Caos, destino, azar y necesidad

Hace 7.000 millones de años se produjo la fusión de dos agujeros negros que provocaron un tsunami gravitacional cuya señal, que duró una décima de segundo, fue captada el 21 de mayo de 2019.

Hace apenas cuatro días, un conductor septuagenario se metió en la A-92 en dirección contraria y provocó un accidente que le costó la vida tanto a él como a su esposa.

Nada tienen que ver ambos hechos entre sí, pero por razones distintas, no me los saco de la cabeza. Como no dejo de acordarme de ese hombre de 41 años que, un mediodía de finales de agosto, se encontraba en el parque de la Ciutadella de Barcelona cuando le cayó una palmera encima y le mató.

De todas las supuestas enseñanzas que íbamos a sacar de este 2020, la más importante ya la conocíamos de antes y tiene mucho que ver con el efecto mariposa, la teoría del caos, el azar y la necesidad: todo puede ocurrir. Por más gagdets inteligentes que llevemos pegados a nuestro cuerpo, por más apps que nos descarguemos en nuestros inteligentísimos teléfonos, por más GPS que conectemos a los mil y un satélites que pululan por ahí arriba; la vida es imprevisible y puede cambiar en un instante.

De las ondas gravitacionales me alucina todo, especialmente que produzcan ondulaciones en el espacio-tiempo. De ahí a los agujeros de gusano y a los viajes en el tiempo apenas hay un trecho. Que este tsunami gravitacional haya sido provocado por la fusión de dos agujeros negros primordiales que, además, no deberían estar ahí; hace que me explote la cabeza.

Se lo he dicho otras veces: como buen y aplicado alumno de letras puras, cada vez me interesa más la ciencia. Sigo sin entender apenas nada, pero persevero en la atenta lectura de artículos científicos. Como ustedes, imagino, que este año aciago hemos aprendido más de virus, vacunas, curvas y pandemias que en todo el Bachillerato.

Me impresionó la muerte de ese matrimonio de ancianos que, tras sortear al coronavirus, tomó mal una rotonda y se metió en la autovía por donde no era. O lo del paseante que caminaba por el parque, posiblemente con su mascarilla puesta, cuando le mató la caída de una palmera.

“Estaría de Dios”, dirán algunos con un cierto fatalismo. Y no les faltará razón. Pero recuerden que hasta el más contumaz de los creyentes en la predestinación mira el tráfico antes de cruzar la calle.

Jesús Lens

Capital

Hacía tiempo que no me enfrascaba en la lectura de un tochaco de 600 páginas, pero las referencias que venía leyendo de “Capital”, de John Lanchester, y el hecho que esté publicada por la editorial Anagrama, en su mítica colección Panorama de narrativas me decidió a llevármelo, en una de mis últimas y renovadas cacerías literarias por librerías y casetas de Ferias del Libro varias y variopintas.

 Capital Anagrama

Soy un comprador compulsivo de libros. Lo confieso. Pero también reconozco no tener mucha voluntad de enmienda. Y, sin embargo, aunque tengo cientos de títulos exigiendo mi atención inmediata, “Capital” me tenía particularmente subyugado. Y en cuanto pude, le hinqué el diente.

Historias cruzadas. ¿Te gustan? ¿Y las teorías sobre los Seis grados de separación? ¿Y el efecto mariposa? ¿Y las narraciones que transcurren básicamente en un espacio muy concreto y limitado, aunque tengan alcance universal?

Pues eso es “Capital”. Eso y más. Mucho más. Se trata de un fresco del Londres del siglo XXI. Un Londres que se concentra en las vidas de los residentes de una calle concreta de la capital: Pepys Road. Residentes habituales o circunstanciales. Algunos de los vecinos, como Roger, trabajan en la City londinense y ganan dinero a espuertas. Otros, como Petunia, ya son mayores y la propiedad de su casa, muy valiosa en plena burbuja inmobiliaria, la tienen por herencia. Conoceremos a su hija. Y a su nieto.

 Capital Pepys Road

“En realidad todo empezó –señala Lanchester en una entrevista –cuando descubrí que había empleados de banca que cobraban primas de un millón de libras. Entonces me pregunté cómo sería vivir con seis ceros en mi cuenta y empecé a investigar. Descubrí todo lo que puede hacerse con ese dinero y de ahí surgieron Roger y su mujer. No puede decirse que sean malas personas, pero sí que están enfermos. Viven completamente alejados de la realidad”.

Pero hasta en las calles más caras y sofisticadas de una de las grandes capitales del mundo tiene que haber tiendas de alimentación que satisfagan las necesidades primarias de los vecinos. Y ahí están Ahmed y sus hijos, originarios de Pakistán. Y encontramos a unos polacos que arreglan las casas de la beautiful people y las reforman cada poco tiempo, de acuerdo con los caprichos de sus dueños. Y están las criadas. Y los vigilantes de tráfico. Y el empleado de un club de fútbol, que aloja en Pepys Road a un jovencísimo y prometedor jugador del Senegal.

Y, sobrevolándolo todo, una palabra, un concepto, un estado mental: crisis. Pero crisis no solo económica y financiera, sino también la crisis como ominosa amenaza llamada a cambiarlo todo. La crisis. Como castigo. Como fin de época. Como catalizador. ¿O como profecía lampedusiana? Señala Lanchester “Todo lo que provocó la crisis sigue estando ahí. Y el problema es que no parece que vaya a irse a ninguna parte”. Una crisis que se anuncia con las enigmáticas postales que la gente de Pepys Road empieza a recibir en sus casas: “Queremos lo que usted quiere”.

 Threatening notes

¿Qué era aquello? ¿Una amenaza? ¿Una campaña viral iniciada por una inmobiliaria para tratar de adquirir propiedades? ¿Una de esas intervenciones artísticas que tan estupefacta dejan a la gente de a pie?

Como señala en novelista, “los artistas y sus obras son, desde hace un tiempo, bienes de consumo, igual que los futbolistas, con los que se especula como si fueran objetos que se revalorizan”.

A través de una narración exquisita, John Lanchester nos permite asomarnos a las vidas de muchas y muy distintas personas, la mayoría, que nada tienen que ver entre sí. Pero que están vinculadas.

Y, por supuesto, para los que nos gusta el voyeurismo, “Capital” es una gozada. ¡Claro que tenemos a nuestros personajes favoritos! Que no tienen porque ser, ni mucho menos, los mejores –o los menos malos- de la narración. ¡Cuestión de gustos! Pero el gran acierto del autor es conseguir que todos, absolutamente todos los protagonistas de esta novela coral nos resulten interesantes y sus vidas, dignas de ser leídas.

 Capital

Un libro que he disfrutado de principio a fin. De los que te llaman y te exigen atención. De los que cuesta cerrar para apagar la luz y tratar de dormir, mientras el mosaico trazado por Lanchester se agranda y expande en la mente, de lo bien compuesto que está.

En Twitter: @Jesus_Lens