‘Hot sur’, el noir latino más ardiente

Cuando vi que Alfaguara reeditaba ‘Hot sur’, el novelón —en todos los sentidos— de Laura Restrepo, me lancé sobre él con el ansia de una lectura pendiente a la que por fin me podría entregar con todo fervor y sin ninguna reserva. La periodista, activista política y novelista colombiana la publicó en 2012, pero por ella no ha pasado el tiempo, que su tema central es la inmigración, un fenómeno global que siempre ha existido y siempre existirá, guste más o menos a determinados sectores de la sociedad. 

La protagonista central de ‘Hot sur’ es Maria Paz, una joven colombiana que consiguió llegar a Estados Unidos junto a su hermana autista gracias a las peripecias y al empeño de su osada, valiente y aguerrida madre. Lo que pasa es que el llamado sueño americano, en Norteamérica, puede convertirse en pesadilla en un abrir y cerrar de ojos. De ahí que a la buena —o no— de Maria Paz la conozcamos cumpliendo condena en una cárcel yanqui. 

Pero antes que a ella, conoceremos a un par de hermanos, gringos en este caso. Aunque también hijos de la inmigración. Europea, en su caso. Van en peregrinación a un culto, entregándose en cuerpo y alma: devoción, sumisión, mortificación de la carne… lo normal en esos casos. Y también trabaremos contacto con los Rose, padre e hijo. Y con un abogado muy singular. Y con más gente. Mucha más gente. Porque ‘Hot sur’ es una inmensa novela-río de cerca de 600 páginas en la que palpitan las historias de cientos, de miles de mujeres en movimiento constante.       

Lo explicaba la propia Laura Restrepo: “la de Maria Paz son más bien las voces de muchas mujeres, latinoamericanas, africanas… por tremendos que sean los obstáculos, siempre te da la impresión de que llegarán al otro lado”. Y es que “la inmigración es el gran tema de nuestra época, la migración masiva, sin duda, marcará el futuro. No es casual que tanta literatura se ocupe de ella”.

Esta tarde tenemos en la librería Picasso la reunión mensual de nuestro Club de lectura para comentar ‘Hot sur’, un libro de digestión lenta, tranquila y pausada. De esos que dejan huella, más de personajes que de tramas; más de atmósferas que de acción trepidante. Y es que la escritura de Laura Restrepo es morosa, deteniéndose en los detalles biográficos de las mujeres protagonistas. De las que vagan por el mundo. De las que se quedaron en su país. De las presas y encerradas. De las que quieren volver. Y salir. Mujeres que tienen sueños, proyectos, anhelos,  amores y esperanzas. Mujeres que viven entre páginas y cuya sangre es la tinta con que cada palabra está escrita. 

Además, ‘Hot sur’ es un canto a la propia literatura y al poder de los libros. Me encanta este párrafo en el que una Maria Paz presa habla de una novela que devoró en la cárcel: “sospecho que un escritor no tiene idea de cuánto puede llegar a intimar con él un lector, o una lectora. Creo que hasta se espantaría si llegara a saberlo. Porque un libro no es sólo historias y palabras, sino que además es algo físico que uno posee… Este libro estuvo encerrado en la celda conmigo, y acostado en la litera conmigo, y cuando me permitieron por fin salir al patio, se sentó conmigo al sol. Este libro absorbió mis lágrimas, se salpicó de mis babas y se manchó con mi sangre; no le exagero, es verdad que se manchó con mi sangre, más adelante va a saber por qué”. 

Jesús Lens

Artista, surrealista y asesina

Hay libros que te atrapan desde la primera página y novelas que son famosas por sus prodigiosos párrafos iniciales. De hecho, en los talleres de escritura se insiste mucho en la importancia de un principio de fuerza arrebatadora que imante al lector al libro y ya no le suelte.

La última vez que me pasó ha sido con Andrea Aguilar-Calderón y su novela ‘Una asesina en el espejo’, publicada por Alfaguara. “Las primeras hipótesis sobre la desaparición de la agente Ana María González Fo señalaron que podría haber sido la última víctima de la serie de crímenes ocurridos durante septiembre y octubre de 1989 en la ciudad de Santa Catalina y en el vecino pueblo de Varablanca, investigación de la que ella misma estaba a cargo”. 

