Con Daniel Barredo en Salobreña

No sé si podré estar finalmente con Daniel el viernes, a las 19 horas, en la librería 1616 Books de Salobreña, presentando su “El viaje a Budapest”, pero me gustaría.

Horrores.

En el mejor sentido de la expresión. ¿Os acordáis que hace unos meses reseñábamos su excelente, dura, contundente y salvaje novela? Pues lo mejor es que Daniel, en las distancias cortas y frente al público, se crece. Conecta. Comunica. Encandila.

Tener a Daniel en Salobreña es una de esas conjunciones planetarias que engrandecen el mundo de la literatura y la cultura. Salobreña, tierra de efervescencia artística, acoge a uno de esos autores con mucho que decir. Con mucho que contar. Y el escenario no podía ser otro que ese templo de la resistencia lectora: 1616 Books, con el incansable Antonio Fuentes a la cabeza.

Llegue yo o no llegue, da igual. Daniel cuenta con una presentadora de lujo: la periodista María Pérez Rico, cuyos reportajes culturales en Granada Hoy nos han hecho disfrutar enormemente todo este verano.

El viernes va a ser, por tanto, un día interesante.

Yo, si fuera tú y estuviera por la Costa, no me lo perdería. La poderosa prosa de Daniel Barredo tiene una excelente correspondencia con su dialéctica, quizá menos agresiva, pero igualmente fluida, preclara, adivinadora y, sobre todo, inteligente. Muy inteligente.

Eso sí. Si vas a la presentación, deja hueco en la agenda del fin de semana para leer “El viaje a Budapest”. Porque, además de comprarla y llevártela firmada y dedicada; no te podrás sustraer al torbellino de su fuerza y la devorarás en un puñado de horas que te harán volver a sentir la capacidad táctil y succionadora de la literatura escrita con las tripas. Y con las entrañas.

Jesús Lens

El viaje a Budapest

Lo leí, de dos sentadas, antes de salir de viaje, pero decidí dejar pasar unas semanas antes de reseñarlo.

¿Les gusta a ustedes mancharse de tinta los dedos de las manos, cuando leen el periódico? A mí sí. Es una sensación agradable. La tinta fresca es sinónimo de actualidad, por mucho que los periódicos, en los tiempos de Internet, sean algo siempre obsoleto y desfasado, aún recién salidos de la imprenta.

Tras devorar “El viaje a Budapest” me fui de viaje para comprobar si, a la vuelta, mis dedos estaban limpios o seguían impregnados del olor que su lectura les había dejado impresos. Porque, igual que los periódicos manchan, la novela de Daniel Barredo huele. Y, cuando la lees, te impregna de su olor.

¿Y saben qué les digo? Que no. Que el olor no ha desaparecido.

Lo sé, querido lector. Efectivamente, estoy soslayando la cuestión. Porque yo, al contrario que Daniel, soy un tipo pudoroso. Pacato incluso. Y por eso me resisto a hablarles de ello. Del olor.

¿Recuerdan ustedes esta entrada? Pues lean, lean, para empezar a hacerse una idea de lo que hablamos.

O, si no tienes ganas de clickear… ¡atento!

“Me puse de rodillas y empecé a lamer aquel coño monstruoso. Varias veces tuve que detener la tarea por culpa de un atasco de pelos; se notaba que el espagueti no trillaba a su mujer con frecuencia. Cuando acabé el trabajito le enseñé mi rey de bastos y se la metió en la boca tanto rato que me dio tiempo a recitar mis cinco sonetos preferidos de Miguel Hernández. Aproveché un descuido y eché unos goterones de leche sobre su vestido rojo. Se enfadó y murmuró algo sobre su marido. No dije nada; me tumbé en la cama y me quedé dormido antes de su portazo.”

Lo sé. Lo sé.

Pero esto es lo que hay.

Ahora bien, ¡confiesa! ¿A que, si tuvieras ahora mismo el libro en tu poder, te lanzarías a seguir leyendo?

Porque sí. Es verdad. La novela de Daniel Barredo, Premio Andalucía Joven de Narrativa 2011, rezuma humores y deja mancha. Y eso no es nada fácil de conseguir. Sobre todo, porque los humores permanecen y las manchas son indelebles. Es más, con el tiempo, se hacen aún más grandes, más intensas, más poderosas.

“El viaje a Budapest” es una novela fresca, valiente y libre. Anticonvencional y a contracorriente. De hecho, el autor no tiene empacho alguno en escribirla en primera persona y, además, en bautizar a su protagonista con el nombre de… ¡Daniel Barredo!

Bukowski, al menos, se inventó a un alter ego, Chinaski. Pero Daniel no lo hace y así, el realismo sucio, húmedo, agresivo y salvaje de su novela resulta aún más adherente y perdurable.

Contar de qué va “El viaje a Budapest” no sé si tiene mucho sentido. Yo lo definiría como un inmejorable ejemplo de todas esas perlas de Sabiduría de Sobrecito de Azúcar que hemos leído estos años acerca de la capacidad de adaptación del ser humano a las circunstancias cambiantes de una vida incierta.

Porque el protagonista de la novela, además de follar desaforadamente, tiene un puñado de licenciaturas en distintas disciplinas. Es un joven, aunque sobradamente preparado que, además, ni se droga ni apenas bebe e, incluso, se machaca en el gimnasio. ¡Mens sana in corpore sano!

