Ser la voz de otro. Yasmina Khadra, por ejemplo

Tomo prestado (o robo lisa y llanamente, que para algo estamos en un espacio negro-criminal) el título del discurso de Wenceslao Carlos Lozano pronunciado en la Academia de Buenas Letras. Y es que la semana pasada tuvo mucho que ver con la traducción. 

Me encanta ese título, ‘Ser la voz de otro’, que tan bien define qué es traducir, un arte sin cuyo concurso no podríamos leer una gran parte de esas novelas policíacas que tanto nos gustan. Una voz que, por desgracia, suele estar silenciada y pasar de rondón, como si no tuviera importancia o fuese algo menor. Y no es baladí ese “crear recreando” del que nos habló Lozano.

Al salir del Paraninfo de la Facultad de Derecho nos fuimos al Botánico a tomar unas cervezas. Hablando con Carmen Montes, traductora de autores nórdicos ‘noir’ como Jo Nesbo, me explicaba su método de trabajo, dejándose sorprender por los giros de la trama, riendo con el buen humor y emocionándose con los momentos más dramáticos. ¿Influirá en el lector el estado de ánimo del traductor a la hora de trabajar? ¿Será más fácil que brinquemos en el sillón si, al traducir, la propia Carmen se encuentra boquiabierta por el texto original?

Me lo confirmaba Daniel Cortés, traductor especializado en cómics, cuando me decía que se identificaba con el protagonista de ‘El mundo sin fin’, sintiéndose perdido cuando tocaba, desfalleciendo con él y perdiendo la esperanza por un posible colapso energético… antes de volver a recuperarla. ¡Qué arte tan maravilloso, ser la voz de otro!

El cuerpo me pide hablar de la otredad y el ensayo ‘La expulsión de lo distinto’, el clarividente ensayo de Byung-Chul Han. Sobre todo porque también estuvimos con Alfonso Salazar, que acaba de publicar su traducción de ‘Consejos a los jóvenes escritores’, del ‘maldito’ Charles Baudelaire, el poeta de la ciudad, el arrabal, la mugre, la noche, el dolor y la muerte. Y mientras escuchaba su erudita conversación con Alejandro Pedregosa, no dejaba de recordar el ‘Je est un autre’; el ‘Yo es otro’ de uno de sus ‘discípulos’, mi amado Rimbaud. El otro. Siempre el otro. Como voz, pero también como presencia. O ausencia. 

Me disperso. Volvamos a Wenceslao Carlos Lozano, cuando parafraseó a Flaubert y señaló que su discurso se podría haber titulado perfectamente ‘Yasmina Khadra c’est moi’, dado que le ha prestado su voz en veinte de sus novelas, ahí es nada.

El profundo repaso que Lozano hizo de la narrativa de uno de los autores capitales del noir contemporáneo me retrotrajo a horas y horas de lectura compulsiva. Y es que Khadra es uno de mis autores de cabecera, ejemplar modelo del género negro que más me gusta y arrebata. Su ‘Trilogía de Argel’, protagonizada por el icónico comisario Llob, me sacudió como un electrochoque y ‘Lo que sueñan los lobos’ es un espeluznante descenso a los infiernos del terrorismo islamista que te permite entender y comprender… si lees sin prejuicios ni maniqueísmos. 

Decía Lozano en su discurso que tanto ‘Lo que sueñan los lobos’ como ‘Los corderos del Señor’ son “dos auténticos manuales de referencia hoy en toda academia militar del mundo, sobre cómo se convierte en terroristas suicidas a jóvenes desnortados que han renunciado a sus sueños”. ¡Telita!

Al terminar su alocución, me quedé pensando que hace mucho tiempo, demasiado, que no leo a Yasmina Khadra. Como tantas veces ocurre en nuestro universo lector, dejamos que lo urgente y lo perentorio se imponga a lo verdaderamente importante. Y les aseguro que leer las novelas del autor argelino es de vital importancia y trascendencia. 

Jesús Lens

El cercano Oeste

Vas paseando por los anaqueles de la librería y, de repente, reparas en un título que parece especialmente dirigido a ti: “El lejano Oeste”. Y, en la sección dedicada al cómic, “Un disparo en el desierto”.

Los coges. Los hojeas. Un águila sobrevuela el valle. Las viñetas acercan su majestuoso vuelo al lector hasta que un primer plano del ojo refleja lo que parece una diligencia. Pasas la página. Efectivamente. Una diligencia atraviesa un terreno baldío. Y los bocadillos, que anticipan: “Los desiertos… están llenos de secretos”.

A partir de ese momento, ya estoy atrapado. Pero una pregunta no deja de rondarme: ¿qué editorial, loca perdida, habrá sido capaz de editar dos historias del Oeste, una en formato de novela ilustrada, y la otra en formato cómic, en pleno siglo XXI? La respuesta resulta estar no tanto en el viento cuanto en los aires nazaríes que respira la editorial granadina Traspiés, cuya colección Vagamundos, especializada en libros ilustrados, es una gozada.

El del Oeste es un género al que nos gusta dar por muerto -recuerden que mi (pen)último libro se tituló precisamente “Muerte, asesinato y funeral del western”-, pero que felizmente se resiste a morir, como Juan de Dios Salas demostró con uno de sus últimos ciclos del Cine Club Universitario, proyectando joyas del neo-western contemporáneo como “Bone Tomahawk”, “Slow West” o “Deuda de honor”.

Si son ustedes usuarios de Netflix, deben ver “Godless”, una magnífica serie a la que el protagonismo de las mujeres confiere una dimensión revolucionaria. Y si no la vieron en su momento, no se pierdan la miniserie “Hatfields & McCoys”, con Kevin Costner y Tom Berenger. Una pena, eso sí, que a Natalie Portman no le saliera demasiado bien su apuesta por el Oeste, que “La venganza de Jane” no está demasiado allá.

Tarantino, los Coen e Iñárritu han filmado oscarizados westerns y ya llega la segunda temporada de “Westworld”, una distopía futurista que transcurre en un parque temático sobre el Far West. Así las cosas, enhorabuena y gracias a Traspiés, por sus libros ilustrados sobre un Lejano Oeste muy, muy cercano.

Jesús Lens