¡Cuántas, cuantísimas posibilidades se encierran ahí! Sobre todo porque, de inmediato, la autora nos sugiere la extraña posibilidad de un viaje en el tiempo. 

Otro párrafo, también muy al principio de la novela: “Una vez más, tiene ese sabor tan indefinido en la boca. Ese tan impreciso que, de todas formas, termina de tragarse de un golpe. El pecado de un golpe.

El hombre se sube el cierre del pantalón y le acaricia el cabello sin decir nada. No ha sido este, en cualquier caso, un encuentro para escribir diálogo alguno. Se limita a dar media vuelta y se marcha feliz, con la satisfacción entre las piernas. Ella, por su parte, se levanta y sale de entre los escombros de lo que antes era una tienda de discos, oculta en una calle que ni siquiera tiene nombre”.

Y con esto, ya estaríamos. Ahí están las mimbres de una narración perturbadora, extraña y, por momentos, compleja. Máxime porque, intercalada con la tercera persona omnisciente, en cursiva se nos cuelan fragmentos escritos en esa primera persona de la que hablábamos la semana pasada. 

“Observo la foto y confirmo que, efectivamente, es justo la chica que buscamos, más allá de mi imaginación ojerosa y trasnochada. 

Sí, es la mujer perfecta. Perfecta…

Prepárate: dentro de poco la veremos morir”. 

¡Y estamos aún en la página 13! La historia que nos cuenta Andrea Aguilar-Calderón en ‘Una asesina en el espejo’ tiene mucho de metaliterario y, también, de artístico. Su forma de escribir, cadenciosa y atrapadora, continuamente nos interpela como lectores y no sabemos si seguir leyendo o cerrar el libro, momentánea o definitivamente. 

“Una celadora se ha acercado a ella (la asesina protagonista de la novela) y ya casi la tiene al alcance de su bastón. Podría golpearla en la nuca y, con una suerte que aún no podemos determinar si sería buena o mala —pues los límites éticos son difusos en esta historia—, acabar con la situación y con las páginas que restan”.

¿Y sobre la trama? Pues más o menos está todo explicado, ¿no? Sobre todo porque la novela tiene mucho de felizmente inexplicable. Como habrán percibido, tenemos psicópata. Y en esta sección, un buen psicópata nunca está de más, en palabras de una buena y sabia lectora. 

¿Y la parte artística? Sólo con ver la portada, que reproduce ‘Jirafa ardiendo’ de Dalí, ya podemos intuir por dónde van los tiros. Y las cuchilladas. Y los porrazos y golpes en la cabeza. Representar cuadros surrealistas de diferentes artistas con cadáveres y elegir a las víctimas de acuerdo con las necesidades artísticas de sus perpetradores no es pequeña cosa. Y hasta ahí podemos contar. 

‘Una asesina en el espejo’ es el libro que hoy comentamos en el club de lectura y cine de Granada Noir en Librería Picasso y arderá Troya. Otra vez. 

Jesús Lens

‘La Babilonia, 1580’, libertad con ira

Contundente. Es muy contundente. Lo que más me gusta de la novela más reciente de Susana Martín Gijón es que no se va por las ramas: sus personajes son los que son, sin medias tintas. Al que le gusten, bien, y al que no… pues también. Casi que mejor. Eso significa que ‘La Babilonia, 1580’, publicada por la editorial Alfaguara, no provoca indiferencia. 

Tengo muchas ganas de escuchar esta tarde a la aguerrida estirpe lectora que conforma Uno de los nuestros, el Club de Lectura y Cine de Granada Noir. Nos toca reunión mensual en Librería Picasso y espero que sea movida. Porque la novela en cuestión tiene miga, mucha miga. 

Las dos protagonistas principales de la novela son Damiana, una puta, y sor Catalina, una monja. Ambas viven en Sevilla, en mundos que deberían estar alejados. Pero aquella ciudad, también de los prodigios en pleno siglo XVI, permitía que el prostíbulo más famoso del momento lindara con un convento.