Solo que una mente sana en un cuerpo de revista, además, tiene que comer. Y pagar un alquiler. Y eso cuesta dinero. Y las licenciaturas, los Máster y un cuerpo Danone no sirven para pagar facturas en esa especie de arcadia feliz en que vivíamos hasta que todo el tinglado se fue al carajo, el verano de 2008. Y ahora, muchísimo menos. Así que… ¡hay que ingeniárselas para comer! Y si hay que putear, se putea.

Y de eso va “El viaje a Budapest”.

Y ahora vas y la compras. Y la lees.

No.

Paso de pasarte mi ejemplar de “El viaje a Budapest”. Y no solo porque está dedicado por Daniel y no quiero arriesgarme a perderlo, sino porque, de los 15 euros que cuesta, al menos un euro y medio irán a la buchaca de su autor.

Y se lo merece.

¡Vaya si se lo merece!

Jesús Lens

Y ahora, veamos si los anteriores 16 de abril publicamos algo menos salvaje. ¡Seguro que sí! 2008, 2009, 2010 y 2011

El viaje a Budapest (previa)

¡Que si me acuerdo, me pregunta!

Qué gracioso, Daniel.

¡Cómo si uno mantuviera habitualmente peleas columnísticas con compañeros de periódico!

Os cuento.

Hace unos años, al principio de mis colaboraciones en las páginas de Opinión de IDEAL, coincidía con otro columnista, insultantemente joven, llamado Daniel Barredo.

¡Cómo conseguía irritarme, el tío! No siempre, claro. Pero a veces, sí. Ahora bien, ¡cómo escribía, el cabronazo! Era uno de esos jóvenes airados que no se mordían la lengua, dotados de una prosa tempestuosa, agitadora, deslumbrante y salvaje.

En cada uno de sus párrafos había una fuerza descomunal así que, aunque había veces en que sus tesis me sacaban de quicio, no podía dejar de leerle. ¡Demonios! Ni podía… ni quería.

Daniel Barredo hacía bandera de la incorrección política, pero se notaba que no era pose: le llevaba dentro.

Hubo una ocasión en que cargó contra los viejos, a quiénes otros hubiéramos llamado “la tercera edad”. Decía algo así como que habían caído unas gotas de lluvia y el viejo, torpe y desacostumbrado, se había puesto al volante. Y la había liado, claro.

No recuerdo si fue a ese artículo o a algún otro al que le contesté, a través de mi privilegiada columna. Y mira que a mí no me gustan las peleas públicas, los fuegos cruzados ni esas milongas tomboleras y populacheras. Pero algo de lo que escribiera Daniel fue la gota que colmó el vaso y le dediqué una columna con tintes de reproche.

¡Lástima ser tan descuidado y no haberla guardado!

En fin.

Después, Daniel dejó de publicar en IDEAL. Y le perdí la pista. Nunca más se supo.

Hasta que, hace unas semanas, leí en la prensa cultural que un tal Daniel Barredo había ganado el Premio Andalucía Joven de Narrativa 2011 por su novela “El viaje a Budapest”.

Y, casualidades de la vida, me lo encontré por el Facebook, amigo de una recién incorporada amiga, periodista y amante de la cultura.

Y lo agregué.

Y me aceptó.

Y me mandó un mensaje preguntando que si me acordaba de aquellas reyertas periodísticas nuestras…

¡Que si me acordaba, me pregunta!

El caso es que, al poco de ser amigos del Facebook, recibí un mensaje instándome, a mí y a otros compañeros cibernéticos, a leer su novela. Una novela que le está reportando graves consecuencias personales y familiares, según nos cuenta.

¿Por qué?

Pues porque, nada más leerla, “mis vecinos ya nunca más me verán como aquel adorable muchacho que nació para hacer cosas grandes, sino que torcerán las cabezas y me llamarán hijo de la gran puta. Mi familia no querrá saber nada más de mí y lo que es peor: no tendré a nadie a quien dar un sablazo”.

El autor escribe esto en un prefacio que es toda una declaración de intenciones.

En mis manos tengo un ejemplar de “El viaje a Budapest”, llamándome. A voces.

Empieza así:

“El coño de Rosario era tan vulgar como esa lata de anchoas en aceite de girasol que sirven en los bares de carretera. Tenía tantos pelos como la pantorrilla de un gigante y olía mal, a ostras podridas, a país sin agua.”

Escribo estas líneas un sábado por la noche. ¿Momento idóneo para empezar a leerlo? Lo sería si hubiera salido a la calle y volviera de tomar unas Alhambras con los amigos. O de algún concierto. O de apurar unas copas.

Pero no ataviado con un chándal disparejo y las zapatillas de paño puestas, desde que volví de correr, tal y como me hallo.

La verdad, para hacer justicia a un libro como el que, creo, va a ser éste, conviene empezar a leerlo un poco encanallado y engolfado, con sabor a alcohol en el gaznate y derrotado por la noche.

O quizá no. ¿Quién sabe?

En cualquier caso, ya os contaré.

Jesús expectante Lens

PD.- Veamos, en anteriores 18 de marzo, en qué estábamos: 2008, 2009, 2010 y 2011