generador de atmósferas imantantes. Pero le tocó actuar después de Ray Lema y de que Richard Bona hubiera arrasado, por lo que mucha gente se fue. Omar, triste y decepcionado, dio un buen concierto, pero se le notaba tenso e irritado.
Dejamos varios cortes de un concierto que muestra este concepto musical de Sosa. Personal, único e irrepetible.
Cuando le comenté a una amiga que volvía a África, de viaje, me dijo que menudo pesado estaba hecho, siempre yendo al mismo sitio. Cuando se lo dije a Pedro, sin embargo, se alegró. “Menos mal que sigues siendo el que eras”.
Tras volver de Senegal, ni que decir tiene que es a Pedro a quién tengo que dar la razón. Lo anticipábamos, antes de irnos: “¡Menos mal que volvemos al Senegal!” Y conste que escribo esto después de haber pasado 24 horas de fiebre, diarrea y enfermedad. Que viajar a África -¿o será volver?- sigue provocando efectos secundarios tan inevitables como felizmente llevaderos y soportables.
Y lo paradójico de este viaje es que no fui yo quién más empeño le puso. Fue mi Cuate quién, ante la posibilidad de disfrutar del Festival Internacional de Artes Negras, prácticamente me forzó a sacar los billetes para Dakar, aunque no las tuviera yo todas conmigo. Después se nos unió Álvaro y, gracias a las gestiones de Panchi, nos pusimos en marcha.
Como siempre, antes de emprender un viaje lejano, me invadió algo de morriña, un pelín de melancolía. El día anterior a la partida tuvimos esta exigente jornada de trabajo y me fui con una cierta sensación de culpabilidad, de que no era el mejor momento para marcharse.
Pero siempre es buen momento para volver a África, como pronto tuvimos ocasión de comprobar. Al subirnos al astroso taxi que nos condujo, a las 6 de la mañana, del aeropuerto al hotel Al Baraka, en pleno centro de Dakar. ¡Era increíble que aquel vehículo consiguiera circular sin caerse a pedazos! Y, aún así, circulaba. Aunque tuviera que parar a repostar en una gasolinera, sin apagar el motor, por si no volvía a arrancar.
Desde entonces, todo ha sido fiesta, música, baile, colorido, alegría y buen humor en nuestro viaje. Aún en un contexto de pobreza, extrema en muchos casos, Senegal sigue siendo sonrisas y risas, resumidas en un concepto que, hasta ahora, desconocía: la teranga.
“Teranga” es una palabra wolof, uno de los idiomas oficiales del Senegal, y se traduciría como “hospitalidad” o “calidez”, posiblemente, los conceptos que mejor definen la forma de ser de los senegaleses.
Entras a un restaurante, saludas a los camareros y dos minutos después estás hablando con ellos sobre la familia, el clima, el gol de Iniesta, Zapatero o lo que encarte en cada momento. Entre risas y bromas, te sirven las cervezas, la comida, el café… Al despedirte, tras chocar las manos y recibir cariñosos abrazos, te queda la sensación de salir de la casa de unos amigos. De unos buenos amigos.
O en el Marché Kermel, uno de los mercados de Dakar, al que entras para mirar (sólo mirar) y en el que terminas cargado de máscaras, esculturas, brazaletes, tallas, collares o manteles. Pero un mercado del que sales, sobre todo, vitaminado, mineralizado y revitalizado. Como Súper Ratón. Cargado de energía y de buenas vibraciones. Hasta el punto de que volverás, uno o dos días después, sólo por el gusto de hacerte unas fotos con los colegas con los que estuviste regateando como si la vida te fuera en rebajarle medio euro a una camisa de color imposible que sabes positivamente que nunca vestirás. Pero que terminas comprando igualmente, entre risas, siempre entre risas. Y con buen rollo. Porque Yande Thiam, Assane Syllag o Malick Diop terminan por ser buenos compadres, además de excelentes vendedores.
Teranga. Como la mostrada por nuestras queridas Faithú y Makumba en el barco que nos llevaba a la Isla de Goré. Pero el tema de las mujeres senegalesas merece un apartado especial.
Pasándose de terangueros, también hay algunos brasas, en Senegal. Como en todos sitios, por otra parte. Pero son los menos y a nada que te plantas, te dejan tranquilos.
Había vendedores callejeros que insistían en vendernos una camiseta con una leyenda que, ahora, sentado en casa y escribiendo, entiendo como muy acertada y realista: “Si estás nervioso y agobiado, regresa a Senegal”.
