Podría haber esperado a escribir esta columna hasta última hora de la tarde, cuando los mentideros literarios ya hubieran filtrado el nombre del ganador o ganadora del Premio Planeta, pero no me resulta necesario saber si la novela galardonada es histórica, siguiendo la estela de Noah Gordon, o un thriller contemporáneo que transcurre en Venezuela. No me resulta necesario, al menos, para lo que les quiero contar. Sobre lo puramente literario, ya hablaremos. O no.
Lo importante es que el acto del fallo del Planeta -y su multitudinaria cena, seguida de la animada fiestuqui- se celebró en la misma ciudad de Barcelona que la editorial ha abandonado como sede social tras la declaración -o no- de independencia anunciada por Puigdemont. Además, para mayor emoción, el Planeta se falló justo la víspera del día en que finaliza el plazo dado por el gobierno de España al presidente de la Generalitat para que aclarara si sí o si no. O si todo lo contrario.
Ya les hablaba hace unos días del batiburrillo de sensaciones de este mes de octubre, muy centrado en lo cultural mientras que, ahí fuera, la actualidad de los acontecimientos amenaza con arrollarnos. Entonces leí la cifra, el frío dato que puede darle un sentido a todo esto: según el presidente del Grupo Planeta, en los dos últimos meses, la compra de libros ha caído un 25% y en las librerías de la cadena Casa del Libro, la afluencia de público habría descendido a la mitad.
Es sintomático que, a medida que se ha ido enconando el Procés, uno de los grandes perjudicados haya sido el sector del libro. “¡Normal”, dirán algunos. “¿Quién tiene tiempo de leer, con la que está cayendo?”
Y en esas estamos. Devorados por la actualidad, sin tiempo para la lectura y, por tanto, sin espacio para el análisis y la reflexión e incapacitados para evadirnos mínimamente de una realidad impuesta por la fuerza de los hechos. Este año interesa menos el nombre del ganador/a del Planeta que todo lo que rodea al premio mejor dotado de las letras españolas, definición que siempre me ha sonado un poco pornográfica, por otra parte.
En cualquier caso, no permitamos que la terca realidad nos aleje de las librerías, por favor. Ni del cine, las salas de conciertos o los museos. Es la cultura, la que nos hace libres.
Jesús Lens