Qué bueno que vuelva el fútbol. Si por mí fuera, y con permiso de la musculatura de los jugadores, empezaría el próximo fin de semana: de todas las medidas de la desescalada, esta es trascendental.
Desde que se paralizaron la Liga, Champion’s y demás competiciones futbolísticas, esto es un no vivir, con miles de vocacionales entrenadores de barra de bar mutados en epidemiólogos, sociólogos y politólogos.
Los kilovatios de energía diariamente empleados en discutir de fútbol se canalizaron hacia temas como el control de la pandemia, la gestión del estado de alarma y las fases de desescalada. Lo que hubiera estado muy bien… si no se estuvieran tratando con el incendiario forofismo partidista con el que habitualmente se habla de deporte.
A mí, el fútbol, me trae al pairo. Me resulta indiferente desde hace años. Sin embargo, cada vez que un intelectual (o aspirante a) suelta lo de que es el opio del pueblo, me sale sarpullido. Nunca he entendido la supuesta superioridad moral del que invierte dos horas en ver una película rumana en VOS sobre el que disfruta de un partido del Granada C.F. Esa necesidad permanente de descalificar al otro. ¡Cómo si fuese incompatible ver deporte con ser un buen lector!
“Es que hay mucha gente para la que lo único importante en la vida es el fútbol, que le tiene el seso sorbido”. ¡Pues muy bien! ¡Allá ella! Mejor que esa encendida pasión forofista se canalice a través del balón en vez de derivarse hacia cuestiones sanitarias o científicas. Mejor que se cuestionen las alineaciones, tácticas y cambios realizados por el entrenador del Real Madrid que las actuaciones y recomendaciones del secretario general de la OMS.
Y no porque considere infalible a la OMS o al doctor Simón, sino porque las opiniones de Fulano, Mengano y Zutano sobre cómo afectan las mutaciones del virus a la gestión de la pandemia tienen tanto fundamento y utilidad práctica como mis pronósticos para la Quiniela.
Sostenía Von Clausewitz que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Consideraba la guerra moderna como un acto político, confiriéndole un preocupante elemento racional. Además, los otros dos elementos de la guerra serían el odio, la enemistad y la violencia primitiva por una parte; y el juego del azar y las probabilidades, por otro.
¿No es mucho mejor que la continuación de la política por otros medios acabe en el fútbol, absorbiendo el atávico primitivismo del ser humano y la excitante aleatoriedad nerviosa que provoca el juego?
Jesús Lens