Es difícil encontrar una novela negra española que te no te la esperes y te sorprenda. Que te sorprenda enormemente.
Me ha pasado con “El carbonero”, de Carlos Soto Femenía, publicada por Destino. La acción transcurre en Mallorca. Pero no en la Mallorca más bulliciosa y bullanguera, sino en una zona rural, alejada del mundanal ruido. Una Mallorca de hace muchos, muchos años, que la que el carbón se “fabricaba” a mano e ir por hielo a los neveros era una profesión.
Una Mallorca de caminos y trochas que se recorrían en mulo. O a caballo. Una Mallorca en la que las relaciones sociales estaban muy definidas y en la que ascender por la escala que no te correspondía era misión imposible.
Segundo párrafo de “El carbonero”: “Habían asesinado a mi madre. Le habían partido la cabeza con un hacha. El buhonero, que era quien había venido a darme aviso, no había sido tan explícito, naturalmente. Los detalles los sabría más adelante”.
Y, a partir de ese segundo párrafo, la historia de Marc sigue creciendo en intensidad. Porque el asesinato de una madre no se olvida. Y que le hubieran abierto la cabeza de un hachazo, menos. Sobre todo porque aquella barbaridad dejó muy tocado al padre de Marc. Un Marc que se vio obligado a crecer deprisa.
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Hace un par de años, el francés Oliver Truc nos sorprendió con una novela negra teóricamente imposible, El último lapón. Y digo que era teóricamente imposible porque una trama negra y criminal en el Círculo Polar Ártico era algo que requería de mucha imaginación. De ella hablé en esta entrada y, paradójicamente, hila con la próxima entrada de El Rincón Oscuro.
Y, sin embargo, aquella novela le quedó muy bien, protagonizada por un nativo sami que pertenecía a la Policía de los Renos, nada menos. Lo pintoresco de algunos personajes y el entorno hostil en que se desarrollaba la trama conseguían enganchar al lector, prendado una historia cuyos protagonistas se movían en motos del nieve igual de los cowboys lo hacían aupados a sus caballos.
Vuelve Oliver Truc con su personaje por antonomasia, el policía Klemet Nango, acompañado por su compañera, Nina Nansen, una noruega del sur que, poco a poco, se va acostumbrando a las peculiaridades del Gran Norte.
El estrecho del Lobo arranca de forma espectacular, con el paso de los renos, a nado, por un peligroso estrecho. Máxima concentración. Un error y se puede provocar una estampida fatal. Y, de repente, el accidente.
Un accidente fatal al que no tarda en seguir otra muerte. Ésta menos accidental. Que el polémico y populista alcalde del pueblo en que transcurre la trama aparece asesinado.
En paralelo seguiremos la historia de otro nativo sami. Uno que renunció a la herencia cultural de su pueblo y pasó de renos, transhumancia y pastoreo. Bien dotado para el buceo, se ha convertido en uno de los buceadores más importantes de la zona. Zona petrolífera y, por tanto, rica. Zona peligrosa, también.
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El Nadal es el premio comercial más prestigioso de las letras españolas. No es el mejor dotado, económicamente hablando, pero sí el más celebrado por los buenos aficionados a la literatura. Otros tienen más nombre, más boato, más mercadotecnia y, seguramente, más ventas aseguradas. Pero el Nadal es el premio que convierte a un autor en maestro de las letras, el que lo eleva a lo más alto del escalafón.
Desde que Carmen Laforet lo ganara por primera vez, allá por 1944, el Nadal cuenta en su nómina con lo más granado de las letras españolas, desde Delibes, Sánchez Ferlosio, Ana María Matute y Cunqueiro a Manuel Vicent, Casavella, Eduardo Lago o Rosa Regás.
Además, el Nadal es un premio que ha mirado en muchas ocasiones a la literatura negra y criminal, encontrándose entre las novelas premiadas, por ejemplo, “El niño de los coroneles”, de Fernando Marías; “Donde nadie te encuentre”, de Alicia Giménez Bartlett o “El alquimista impaciente”, de Lorenzo Silva.
A esta nómina se ha sumado este año Víctor del Árbol con la muy negra y adictiva “La víspera de casi todo”, publicada por la editorial Destino. Una novela protagonizada por personajes al límite. Todos ellos. Excepto un par de secundarios, necesarios para hacer avanzar la trama, a todos los personajes de la novela los encontramos viviendo al límite.
Porque la acción de la novela se concentra en un lapso de tiempo muy estrecho: tres días. Y si nos remontamos un poco atrás, a través de los sensacionales flash backs utilizados por el autor, la narración abarca tres meses: los que van de junio a agosto de 2010.
Tres días, tres meses que, sin embargo, ocupan toda una vida. De hecho, ocupan y determinan las vidas de los protagonistas de una historia coral en la que pasan muchas, muchas cosas. Y todas ellas, trágicamente apasionantes.
Por ejemplo, el prólogo, que transcurre en Málaga, en el verano de 2007, y durante el que conoceremos a Germinal y al hombrecillo con el que todo empezó. Un prólogo en que asistiremos a una ejecución. Salvaje. Una ejecución que conllevará la siembra de una maléfica semilla. Aunque la justificación fuera posible.
Y ahí radica la clave de esta novela, emparentándola con “Un millón de gotas”, la anterior obra de Del Árbol. ¿Hay justificación para la violencia? ¿Dónde está el límite entre la justicia y la venganza? ¿Hasta qué punto somos responsables de las decisiones que tomamos y de las acciones que realizamos, cuando estamos sometidos a una presión que va más allá de lo humanamente soportable?
