I was running for the door
I had to find the passage back
To the place I was before
Relax said the night man
We are programmed to receive
But you can never leave
The Eagles – Hotel California
A medida que el lector se adentre en la lectura de “El criadero”, la densa e intensa novela de Gustavo Abrevaya, con la que ganó el I Premio de Narrativa José Boris Spivacow en 2003; se sentirá como el protagonista de la mítica canción de los Eagles. La canción hablaba de un tipo que encontraba refugio en aquel Hotel California que podía ser el cielo… o ser el infierno. Un hotel en el que fue bienvenido y en el que podía hacer el check out cuando quisiera. Un hotel, sin embargo, que nunca conseguiría abandonar por mucho que corriera a través de sus pasillos en Paradójica situación la que plantea “El criadero”, ya que todo comienza como una Road Movie, con lo que ello supone de libertad, espacios abiertos y camino por delante. Él es un cineasta que viaja en busca de un lugar tranquilo donde rematar el guion de su próxima película. Ella, su actriz fetiche, su pareja, su mujer, su amante, su adorable objeto de deseo.
Desierto. Calor. Mucho calor. Y el coche que se estropea en mitad de ningún sitio. Pasan las horas. Y los nervios se desatan. Entonces aparece un tipo que les aconseja desplazarse hasta un pueblo cercano, aunque escondido y difícil de encontrar, mientras él hace Y allá van. Al pueblo. El pueblo. ¡Ay, el pueblo!
Al principio, todo en orden: tras haber pasado horas y horas a la intemperie, un baño siempre sienta bien. Y una cerveza fría, mejor. Pero las cosas empiezan a torcerse cuando, antes del amanecer, ella salga de la habitación… y ya no regrese. ¿A dónde fue? ¿Por qué? Y, sobre todo, ¿por qué no vuelve?
A partir de ahí, Gustavo Abrevaya sumerge al lector en una salvaje espiral que le arrastra al fondo de los abismos, siempre de la mano del protagonista de una novela que es como una pesadilla… de la que resulta imposible despertar.
Una pesadilla protagonizada por diferentes personajes, a cada cuál más amenazador, inquietante, perturbador y desasosegante. Algunos de ellos resultan incluso estrafalarios. Pero nunca dejan de dar miedo. Mucho miedo. Como esa especie de Kingpin que, de tan obeso, hasta para llevarse la comida a la boca necesita de la ayuda de su esposa.
Menos mal que, eso sí, el protagonista encontrará el apoyo y la ayuda de algunos residentes en el pueblo que tratan de aportar luz al enigma. Personajes como ese abogado, fullero y politoxicómano, al que cobramos afecto y cariño desde que hace su aparición en la narración.
Pero, en general, nos encontramos en territorio hostil. Muy hostil. Un territorio regido por una máxima difícil de aceptar: el Entendimiento. O, más bien, la falta de:
“¿Entendimiento he dicho? Cuidado. La turbulencia es el resultado de todo pensamiento. Es por eso que nadie sale vivo de aquí. Porque cuando pensamos, nos equivocamos, perdemos nuestro camino, quedamos a merced de las turbas…”.
Así se expresa, en alta voz, otro de los próceres de la comunidad. Una comunidad famosa por albergar, también, un hogar para niños expósitos. Una comunidad en la que pasan cosas. Muchas cosas. Sobre todo, al caer la noche. Y ya sabemos que, desde tiempos inmemoriales, la noche es oscura y alberga horrores.
No.
No vamos a desvelar el nombre de los protagonistas ni el del resto de los personajes. Ni, por supuesto, el nombre del recóndito pueblo en el que acontece todo lo apuntado hasta ahora. Por no señalar, no señalaremos ni el país en que se halla. Porque queremos que sea el lector quién, desafiando al miedo y al terror, se deje tentar por la curiosidad y nos acompañe en la búsqueda de la mujer desparecida.
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