Quedamos en el Chencho, el mismo garito zaidinero donde nos encontramos hace unos meses, por pura casualidad. La idea era hablar de una actividad que estamos preparando para GRAVITE, el festival sobre el Viaje en el Tiempo que arranca a final de este mes, pero en cuanto dejamos más o menos resuelta la cuestión, comenzamos a hablar de La Alpujarra.
Se lo he contado en otras ocasiones: el libro que más me ha influido en mi desaforada pasión por la inigualable comarca granadina fue la Guía General de la Alpujarra, un tocho de 450 páginas publicado en 1992 por la antigua Caja de Ahorros. A mis veinte añitos tiraba mucho de las Guías del Trotamundos, de marcado carácter práctico y utilitarista. Asomarme a la magna obra de Eduardo Castro fue doblemente revelador: se trataba de una guía cargada de erudición, historia y literatura que, además, nos descubría un territorio mítico y majestuoso… que se encontraba a tiro de piedra, accediéndose a él a través del km. 37 de la antigua carretera de la Costa, cruzando el Puente del Tablate.
Al tratarse de una magnífica edición repleta de fotografías, el libro de Eduardo pesaba lo suyo. Siempre me dio igual: era lo primero que echaba a la mochila cuando subía a La Alpujarra y nunca me faltó en ningún recodo del camino, por lejos que me encontrara.
25 años después de su publicación y completamente agotado, la Diputación de Granada reeditó el libro con el título de “La Alpujarra en caballos de vapor”. Tal y como se expresa en su nota introductoria: “no esperen encontrar una guía turística al uso actualmente extendido entre viajeros solo interesados en cuestiones intrascendentes, sino el relato detallado de su propio recorrido por la comarca”. Un recorrido, además, que incluye el maravilloso trayecto entre Granada y el Puente del Tablate, a través del Valle de Lecrín.
Las cuatro o cinco veces que fui a La Alpujarra el año pasado tiré de los caballos de vapor de Eduardo, deleitándome con su erudición, con la magia de las poesías que se incluyen en el libro, con las explicaciones topográficas, geográficas y etnográficas y con la historia, tan bellamente, tan sugestivamente narrada.
Si algo me enseñó Eduardo Castro, y la reedición de su libro vuelve a demostrar, es que no hay viaje más excitante que el viaje alpujarreño.
Jesús Lens