Estreno Mad Men 6

Ahí lo tenemos. El cartel. ¿Te acuerdas que el año pasado, tras el parón por la huelga, los creativos se inventaron este cartel, minimalista, que permitía a la gente jugar e interactuar con él? Pues este año cambiamos de registro. Completamente.

Poster Mad Men Sexta Temporada

Y, aun así, el cartel es fascinante. Porque… ¿quién es ese tipo con el que se cruza Don Draper? ¿Por qué causa tanta sorpresa? Y… ¿a quién lleva de la mano, por mitad de NYC?

Dentro de poco, de muy poco, empezaremos a saber…

Sígueme en Twitter: @Jesus_Lens

MAD MEN

Cuando ví que el dominical de El País sacaba un especial de moda dedicado a la nueva estética retro que el arrollador éxito de «Mad men» había provocado en los Estados Unidos (y por extensión, en medio mundo) reconozco que no me sorprendió, al saber que la serie estaba basada en el mundo de la publicidad. Una serie que ha conquistado a los espectadores más exigentes y sibaritas, a los de gustos más selectos, talentosos y conocedores del medio.

 

«Mad men» es una de esas series de las que se escribe hasta el infinito en periódicos y revistas, y no sólo en la sección de televisión. Series de culto para inmensas minorías que, sin embargo, no terminan por constituir fenómenos de masas como «House» o «CSI». Porque tampoco es una serie fácil, protagonizada por uno de esos personajes turbios, complejos y contradictorios que caracterizan la nueva televisión del siglo XXI.

 

Hablar de «Mad men» es hablar de Donald Draper. Aunque hay otros personajes interesantes, como el de esa cambiante y voluble Peggy, la pieza sobre la gira la serie es el hierático, frío y talentoso cerebro creativo de la agencia de publicidad Sterling Cooper. En el primer episodio nos lo presentan como a un hiperactivo ejecutivo publicitario con una intensa vida de soltero, picoteando entre clientes y amigas, viviendo en el excitante centro de Manhattan.

 

Por eso, la sorpresa es monumental cuando, en el segundo capítulo, le vemos irse a casa. Una casa en un barrio residencial donde le espera, con la cena preparada, su deliciosa y rubia esposa y sus dos pequeñuelos, paradigma del perfecto sueño americano.

 

Lo mejor de «Mad men» no es tanto lo que muestra y lo que cuenta como lo que oculta y deja en la recámara. Lo que sugiere. Lo que apunta. Es una serie en la que los secundarios no paran de hablar, reír y enfollonar, pero cuya esencia está en los silencios de Draper.

 

Hay un capítulo en que su jefe entra al despacho y se lo encuentra sentado en un sillón, fumando, bebiendo, con la mirada perdida en el vacío; y le dice algo así como que muchas veces necesita convencerse de que no le está pagando un dineral por no hacer nada.

 

Y es que Draper vive de su genio. Y de su ingenio. Vive de su silenciosa capacidad de observación y de las conexiones neuronales que se producen en su tempestuosa materia gris. Y vive, siempre, de lanzarse al vacío, de huir hacia delante, de meterse en los berenjenales más insospechados y más inapropiados con las mujeres más inadecuadas. Draper es como uno de esos vampiros que viven de absorber la energía de todo lo que les rodea, esponja, filtro y alambique del más refinado elixir que existe: la esencia de la vida.

 

Draper es tan atractivo como repulsivo. Una de esas personalidades complejas que primero seducen para después asquear. Es tan inteligente como talentoso, pero frío como el hielo. Vengativo, duro y, sin embargo, adaptable… contempla la vida como si se desarrollara sobre un tablero de ajedrez, siempre atento a estrategias, movimientos e intereses.

 

Por eso está arrasando en los medios, objeto de análisis sociológicos y estéticos. Porque «Mad men» nos cuenta el mundo hipercompetitivo de hoy, hablándonos desde un pasado que entronca con los orígenes del marketing, auténtico motor del capitalismo contemporáneo. Habla de esos triunfadores de hierro que parecen haber hecho un pacto con el diablo y que, a cambio del éxito, renuncian a una vida plena y gozosa.

 

«Mad men» es una serie pausada, de lenta digestión, que se paladea como un buen whiskey añejo. Una de esas series que dan que pensar, que hacen reflexionar y cuyas múltiples lecturas ya la han convertido en un clásico del siglo XXI.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

PERDIDOS 5

A ver. Tengo cinco libros leídos junto a mí, pidiendo a gritos ser reseñados y comentados. Tengo no menos de ocho o diez películas sin ver, grabadas en el I Plus y un libro del que me restan por leer nada más que cincuenta páginas. Hace semanas y semanas que no voy al cine y hace una esplendorosa tarde que invita al paseo relajado. Pero aquí estoy, en casa, enganchado a «Perdidos», al comienzo de su quinta temporada, como si el tiempo no hubiera pasado.

 

¿Qué tiene esa insensata serie para provocarnos semejante adicción? Los dos primeros capítulos de la T5 son un auténtico despelote, con Ben convertido en bueno y Locke, en malo. Con la isla dando saltos espacio temporales y Sawyer luciendo pectorales. Con el proyecto Dharma que aparece y desaparece, con Desmond recibiendo mensajes del pasado a través de sus sueños, con Faraday adquiriendo protagonismo y con Hugo convertido en improbable héroe de acción.

 

Un puro caos, como lo viene siendo desde el principio. Tras haber convertido la Isla en un lugar misterioso, pero confortable; de repente, vuelve a ser terriblemente amenazante, con los protagonistas indefensos, intentando hacer fuego y sin un arma con que defenderse, con asesinas flechas incendiarias que rompen el silencio de la noche o desconocidos hombres armados que surgen de la oscuridad.

 

Dicen los productores que, en vez de tantas preguntas e interrogantes como la serie ha venido planteando hasta ahora, esta quinta temporada de «Perdidos» empezará a ofrecer respuestas.

 

¿Seguro? ¿Ustedes se lo creen? ¿Respuestas? ¿Las hay? ¿Alguien las conoce?

 

«La respuesta está ahí fuera», decían en «Expediente X».

 

Yo me quedo con una frase que la simpática madre de Hugo le espeta a su hijo cuando éste trata de explicarle, en un minuto, todo lo que les aconteció a los protagonistas desde que el avión de la Oceanic cayó en la isla: «Te creo. No te entiendo. Pero te creo.»

 

Pues eso. Que seguimos sin entender nada. Pero seguimos creyendo en JJ Abrams y en el adictivo poder de seducción de la Isla.

 

Jesús Lens, talmente Perdido.

 

PD.- Tenemos que hablar de ese otro personaje icónico de la televisión más reciente, Don Draper, gélido protagonista de la inquietante «Mad men». ¿La están siguiendo? ¿Qué les parece?