Hoy, en IDEAL, publicamos este artículo, que debería llevar un “Danger!”, así de grande…
Los activos se están llevando el protagonismo, escrutados por observadores y analistas, siempre bajo el foco de la atención mediática, pero ¿qué pasa con los pasivos tóxicos?
Para mí, los pasivos tóxicos son lo peor de lo peor, lo más nocivo y peligroso que puede existir. Ser tocado por uno de estos sujetos es infinitamente peor que si lo hiciera un gafe; como si te cayera encima una anti-lotería cuyo premio es amargarte la existencia.
El pasivo tóxico nunca tiene nada que decir, pero no dejará de hacerlo: con sus expresiones mohínas, su rictus grave y apesadumbrado y a través de sus caídas de hombros y leves giros laterales de cuello. Nunca se negará a hacer cualquier cosa, pero tratará por todos los medios de que sea imposible su ejecución o, como mal menor, de que se haga tarde, mal y nunca.
El pasivo tóxico nunca tiene propuestas que hacer. Al menos, ninguna razonable. Él solo podría conseguir la paz mundial, arreglar el conflicto árabe-israelí, meter a Mas en vereda y hasta solucionar el tráfico de Granada. Pero, a la hora de contribuir con alguna aportación seria para cualquier ámbito de la vida personal, laboral, empresarial o relacional; el pasivo tóxico no sabe o no contesta. ¡Él no es de este mundo y las cuestiones mundanas no merecen ni un segundo de su atención!
Para el pasivo tóxico, las cosas nunca han salido bien, los proyectos nunca se han ejecutado con éxito y los logros alcanzados nunca son suficientes. Siempre habría que haber hecho las cosas de otra manera. ¿De cuál? Eso no se sabe. Ni se sabrá nunca. Así, no; eso sí.
Pero lo peor del pasivo tóxico es cuando, a pesar de su constante negativismo (¿o, quizá, a causa de él?) se ve encumbrado. Esas miradas de “ya decía yo que…” y esa personificación del Desastre Anunciado hacen que, en situaciones complicadas, los pasivos tóxicos tengan sus dosis de predicamento y empiecen a adquirir poder. Entonces ya es el acabose para quiénes le rodean.
Proyectos que nunca terminan de definirse, horas y horas de interminables e infructuosas reuniones, planes que jamás llegarán concretarse, culpabilidades mal repartidas, cazas de brujas, parálisis, esclerosis… la muerte en vida, el agusanamiento, la podredumbre, la zombilización.
De los pasivos tóxicos hay que huir como de la peste. Y, si no queda más remedio que tratar con ellos, será esencial blindarse, vacunarse y protegerse contra su maléfica y mefítica toxicidad. No hay que entrar en su juego ni discutir con ellos o tratar de entender su lógica: no la hay.
Yo tengo una habilidad especial para detectarlos y salir por piernas. Quizá porque hace muchos, muchos años, uno me amargó la vida. O lo intentó. Y eso imprime carácter. Lo malo es que, con la crisis, los pasivos tóxicos proliferan. Así que, ¡ojo avizor! El que avisa no es traidor.
Jesús Lens