El del falso culpable es un género en sí mismo que, en el contexto del noir, ha deparado un sinfín de películas de diferente pelaje y extracción. Básicamente y a fin de no ser prolijos en exceso, podemos diferenciar dos tipos de falsos culpables en el cine, de acuerdo a la posición que ocupan frente al espectador: el que sabemos que es inocente desde el comienzo de la película y aquel de quien dudamos hasta el final.
En el primer caso, cuando sabemos que el protagonista está falsamente acusado, el espectador sufre con y por él. Saber que se comete una injusticia nos subleva y sentimos ganas de empujar a los encargados de la investigación en la resolución del entuerto. El ejemplo paradigmático es ‘Falso culpable’, una de las grandes obras maestras de Alfred Hitchcock que, desde el título, es toda una declaración de intenciones. En este caso, por cierto, no se trata de un spoiler poco afortunado del distribuidor español, que el título original es ‘The Wrong Man”.
Algunos de sus enemigos criticaban la poca verosimilitud de los personajes de Hitchcock y las rocambolescas situaciones en que el director les ponía. De ahí que, para ‘Falso culpable’, película de 1956, se basara en unos hechos reales acontecidos en 1953 y recogidos en el libro ‘La verdadera historia de Christopher Emmanuel Balestrero’.
Henry Fonda, el hombre bueno por naturaleza, el norteamericano modélico, interpreta a un músico de jazz llamado Manny Balestrero. Un buen día va a su compañía de seguros a solicitar un préstamo para resolver un problema de salud dental de su mujer, interpretada por una delicada Vera Miles.
Los trabajadores de la compañía de seguros le confunden con otro hombre que había atracado la oficina unas semanas antes, avisan a la policía y Manny es detenido. A partir de ahí, el caos, la pesadilla kafkiana y la dificultad de demostrar su inocencia. Y lo mejor, que también es lo peor de todo: los efectos colaterales de verse aplastado por una maquinaria fría, cruel e implacable.
El propio Fonda dio vida a otro ciudadano que, libre de toda sospecha en este caso, forma parte de un jurado popular en ‘Doce hombres sin piedad’. Una docena de hombres iracundos, convencidos a priori y casi unánimemente de la culpabilidad del acusado, un joven juzgado por haber matado a su padre de un navajazo. Hasta que el jurado número 8 empieza a hacer preguntas y a cuestionar lo que en principio parecía tan obvio como meridianamente claro. La película de Lumet es un emocionante alegato en pro de la responsabilidad individual y ciudadana.
En el Club de Lectura y Cine de Granada Noir y Librería Picasso llevamos este mes ‘Mystic River’. Por un lado, la novela de Dennis Lehane, publicada por Salamandra en una brillante nueva traducción de Jofre Homedes. Por otro, la excelente adaptación que dirigió Clint Eastwood. En este caso, la duda sobre la culpabilidad de uno de los personajes principales es clave en la trama. Sobre todo, por las difusas líneas que a veces separan la inocencia de la culpabilidad.
Obligatorio traer a colación, también, ‘El crimen de Cuenca’, secuestrada durante un año y medio y cuya directora, Pilar Miró, fue objeto de proceso militar. Estrenada en 1981, fue la única película censurada en democracia. Por mucho cine gore que uno haya visto, cuesta no apartar la vista de las secuencias de las torturas.
De una crudeza sin igual, la película es un severo alegato contra el conservadurismo más rampante de la sociedad española. Aunque la acción, también basada en hechos reales, transcurría a comienzos del siglo XX, su contenido político y combativo era claro y notorio.
Jesús Lens