Las dos caras de una misma moneda: las mujeres de la época tenían pocas oportunidades para ser libres si no querían depender de un hombre vía matrimonial. Aunque sometida a normas y obligaciones, invisibilizada, el convento le permitió a Catalina leer y formarse, acceder a los libros y a la cultura. “Para la mayoría de las hermanas, la sencillez está reñida con el saber, que sólo lleva a la soberbia, pecado tan propio de poetas e intelectuales. Sin embargo, para la priora el convento debiera ser un centro de erudición y creatividad femeninos, como lo es tantas veces en el caso de los varones”, escribe la autora, que defiende el legado de Santa Teresa de Jesús.  

La prostitución, por su parte, es la única fórmula al alcance de la indómita Damiana para no tener que darle explicaciones a nadie de lo que hace con su vida. “Vendo mi cuerpo, amigo. Mi alma es pedirme demasiado”, dirá en un momento dado.  

Más allá del trasfondo histórico, perfectamente documentado por la autora sin que la erudición pese en la narración o lastre la lectura, pero haciéndola vívida y palpitante; la acción tiene que ver con un barco, la Soberbia, que debe capitanear la flota con destino a las Indias. Todo parece ir bien en su puesta a punto. Hasta que un mal día, su mascarón de proa aparece crudamente violentado con el pellejo de una mujer, literalmente hablando. Entonces se desencadenarán todas las supersticiones. 

Hay más personajes importantes, como el líder de la flota, un curtido marino con mucha(s) historia(s) a cuestas, y un joven grumete que hará lo posible, y casi lo imposible, por enrolarse. Está el inversor-capitalista, caballero veinticuatro. Y está ella, temible siempre: la Inquisición. “Quien condena a las brujas no es el demonio, sino los tuyos”, leeremos en un momento dado. Sabido es que, históricamente, a las mujeres que trataban de salirse de la senda marcada y, por ejemplo, hacían por curar a sus semejantes, se las tildaba de eso, de brujas. Y como tales se las trataba. 

Y nos queda la travesía, claro. Porque ‘La Babilonia, 1580’ trufa el noir histórico con la novela de aventuras pura y dura. Y no hay mayor aventura que hacerse a las aguas del Océano Atlántico en un barco de vela para enfrentarse a los elementos. Y a los hombres, que en alta mar, las tempestades humanas pueden ser peores que las meteorológicas. Me dejo en el tintero la trama africana. Y la del machito. Y la de… Porque son muchas las historias que cuenta Susana Martín Gijón en esta gran novela. 

Jesús Lens

Un premio Cervantes en Granada

No fue el mejor día para tener en casa a todo un Premio Cervantes, pero salió muy bien. El jueves 2, tras el festivo y a las puertas del fin de semana, con todas las alarmas encendidas por la ciclogénesis explosiva; un buen puñado de gente desafió a la comodidad y al tiempo y se vino a escuchar a Sergio Ramírez.

Cómo me gusta esa gente. La que siempre está, en persona y de verdad. La que dice sí a cualquier locurilla que le planteas. La que suma, empuja y ayuda. La que participa. La que comparte. La que no pide nada a cambio. Gente con la que irías al fin del mundo. Por la que te partirías la cara. La que revela su mejor cara y se rebela contra la abulia existencial, la tentación del sofá y el mañana será otro día. 

El mejor regalo que alguien te puede hacer es su tiempo, el bien más preciado que tenemos. Sobre todo, a partir de cierta edad. Su presencia activa, su compañía, su aliento presencial. Y más en Granada, donde la actividad cultural no cesa y nos disputamos encarnizadamente a cada lector y espectador. 

Las decenas de personas que escucharon a Sergio Ramírez en conversación con Men Marías en el 4U Hostel, eso sí, tuvieron el privilegio de disfrutar de una charla de altísima altura intelectual, social y política. Los Encuentros Especiales Cervezas Alhambra de Granada Noir brindan ese marco incomparable que es el bar para hablar y escuchar. 

Con el 4U hasta los topes, durante una hora no se oyó ni una mosca. Men Marías y Sergio Ramírez repasaron la trayectoria literaria del escritor nicaragüense, con especial atención a su trilogía negro-criminal protagonizada por Dolores Morales, ojo al nombre. Y se habló, mucho, de la deriva neocons, esotérica y totalitaria del gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo.

