Hoy coinciden en el calendario dos festividades diferentes: el Día Internacional de la Francofonía y, a la vez, el de la Felicidad.
Aunque me guste ir a la contra y mi espíritu de contradicción invite a no hacerle caso a las festividades oficiales, tampoco voy a empeñarme en ser un desgraciado, precisamente hoy. Pero eso del Día Internacional de la Felicidad… ¿no les parece un poco aventurado? De hecho, se está escribiendo mucho contra la Tiranía de la Felicidad y la Dictadura de la Sonrisa.
Tengo un conocido que, a la socorrida pregunta de ‘¿Qué tal? ¿Cómo estás? ¿Cómo van las cosas?’, invariablemente me responde que de maravilla. Que todo bien. Como nunca. Maravilloso y de fábula. Ni que decir tiene que no me lo creo: es imposible tanta felicidad sin fisuras y de forma permanente.
Desconfío de los happy flowers que, cuando no saben qué ponerse, se ponen una sonrisa. Así por sistema. No es que defienda la cara de vinagre, la expresión hosca, el ceño fruncido o el rictus de estar oliendo a caca; pero la felicidad por decreto me parece falsa, cínica y farisea. Y cansina. Muy cansina.
Por tanto, mejor celebro la Francofonía. Desde que conocí a Margarita Buet, la presidenta de la Alianza Francesa de Granada, me siento cada vez más afrancesado. Tiendo a leer a escritores de nuestro país vecino, escucho con devoción los sueños de Ravel y cada semana veo un par de películas francesas en versión original subtitulada. El desafío para los próximos meses: su gastronomía, una de mis asignaturas pendientes, más allá de los quesos y los patés.
Hoy se celebran una cultura y un idioma común y, con especial énfasis, la diversidad integradora de la Francofonía. ¿Despertará tanta controversia como, en los últimos años, nuestra celebración de la Hispanidad o habrán superado los franceses su propia Leyenda Negra?
Por mi parte, la voy a disfrutar leyendo ‘El archipiélago del perro’, de Philippe Claudel, recién publicada por Salamandra. Escuchando un poquito de jazz manouche y viendo un noir de Melville o una comedia de Guédiguian. Y si me encaja, hincándole el diente a un confit de pato. Formas sencillas de abundar en mi afrancesamiento y, a la vez, ser muy feliz.
Jesús Lens