La semana que viene tenía que venir a Granada un grupo de jóvenes estudiantes procedentes de Nápoles, para pasar una semana en nuestra tierra. Formaban parte de un intercambio de alumnos que, ayer domingo, quedó en buena lógica suspendido. Por el coronavirus.
Hace un par de días les decía que en la barra del bar, los parroquianos habituales hablan de varios temas entre los que no están los monotemas catalán y venezolano que tratan de imponer por decreto tanto nuestros políticos en ejercicio como sus voceros habituales. Del coronavirus, sin embargo, sí se habla. Y mucho. Ayer, sin ir más lejos.
Hay colegios e institutos del Zaidín cuyos alumnos están de viaje de estudios en Italia, donde el coronavirus se ha hecho fuerte. Y los padres están aterrados. Hasta ahora, la amenaza vírica parecía algo lejano y exótico. Cosa de orientales. El primer aviso vino por la suspensión del Mobile en Barcelona. ¡Poca broma con el tema, cuando empieza a costar cientos de millones de euros en pérdidas directas!
Es cierto que, hace semanas, hubo una alerta por coronavirus en Granada, pero se desactivó a las pocas horas. Lo de Italia, sin embargo, preocupa mucho más. Son los viajes de estudios, claro. Pero también es la celebración de ARCO, con varias galerías italianas invitadas. ¿Y qué pasa con el Barça-Nápoles de Champions, por ejemplo?
El remate del tomate vino al saber que el primer ministro eslovaco, presente en la cumbre presupuestaria de la UE, finalizada hace escasos días, había sido ingresado en el hospital con fiebre alta y problemas respiratorios. Con este tema sí se hicieron muchas bromas, pero mientras reíamos los chistes, también sentíamos un cierto escalofrío.
Acostumbrados a ver series y películas apocalípticas que transcurren en ciudades vacías y abandonadas, resultan pesadillescas las imágenes que nos deja el coronavirus, con la gente parapetada en casa después de arramblar en los supermercados con todos los alimentos posibles.
El cine y la televisión hacen de Pedro. Esperemos que el coronavirus no termine por convertirse en el lobo de la fábula, reduciéndonos a la condición de corderillos sacrificiales.
Jesús Lens