Antes, en el Palacio de los Condes de Gabia de Diputación, flipamos con el extraordinario documental ‘Patria libre para vivir’, de Daniel Rodríguez Moya, en el que vemos a figuras referenciales de la izquierda como Noam Chomsky o Pepe Mujica denunciar a un gobierno populista y fascista. Una jornada para el recuerdo. Y las que siguen en las que les esperamos. Programa completo de actividades de Granada Noir, AQUÍ

Jesús Lens

Sergio Ramírez, un Premio Cervantes en clave Noir

Fraseo. El fraseo de Sergio Ramírez es algo portentoso. No es ya lo que escribe. Es cómo lo escribe. Por ejemplo, este párrafo en el que habla de dos personajes que comparten habitación a la hora de dormir… “si es que llegaban a acostarse, pues casi siempre les daba el amanecer  entregados a una plática desconcertada que se alzaba al punto de la controversia, aunque una controversia sin exaltaciones debido a la renuencia proverbial de Lord Dixon a elevar la voz, y todo terminaba resolviéndose en risas”. ¿Se puede describir de una forma más bonita una amistad, una complicidad que está por encima de las relaciones laborales?

Porque tanto el mencionado Lord Dixon como su jefe, el inspector Dolores Morales, son policías y trabajan juntos. A veces, hasta revueltos, en el sentido eufemístico del término. Son policías nicaragüenses y les conocimos por primera vez en ‘El cielo llora por mí’, novela que data de 2008, pero que Sergio Ramírez comenzó a escribir en 2003. 

La trama arranca con la aparición de un yate varado y abandonado en un lugar extraño. Morales y Dixon comienzan su investigación, a la que no tardará en sumarse un personaje tan improbable como maravilloso: doña Sofía. Encargada de la limpieza de la comisaría, sus dotes de observación la convierten en una detective tan perspicaz que ríanse ustedes de Sherlock Holmes. 

Una investigación que arranca con la misteriosa desaparición de la tripulación y el pasaje del yate y que se irá enredando de una forma harto singular. No les cuento nada de la trama, para que vayan tirando ustedes del hilo. Prefiero centrarme en el contexto. En esa Nicaragua que despertó del sueño revolucionario sandinista a la realidad de la geopolítica centroamericana. Y mundial. 

Tanto Morales como doña Sofía fueron guerrilleros sandinistas en su juventud. Como el propio autor, que llegó a ser vicepresidente del gobierno posrrevolucionario en la Nicaragua de los 80 del pasado siglo. A Morales, la revolución le costó una pierna. Y allá va con su prótesis, arriba y abajo. En esta primera novela de una serie compuesta además por ‘Ya nadie llora por mí’ y ‘Tongolele no sabía bailar’; publicada por la editorial Alfaguara, el contexto político tiene menos importancia. En las dos siguientes, la corrupción y degradación del sandinismo son parte esencial de las tramas, con el alegórico Dolores Morales arrostrando su profético nombre por todas y cada una de sus soberbias páginas. 

Cuando Lord Dixon incluye frases jocosas en un informe, bromeando con las viejas consignas revolucionarias, el autor lo resalta con una especia de nostálgica ironía: “quién iba a decirles que terminarían jugando con aquellas frases en un tiempo sagradas”. Mucho de eso hay en la primera novela de la saga de Dolores Morales. 

La tercera de la serie, sin embargo, es mucho más amarga. La deriva del gobierno despótico de Daniel Ortega y Rosario Murillo, con sus escuchas y espionaje, con sus razzias y disturbios, detenciones, depuraciones y desapariciones; con sus videntes como consejeros… ¡pobre Nicaragua!

Aprovechando que Sergio Ramírez participó en la pasada edición del Festival Internacional de Poesía, en el Club de Lectura y Cine de Granada Noir nos pusimos como gozosa tarea leer sus novelas negras y esta tarde nos reunimos para comentar la primera de la saga. Estoy expectante por hablar del fraseo de Ramírez, de su prosa prodigiosa y su lenguaje exuberante: a veces puede apabullar, pero es una gozada. Y de los personajes, tan locos, diferentes y originales. Tan particulares. Y de la importancia de contextualizar una trama en el momento histórico en que transcurre la acción, algo esencial en novelas como las de Ramírez, hijas de su tiempo, pero llamadas a trascender. 

Jesús Lens