Con aroma a clásico

Antes de anoche se estrenó una película que, o mucho me equivoco, o está llamada a convertirse en un clásico de referencia. Un filme del que se seguirá hablando dentro de muchos años.

Es una historia radicalmente contemporánea y de absoluta actualidad. Es la historia de un equidistante. De un tibio. De un tipo poco o nada comprometido con ninguna causa que no sea la suya propia. El protagonista regenta un negocio tan exitoso como lucrativo y de ahí no hay quien lo saque, por mucho que estemos viviendo unos momentos trascendentales en la historia de la humanidad y que afectan al mundo globalizado. Un mundo que, a nada que nos despistemos, jamás volverá a ser el mismo.

 

El personaje es un cínico y desencantado que hace la vista gorda ante la corrupción que, con todo descaro, pasa por delante de sus narices. A veces, sin embargo, interviene para evitar situaciones especialmente violentas y repugnantes, sobre todo, para las mujeres.

 

Gestos, detalles que van modelando una personalidad bastante más compleja de lo que al principio de la película podíamos suponer. Porque los personajes están atrapados, presos de la compleja situación internacional… y de sus propios fantasmas. Fíjense en detalles del guion y la escenografía que contribuyen a aquilatar esa sensación de encierro y ahogo: una gran lámpara que a veces está y a veces ha desaparecido, el juego de sombras y contraluces…

 

Entonces aparece ella. La protagonista. Una mujer de belleza sin igual y fuerte personalidad, como se corresponde con los buenos personajes femeninos del cine de hoy. Una mujer que lo pone todo patas arriba para romper el statu quo imperante, obligando a los personajes a tomar decisiones, a tomar partido. A mojarse. A actuar. Porque el silencio y la táctica de la avestruz ya no son válidas ni tienen sentido.

Estamos frente a una película sobre la amistad, el amor y el compromiso, tan valiente como necesaria; llamada a concienciar a los espectadores y a hacerles comprender la realidad del momento que vivimos. Una película de visión obligatoria para todos los timoratos y asustadizos ciudadanos que siguen sin entender que el aislacionismo ya no es opción.

 

Háganme caso y vayan a ver una película que, estrenada el pasado 26 de noviembre, marcará un hito en la historia del cine. Se titula “Casablanca”.

 

Jesús Lens

Oxígeno abrasador

En los últimos tiempos resulta extremadamente sencillo ser tachado de lameculos, estómago agradecido o apesebrado. De facha, rancio y franquista. De equidistante, cobarde y timorato. De corifeo, aprovechado o integrante de tramas, familias, sectas y conspiraciones. (De equidistancias escribí aquí, por ejemplo)

El único requisito para hacerse acreedor de dichos epítetos es contradecir el discurso dominante de ciertos individuos, grupos o colectivos que se creen ungidos por la mano divina, atesoradores de verdades incuestionables llamadas abrir los ojos de los pobre ignorantes que en el mundo somos. Y a cambiarnos la vida, por supuesto.

 

La tentación de creerse Dios, de estar llamado a gestas y empresas que desafían los límites de lo terrenal, ha sido una constante a lo largo de la humanidad. Y, por lo general, los resultados cosechados por estos exégetas de la humana divinidad, convencidos de su propia infalibilidad; han sido nefastos, arrostrando graves perjuicios para el común de los mortales.

Es inevitable, en ocasiones, dejarse arrastrar al fango de discusiones barriobajeras y tratar de razonar con personas que utilizan argumentos manifiestamente irracionales basados en consignas fáciles, frases hechas, rumores, opiniones personales y argumentos ad hominem, falacia consistente en dar por sentada la falsedad de una afirmación tomando como argumento quién es el emisor de ésta.

 

Pero hay que tratar de evitarlo. Por todos los medios. Porque entrarles al trapo a estas personas es hacerles el juego y el caldo gordo. Es darles el oxígeno que necesitan para seguir avivando los incendios que provocan a su paso.

A veces es difícil contenerse. Estos días, por ejemplo, un sujeto anda por las redes despreciando el premio concedido a un trabajador incansable que pasó las de Caín, en su momento, antes de que su labor fuera justamente reconocida y recompensada. El cuerpo me pide bajar al barro para defender a la persona en cuestión, buen amigo, para más inri. Pero, ¿por qué debería de hacerlo? El simple hecho de discutir con alguien supone darle carta de naturaleza y hacerlo visible y perceptible a los demás. ¿Se lo merece? ¡Por supuesto que no!

 

En estos tiempos de supuesta democratización virtual, gracias a las redes sociales, es más importante que nunca recordar a Emilio Lledó cuando decía que la libertad de expresión se degrada si solo sirve para decir tonterías. Ojito en qué discusiones invertimos nuestro tiempo y esfuerzo, no estemos aventando los incendios provocados por un Nerón chiflado.

 

Jesús Lens