Lo habrán visto ustedes en algún anuncio o en el momento lacrimógeno de una película: el niño que rompe su hucha y le da el dinero a su padre para que pase más tiempo con ellos. Se trata de una especie de chantaje emocional: frente a la excusa paterna de que tiene que trabajar muchas horas cada día para sacar adelante a su familia, los pequeñuelos tratan de comprar lo único que realmente desean: tiempo.
El proceso de crecer y madurar es, también, asumir que el tiempo es un bien escaso y que el éxito profesional -o lo mera supervivencia laboral- lleva aparejado perderlo, regalarlo y renunciar a él: reuniones interminables y a deshora, presencialismo a ultranza, disponibilidad 24/7 y un largo etcétera.
Además, la precarización de las condiciones laborales -el auténtico “milagro” económico de las políticas económicas neoliberales- obliga a la gente a echar en el trabajo más horas que un reloj.
Ahora que se han puesto de moda las criptomonedas, yo abogo por las cronomonedas. ¿Cuánto cuesta una hora de su tiempo? ¿En cuánto la valora? ¿En cuánto la tasa? Y, la pregunta más importante: ¿en qué está usted dispuesto a invertir cada una de las 24 cronomonedas de una hora que le concede el Banco del Tiempo, cada día?
Se trata de una pregunta complicada, a la vez que sencilla. Y, dependiendo de la respuesta, hay que tomar algunas de las decisiones más importantes de nuestra vida. Se suele decir que no es rico quien más tiene, sino quien menos necesita. Personalmente, si algo he aprendido a lo largo de mi vida, es que la auténtica riqueza se basa en el control, el dominio y el disfrute del tiempo.
¿Cuántas horas del día pasa usted haciendo lo que le gusta, disfruta y le apetece, invirtiendo en usted mismo sus 24 cronomonedas; y cuántas de dichas tempodivisas acaban en bolsillos ajenos?
Nunca olviden que el día tiene 24 horas para usted, para su jefe y para el presidente de su empresa. Para Putin, Trump, Mr. Handsome y el G7 al completo. ¡No se las deje mangonear!
Jesús Lens