¿Qué ocurre cuando empiezas a leer un libro y, casi desde el principio, te das cuenta de que no es lo que tú esperabas y que no responde a las razones que te habían llevado a elegirlo?
Eso me ha pasado con “Deudas vencidas”, de Reacaredo Veredas.
Yo, con los libros, las películas, las series… hace tiempo que trato de saber lo menos posible antes de enfrentarme a su lectura y/o visionado. Pero, claro, lee uno lo siguiente, y empieza a salivar: “Un recobrador de morosos contrata a un matón ruso”.
Eso no es lo que pone la contraportada del libro, por supuesto. Eso es lo que yo leí (o creí leer), apresuradamente y entre líneas, en alguna reseña o entrevista. Una lectura transversal y acelerada que, eso sí, me llamó la atención. Y como el libro lo edita Salto de Página y yo tengo una fe ciega dicha editorial, me lancé ávidamente, como un poseso, sobre sus 170 páginas.
¿Qué esperaba encontrar?
Esperaba la Gran Novela Negra sobre la Crisis, escrita en Español. Esa novela que, como “La Trilogía de la Crisis” de Markaris en Grecia, nos sirviera para saber qué ha pasado durante estos años, desde el punto de vista de la ficción criminal.
Y no. “Deudas vencidas” no es eso.
O sí.
Pero de otra manera.
¿Se acuerdan ustedes de la película “Delitos y faltas” de Woody Allen? ¿No? Pues dejen de leer estas notas y dense un salto a su videoteca, física o virtual, en busca de una de las grandes obras maestras del cineasta norteamericano.
Porque la conciencia, en ambas obras, desempeña un papel importante. Muy importante.
Y es que el protagonista de “Deudas Vencidas” milita en el Colectivo, un sesudo grupo de intelectuales de izquierdas. Y la mujer del protagonista es una de las miembras más activas del colectivo. Intelectualmente hablando. Porque luego, la buena mesa, la buena casa, la buena vida y la buena cama… ¡son innegociables!
Y por eso, nuestro hombre, aunque tiene veleidades literarias, ha de contentarse con ganar dinero -a espuertas, eso sí- a través de algo tan poco solidario y progresista como es el cobro de deudas vencidas de bancos y gestoras. Solo que, como la gente empieza a estar más tiesa que la mojama, sumida en lo más profundo de la crisis, aquí ya no paga ni el Tato. Y ahí es donde Iván, el matón ruso, toma cartas en el asunto.
Narrada en forma de diario, “Deudas vencidas” se centra, más que en las andanzas de Iván, que era lo que yo esperaba, en las contradicciones del protagonista y del Colectivo; un tema igualmente apasionante y de radical actualidad.
Porque la cabeza visible del Colectivo es un joven y guapo aristócrata de rancio abolengo, conectado con el sector editorial español, al que podemos identificar perfectamente con el espíritu de cierta Gauche Divine de la izquierda europea del siglo XXI. Esa gente que se llena la boca con grandes discursos para, una vez escupidos, llenársela de los más exquisitos y exclusivos manjares. Y sin descomponer la expresión.
¡Pobrecito, nuestro protagonista, teniendo que lavar su mala conciencia y el mal olor de su dinero, a través de aportaciones cada vez más sustanciosas al Colectivo! Y todo ello, en mitad de una sociedad amenazada por la enfermedad, la degeneración y el cáncer; reales y metafóricos. Amenazada por la podredumbre en que nos ahogamos. Y por el terrorismo internacional.
Así, “Deudas Vencidas” se me revela como una extraordinaria novela, aunque no fuera la que yo estaba esperando. Y eso es lo grande de la literatura, cuando es buena. Que el autor, partiendo de determinados mimbres, construye una novela que se sale de los cauces habituales y previsibles para construir una historia diferente, atractiva y muy, muy reveladora.
Jesús Lens