Ni Confucio lo hubiera escrito mejor.
De vuelta de nuestro viaje y resurgiendo de la noche oscura de la fiebre, podemos gritar, sin temor a equivocarnos, ¡menos mal que volvimos al Senegal! Y nos convertimos en baobab 😀
No se si os habéis fijado en el Cartel que hay en la Margen Derecha de este Blog, desde hace unas semanas. Es el mismo que aparece aquí abajo. Y que avanzaba lo que ahora confirmamos: vuelvo a África. Al África negra y profunda. De nuevo a Senegal, donde estuve hace dos años y medio, con un grupo de amigos, en un viaje revelador. (Más información e imágenes de aquel viaje, AQUÍ)
Me pierdo unos días por esos mundos que tanto que me gustan. Porque, como explicábamos AQUÍ, de declaro enfermo de África. Todavía.
Sí. Lo contaremos. A la vuelta, supongo. Salvo que encontremos un buen cíber. Y pasamos por Casablanca, un puñado de horas. Y volvemos para la Navidad. Si los pilotos y los controladores así lo quieren. Y la suerte y la fuerza nos acompañan, claro.
¿A qué voy? Esencialmente, a disfrutar todo lo posible de ESTAS actividades. Y de ESTE programa.
La columna de hoy viernes de IDEAL, dedicada a mis compañeros de viaje, los que ya hemos hecho y los muchos que están por hacer. Va por ustedes, lobos y aldeanos, los veteranos y los nuevos.
Ha querido la casualidad que estos días coincidan, abiertas al público, dos exposiciones fotográficas de temática parecida: una mirada hacia y desde África. Y en ambas he tenido participación, de forma más o menos directa, al haber estado en varios de los viajes en que se hicieron las fotografías.
Una es la de Alicia Núñez, que está siendo todo un éxito y que se puede visitar en el Centro Cultural Puerta Real de CajaGRANADA. De ella, aunque haya otras fotos más espectaculares, me quedo con las realizadas en Etiopía y Tanzania. Sobre todo, con la de Toro y otras dos niñas Hammer que, para mí, representan el futuro de África, la ilusión y la esperanza, pero también el miedo y la incertidumbre.
La exposición de Alicia, que ya ha sido visitada por miles de personas, es de una calidad técnica impecable y muestra una mirada limpia hacia los rostros de los habitantes del continente más pobre de la tierra.
La otra exposición, «De Dakar a Saint Louis», colectiva, está conformada por las imágenes que un grupo de viajeros tomamos a lo largo de nuestro periplo por Senegal. Fotografías de unos aficionados que, sin más pretensión que la de mostrar lo que íbamos viendo en nuestro viaje, se pueden visitar en la acogedora calidez de La Tertulia, ese impagable e imprescindible garito de la calle López Mezquita tan cargado de historia y simbología, auténtico dinamizador cultural de nuestra ciudad.
Cuando buscaba un título para esta columna, una palabra era obligatoria: mirada. Porque el común denominador de estas dos exposiciones es precisamente ése, el de la mirada. Una mirada en dos sentidos y dos direcciones. La primera, por supuesto, es la mirada del fotógrafo hacia África, sus paisajes, sus curiosidades, su especial idiosincrasia, su colorido. Es una mirada descubridora y sorpresiva de una realidad que, estando ahí al lado, nos resulta abismalmente ajena.
Pero hay otra mirada, más profunda e intensa: la que las personas retratadas devuelven al espectador. Son miradas que hablan, que cuentan cosas. Son miradas que, si bien te cautivan, también provocan que te hagas preguntas y te cuestiones algunas teóricas certezas.
Y ahí es donde radica el auténtico interés de una exposición como ésta: en el cariño con que los viajeros intentamos captar las vidas cotidianas de algunas de las personas con las que nos cruzamos en esos caminos perdidos de África que glosara Javier Reverte. Voluntariosos y aficionados intentos de mostrar estampas que nos hablan de un África dura, pero también alegre y esperanzadora, luminosa, optimista.
Si tienen un rato, déjense caer por La Tertulia y, tomando un café, una cerveza o una infusión, sumérjanse tranquilamente en la voluntariosa ruta que, uniendo Dakar y Saint Louis, pretende acercarnos a un país tan hermoso como Senegal, a sus paisajes, a sus mercados y, sobre todo, a sus gentes.