Una mujer ha desaparecido. Es rica y famosa. Y atormentada. Porque le quitaron lo que más quería. Una mujer aparece, súbitamente, en un pueblo remoto de la Costa de la Muerte. Y una mujer ingresa en el hospital, salvajemente apaleada. Un policía tendrá que enfrentarse a sus demonios, para encontrar respuestas que expliquen el porqué de esa violencia. Una violencia que sacude, hasta los cimientos, el precario y complejo equilibrio que un par de familias han conseguido alcanzar, en aquel remoto punto del Finis Terrae.
A través de una prosa cargada de poesía y de imágenes muy visuales, en la que lo telúrico enriquece la narración y hace avanzar la acción, la lectura de “La víspera de casi todo” es una gozada para los amantes de la novela negra que, desde el presente, bucea en las contradicciones del pasado.
Por ejemplo, el diálogo que mantienen dos de los personajes:
La memoria no tiene remedio…
Te equivocas. Lo que no tiene remedio es el pasado. Pero la memoria es una forma de inventar el presente.
Pasado y presente confluyen en una novela que nos hace plantearnos si el futuro es posible. Una novela para buenos y exigentes lectores, a los que les guste la solidez de una novela sin fisuras, que cabalga por distintos planos temporales, siguiendo las complicadas vidas de unos personajes al límite.
Como al límite estaban los protagonistas de “Un millón de gotas”, una novela monumental, totémica y espectacular. Y no solo porque se trata de un tocho (en el mejor sentido de la palabra, en absoluto peyorativo) de 650 páginas; sino por la ambición de su planteamiento, abarcando cerca de un siglo de historia(s), repleto de personajes y sagas cuyas vidas, aventuras y desventuras están condenadas a encontrarse, cruzarse y enfrentarse, una y otra vez.
Advertencia: una vez que el lector termine de leer sus respectivos prólogos, ya no podrá dejar de leer “Un millón de gotas” y “La víspera de casi todo”. ¿Queda claro? Porque los prólogos son tan brutales que te sacuden como un puñetazo en pleno rostro. Uno de esos ganchos que te elevan hasta las nubes. De las que Víctor del Árbol ya no te dejará bajar hasta que, anhelante y entusiasmado, llegues al final de unas historias caracterizadas por una radical ausencia de maniqueísmo.
Que no por casualidad estamos ante uno de los autores capitales de la narrativa española contemporánea.
Irse. Desaparecer. Perderse. Desvanecerse en el aire. ¡Anhelo de tantas y tantas personas a lo largo de la historia! Algo que, por desgracia, cada vez es más difícil de conseguir.
Sin embargo, lo de simular ser quien no eres… eso ya es harina de otro costal. Y si no, que le pregunten al Pequeño Nicolás.
Leía “Un reloj por corazón”, de Peter Swanson, novela publicada por Destino; y pensaba en diversos fuguistas de la historia de la literatura, el cine y la televisión, con Don Draper, uno de los grandes Mad Men, a la cabeza. O el protagonista de “El adversario”, aquella joya de Emanuelle Carrere.
Porque esta novela nos cuenta una historia de desaparecidos. Supuestamente. Y de reaparecidos. Estamos en la Costa Este de los Estados Unidos. Es verano. Hace un calor húmedo y pegajoso. Es viernes. Y George Foss, un hombre tranquilo, solo pretende tomarse una cerveza en uno de sus bares favoritos. Entonces, llega ella. Liana. Aquella Liana que, veinte años atrás, fue el amor de su vida y que, un día, desapareció sin dejar rastro.
Liana. ¡Ah, Liana! Inevitablemente, George ha seguido buscando a Liana en cada rostro de mujer que se encontraba. Y, de repente, allí estaba. Distinta. Pero la misma. Una Liana, por supuesto, metida en un lío. Y que necesita ayuda.
Porque así es la novela policíaca. O de misterio. No negra. En este caso, no estamos antes una de esas habituales novelas negras, más negras que la pez, que acostumbro a reseñar. En este caso, estaríamos más en la órbita de Hitchcock que en la de los clásicos en ByN de Hawks, Lang y compañía.
Y no es baladí la comparación: el ritmo de la novela y el tono que le imprime Peter Swanson son muy cinematográficos, hasta el punto de que, a medida que la vas leyendo, vas viendo los paisajes, los edificios, las carreteras, los moteles, etcétera que transitan por sus páginas.
Liana se convierte en una de esas presencias femeninas más sugeridas que mostradas, al principio de la narración. Como “Laura”. Como “La mujer del cuadro”. Presencias femeninas sugerentes y sugeridoras. Que, en la segunda parte de la narración, ya cogen carrerilla. Y protagonismo, claro.
Y tenemos a George. Uno de esos hombres buenos que, a veces, parecen pecar de tontones. Pero que no lo son. ¿O sí? ¿Tú te fiarías de una antigua novia desaparecida veinte años atrás? ¿Una novia que se esfumó como por arte de magia? Quizá sí. Siempre que, mientras haces por ayudarla en el presente, empiezas a tirar de los cabos del pasado. Y lo harías aunque supieras que todo lo referente a Liana te va a traer problemas. Pero… ¿no te quejabas de que tu vida era monótona y de que tu trabajo se había vuelto aburrido?
Un consejo: cuando empieces a leer “Un reloj por corazón”, procura no tener la agenda muy cargada: tendrás que anular compromisos. Estamos antes una de ESAS novelas. Eso sí. Del final no hablamos. O hablamos cuando la hayas leído. ¿Vale?