En muchas ocasiones, la semana pasada sin ir más lejos, hablando de Bevilacqua y Chamorro, les insisto en la importancia que, en las investigaciones policiales contemporáneas, tiene todo lo referente a los móviles, los ordenadores, las redes sociales, la geolocalización y las mil y una cámaras que controlan muchos más espacios públicos de lo que somos capaces de imaginar.
Hay novelas, sin embargo, en las que sus autores prefieren cometer sus asesinatos literarios y las posteriores investigaciones en tiempos analógicos, anteriores a la irrupción de internet en nuestras vidas. Mis dos últimas lecturas policíacas han ido en esta dirección.
Empecemos por ‘Moscas’, de Hans Olav Lahlum, recién publicada por RBA y cuya acción arranca en 1968, en Oslo, sin que la historia tenga nada que ver con los hippies, mayo ni las revoluciones pendientes o por hacer. En un edificio normal y corriente se escucha un disparo. Al entrar, la policía se encuentra un cadáver ‘imposible’: con todo cerrado desde dentro, no puede ser un suicidio, dado que no hay arma alguna a la vista. Y nadie pudo salir del edificio sin ser visto por los vecinos que se arraciman junto a la puerta del apartamento del fallecido.
El muerto, un héroe de la resistencia contra los nazis, reclama justicia. La investigación recae en un joven e impetuoso inspector con ganas de demostrarle al mundo lo bueno que es. Pero se encuentra perdido. Entonces recibe una llamada, cruzándose en su camino una brillante joven de apenas dieciocho años que, postrada en una silla de ruedas, tendrá mucho que decir. Y que preguntar.
‘Moscas’ es la típica novela enigma de habitación cerrada que no oculta su pasión por las tramas de Hércules Poirot o Sherlock Holmes. Un divertimento literario muy bien armado en el que los vecinos y familiares del finado se convierten en la agradable compañía del lector durante el puñado de horas que tarde en devorar el libro.
Una novela en la que el autor, que además de novelista es historiador y maestro de ajedrez, invita al lector a disputar con él una ingeniosa partida en la que no hay engaños, que está contada sin trampa ni cartón. El lector tiene acceso a la misma información que el investigador protagonista en tiempo real, por lo que puede aventurar hipótesis, anticipar interrogatorios y despejar sospechas. El autor, honesto hasta el final, no se guarda ases en la manga, algo muy de agradecer. Si les gusta el juego y la novela enigma, lean ‘Moscas’. No les decepcionará.
Vayámonos a 1981 y a Inglaterra, cuando un músico aparece muerto en extrañas circunstancias, con la cara marcada y cortada cruelmente. Imaginen al Joker, pero mutilado de verdad. Se trata de un músico de segunda fila cuyo mayor logro es haberse convertido en imitador de una leyenda del glam, Lucas Bell, más conocido como el Rey Perdido, quien se había suicidado siete años antes.
La investigación le toca a Henry Hobbes, un inspector caído en desgracia entre sus compañeros, quienes le acusan de haber provocado el suicidio de un compañero. Como ven, la cosa pinta luctuosa y trágica.
Lo más interesante de ‘El rey perdido’, de Jeff Noon, igualmente recién publicada por RBA, es su estudio y análisis del fenómeno fan: la locura de los seguidores, la presión de las estrellas, la exigencia de los críticos, las ganas de huir, la necesidad del anonimato, la importancia de la máscara, metafórica y real… Y los rituales de emulación y celebración. La copia y la falsificación.
El escritor Jeff Noon, veterano del género de ciencia ficción, debuta en la novela negra con una historia en la que la trama y la investigación son menos interesantes que el contexto en que se desenvuelve la historia y los personajes que la protagonizan. O, mejor dicho, los personajes de fondo, los secundarios, los raritos, que son los realmente interesantes.
Ha sido una gozada, en unas semanas muy analógicas en las que no he visto cine o series ni he escuchado más música que el sonido de las olas del mar, el rugir del viento y el piar de los pájaros; leer dos novelas en las que, por ejemplo, se revelan fotos. ¡Se revelan fotos! Protagonistas que, sin móviles, quedan incomunicados nada más salir de la oficina o de casa. Y que utilizan planos y mapas físicos para orientarse. Investigaciones en las que lo deductivo y el arte del interrogatorio adquieren todo el protagonismo, sin que nada cibernético perturbe una lectura que invita a apagar el móvil y disfrutar de un puñado de horas de tranquila y sosegada lectura bajo el sol de septiembre.
Jesús Lens