¡Gente! Ya saben ustedes que si hoy es miércoles… ¡hoy toca jazz! Y lo vamos a celebrar con una nueva entrega de «Cine con Swing», apurando nuestra relectura de «Alrededor de la medianoche». En este caso, estudiamos la relación entre los personajes de ficción de la película y los auténticos protagonistas de una de las amistades más hermosas de la historia del cine, de la que empezamos hablando AQUÍ. ¿Nos sigues? Pues vamos que nos vamos. #cineconswing
La primera vez que vi “Alrededor de la Medianoche” me enfadé con Francis, al que Dale llama, cariñosamente, Lady Francis, con esa voz maleada y rota que gastaba, como de ultratumba, como si se la hubiera dañado de tanto soplar el saxo.
¿Por qué no se quedó pegado a Dale y lo obligó a embarcar con él en el vuelo rumbo a París, ese vuelo que le habría salvado la vida y le habría permitido seguir tocando, componiendo y grabando más tiempo? ¿Por qué lo dejó campando a sus anchas, sabiendo que las garrapatas se iban a cebar con él, carente de fuerzas y de voluntad para evitarlas?
Vuelta a ver, más mayor y baqueteado por la vida, comprendes que era el único final posible, honroso y poético, para una amistad que, de cualquier otra manera, habría terminado corrompiéndose, banalizándose, atemperándose y enfriándose.
Pero, ¿cuál es la verdadera historia que hay detrás de los personajes de “Round Midnight?
Cuando termina la película, escuchamos la voz de Dale desgranando la siguiente letanía: “Ojalá vivamos como para ver una avenida llamada Charlie Parker, un parque llamado Lester Young, una plaza llamada Duke Ellington e incluso una calle llamada Dale Turner”.
Y unas palabras sobreimpresas en pantalla: la película está dedicada a Bud Powell y Lester Young. Con respeto.
Y es que, efectivamente, Bertrand Tavernier se inspiró para construir a los personajes de su película en el libro “La danza de los infieles”, de Francis Pudras, en la que se cuenta su profunda amistad con un músico de jazz: el mencionado Bud Powell.
Nacido en el seno de una familia de gran tradición musical, en Harlem, el 27 de septiembre de 1924, Powell mostró una precocidad inaudita y con muy poquitos años era capaz de tocar piezas de diferentes músicos de jazz con solo escucharlas una vez. Además, se aficionó a la música clásica europea más vanguardista, trabajando sobre las composiciones de Debussy, Chopin, Beethoven, Bach o Liszt.
A la temprana edad de quince años dejó los estudios para dedicarse profesionalmente, en cuerpo y alma, al jazz. El Be-Bop se cruza en su vida y participa en jam sessions con personajes de la talla de Bird, Dizzy y, sobre todo, de un pianista que ejercería una notable influencia en su vida: Thelonious Monk.
Durante los primeros años cuarenta, además de tocar el piano como un descosido, su sangre caliente y su fuerte temperamento le llevó a protagonizar diversos jaleos, a meterse en broncas y a ser detenido por escándalo público. Según contó el mismo Powell, fue por defender a Thelonious que se metió en una bronca con un policía que dio con sus huesos en el hospital de Bellevue, en Philadelphia, descalabrado.
En la ficha de ingreso, Powell se describió a sí mismo como: “Pianista y compositor de cerca de 1000 canciones”. De hecho, el médico que lo trató consideró que tenía delirios de grandeza y decretó su internamiento en el pabellón de enfermos psiquiátricos. Fue la primera vez que le pusieron una camisa de fuerza, prenda que se vería abocado a vestir otras muchas veces en su vida. Solo tenía ventiún años cuando pasó sus primeros doce meses encerrado en un manicomio y presa de fuertes dolores de cabeza, depresión, ansiedad, etcétera.
A partir de 1946 vuelve a los escenarios para convertirse, sencillamente, en una leyenda y en un pianista referencial para el resto de músicos de la época, pero quiso la fatalidad que en 1947, justo después de grabar con otro mito, Charlie Parker, fuera ingresado nuevamente en un psiquiátrico, donde le dieron sus primeros electroshocks.
La constante dialéctica entre música, grabaciones, actuaciones, consumo de alcohol y drogas, broncas y peleas, detenciones, ingresos en clínicas y hospitales, electroshocks y otros tratamientos de lo más agresivos irían minando no solo su creatividad, sino también su destreza interpretativa. Y, por supuesto, su memoria. Por ejemplo, en 1951, durante uno de sus ingresos hospitalarios, los médicos solo le permiten tocar el piano una vez a la semana.
En 1953, formando trío con Duvivier y Taylor, Powell actuó decenas de noches en el famoso Birdland. Y durante aquellos meses, el dueño del garito lo sometió a una disciplina más carcelaria que cuartelera; encerrándolo en un piso tras cada actuación e impidiéndole pisar la calle, uno de los episodios que fueron libremente recreados por Tavernier en “Round Midnight”.
En 1956, Powell viaja a Europa por primera vez. Posteriormente, en 1959, regresará al Viejo Continente, para convertirse en la gran atracción del famoso Blue Note de París. Cinco años en los que tocaría por varios países y grabará varios discos, encontrando apoyo y ayuda en amigos como ese Francis Paudras que, posteriormente, escribiría el libro sobre su relación y su amistad que inspiró “Alrededor de la Medianoche”.
A finales de 1964, Powell sintió añoranza de su amada Norteamérica y volvió a Nueva York, donde fallecería el 31 de julio de 1966, después de volver a tocar en el Birdland de sus amores… y sus pesadillas. Las causas de la muerte: una mezcla de tuberculosis y malnutrición. El mejor de los homenajes: un cortejo de cinco mil personas acompañaron el féretro con sus restos por las calles de Harlem, en uno de esos multitudinarios y festivos funerales que pasaron a la historia del barrio.
Por su parte, el saxofonista Lester Young fue otro de esos músicos revolucionarios y visionarios (el estudioso Gunther Schuller lo definió como “el artista de jazz más influyente entre Louis Armstrong y Charlie Parker) que, a finales de los años cincuenta y tras una monumental carrera a sus espaldas, malvivía en París, encerrado en un apartamento y aplicado exclusivamente al arte de matarse bebiendo, lo que conseguiría llevar a término el 15 de marzo de 1959, en la muy letal ciudad de Nueva York. Contaba con cuarenta y nueve años de edad.
Y nos queda el otro lado del triángulo: Francis Paudras, un artista gráfico enamorado del jazz hasta la enfermedad y casi hasta el delirio, coleccionista de instrumentos y demás parafernalia musical y pianista aficionado. Paudras conoció a Bud Powell a principios del los sesenta y se convirtió en uno de sus patrocinadores; en su amigo y su cuidador, enfrentándose en los tribunales a la propia esposa del músico para conseguir su custodia legal.
En 1964, Paudras acompañaría a Powell en su regreso a los Estados Unidos y fue parte decisiva en la expectación que creo la vuelta del pianista al Birdland, donde se comprometió a tocar seis semanas a partir de diciembre de ese mismo año. Sin embargo, la vuelta al alcohol y a la mala vida por parte del músico daría al traste con la aventura. Eso sí: Paudras se perdió el nacimiento de su propio hijo, por acompañar al pianista en su postrer vuelta a los escenarios.
De vuelta en Francia, Paudras siguió cultivando la amistad de músicos de jazz como Bill Evans y Jacky Terrason y, en 1981 publicó un libro de fotografías junto a Chan Parker, la viuda de Bird: “To Bird With Love”.
Pero su gran devoción fue, por siempre jamás, ese Bud Powell del que siguió editando discos, incluyendo grabaciones que había hecho en sesiones privadas y particulares. La pregunta es: ¿qué llevaría a este enamorado del jazz a suicidarse, el 26 de noviembre de 1997, en su casa de Antigny, a los sesenta y dos años de edad?
Misterios de la vida. Y de la muerte.
Cid & Lens