Baquetas, neuronas y humor

En un momento de ‘Viaje al centro de mi cerebro’, Eric Jiménez escribe una de esas verdades incontestables que conviene recordar de vez en cuando: “Hay mucha gente que cree haber vivido cosas que en realidad no ha vivido. Se las ha bebido”.

Seguro que si, libro en mano, le preguntáramos a los protagonistas de las historias relatadas por Eric, dirían que no ocurrieron exactamente igual a como el batería de Lagartija Nick y Los Planetas las cuenta. O, directamente, que no ocurrieron. Es lo que tiene la memoria; frágil, veleidosa y caprichosa.

Pero lo bueno de Eric, la persona y el escritor, es que exuda autenticidad por todos y cada uno de los poros de su piel. Cuenta las historias como recuerda que ocurrieron. Y si no ocurrieron como las cuenta, el problema es de las historias, no del autor. ¡Imprime la leyenda!

“Quizá el centro de la Tierra sea como el centro de mi cerebro: repleto de pensamientos, historias y recuerdos que arden a una temperatura tal que resulta imposible subsistir”, escribe Eric al final de su apasionante recorrido por las mil y una aventuras atesoradas en su vida en la carretera… y en casa. Que de todo hay. Por ejemplo, la Granada pandémica: “Una ciudad sin ruido es una ciudad muerta, y una ciudad muerta acaba matando a sus habitantes”.

Lo que más me ha gustado de estas nueva memorias de Eric Jiménez es la fusión/disociación entre la persona y el personaje. La extrañeza que le provocan las diferencias entre lo que él ve cuando se mira al espejo y lo que los demás creen ver cuando se encuentran frente a él. “Como daba tantas hostias a la batería, pensaban que podía hacer lo mismo con su cara. No se fijaban en el ritmo que generaba, solo en los mandobles que metía”. ¿Se puede expresar mejor con menos palabras? Sí: “Mis únicas armas son las baquetas y el sentido del humor”.

Hace un par de veranos, tomando unos tragos en Salobreña, Eric nos contaba cómo arrancaría el segundo tomo de sus memorias: el público expectante y él, desde lo alto… tirándole caramelos, vestido de Mago en la Cabalgata de Reyes. Al final, ‘Viaje al centro de mi cerebro’ no empieza así, pero es uno de los capítulos más emocionantes, en el que aparece el Ernesto más familiar, sentimental y, de nuevo, auténtico.

Jesús Lens

Los cielos cabizbajos

¡Qué pedazo de disco! Es una joya repleta de matices y texturas sonoras y poéticas. ¡Cómo duele escucharlo, también! ¿Puede ser dolorosa la belleza? ¿Trágica? ¿Cruel?

Sí que puede. De hecho, lo comprobarán cuando oigan las 12 canciones que componen ‘Los cielos cabizbajos’, el imprescindible nuevo disco de Lagartija Nick con los temas escritos, compuestos y apuntados por Jesús Arias antes de morir por culpa de una cruel y jodida neumonía.

Llevo escuchando ‘Los cielos cabizbajos’, en bucle, varios días. Resulta imposible aprehender todo lo que contiene en una o dos escuchas aceleradas. Desde que Eric Jiménez nos pinchó ‘Sarajevo’, ‘Somalia’ o ‘Buenos días Hiroshima’ en una memorable noche del pasado verano; tengo estos temas metidos en la cabeza, rayándome sin parar.

He comprado la edición del disco que viene con el libro que documenta los diarios de Jesús Arias. Es un compendio de la magna obra que publicó La Madraza de la UGR hace unos meses, una guía de escucha del disco. Es un lujo poder adentrarnos en el interior del proceso creativo de mentes tan prodigiosas como las de los hermanos Arias gracias a un proyecto editorial entre lo didáctico y lo memorialístico.

Un libro que se abre con una cita de Val del Omar: ‘El hombre trazaba ruidos y miedos en los muros. El ruido nos introduce en un bosque primitivo’. Como escribe Ángel Arias en el Proemio del libro: ‘Es cierto que el ruido nos introduce en un bosque primitivo: un bosque donde crece, frondosa, una vegetación compuesta de seguiriyas con forma de motosierra que buscan a Jesús para poder hundirse tranquilas’.

¡Uf! Vuelve a sonar la canción dedicada al bombardeo de Guernika. ‘Gritos de niños al morir / Gritos de pájaros sin fin / Gritos de flores sobre el mar / En el silencio más letal / Han volado una ciudad’. Insisto: ¿cómo puede ser tan hermosa, tan dolorosa, la belleza? Los arreglos de David Montañés, la batería de Eric, las guitarras, el bajo, la voz de Antonio, el coro y la orquesta de la UGR… ¡Qué rara luz! ¡Qué deslumbrante! ¡Qué cegadora! ¡Qué emocionante!

Jesús Lens

 

Omega no se acaba nunca

Cada vez que escucho el Omega me pasa una cosa maravillosa: lloro incansable, interminable e inconsolablemente. Cuando Enrique Morente se arranca con lo de cortarse la mano derecha, ya tengo los ojos empañados. Y cuando entona “se cayeron las estatuas, al abrirse la gran puerta”, la pechera de mi camiseta ya está empapada. Y eso que hablamos de la primera canción del disco… Y partiendo de ahí, en IDEAL hago un poco de strip tease sentimental…

Omega Largatija Nick

Para mí, escuchar el Omega es transitar por un caudal de emociones que me sacuden con la fuerza de un electroshock. Y ha sido viendo el maravilloso documental dirigido por José Sánchez-Montes que he conseguido racionalizar el porqué.

Omega

Omega es la última letra del alfabeto griego, el final de todo, de acuerdo con el libro del Apocalipsis. Omega. Fin de ciclo. Estación Términi. Omega, donde todo lo que soy termina confluyendo y dándose la mano.

Porque en el Omega está mi padre, el catedrático de Griego y apasionado melómano que, al abrupto final de su vida, había abrazado el flamenco, el gospel y el mestizaje musical más luminoso.

Jesús Lens Tuero

En el Omega está, por supuesto, la poesía de García Lorca. El clasicismo y la vanguardia. Y el dolor de sus tragedias. Aquellas poderosas imágenes que mi madre, profesora de lengua y literatura, tanto disfrutaba y cuya fuerza consiguió transmitir a decenas de generaciones de estudiantes.

Y está, en Omega, el encuentro y la fusión de artes y géneros, con Leonard Cohen acercándose al flamenco para ponerle música al poeta, eliminando fronteras, abriendo nuevos caminos, bajando barreras.

Omega Morente Cohen

En el Omega está, en fin, el punk rock más transgresor de Lagartija Nick, una actitud de enfrentar la música, el arte y la vida con la que yo tanto me identificaba, para pasmo de mis padres, primero; comprensivos, después. ¿Orgullosos, por fin? Quiero creer que sí. Porque Omega es el territorio mítico en el que todos habríamos terminado por coincidir, conviviendo en una compleja, contradictoria y dialogante armonía.

Gracias, José Sánchez-Montes por un documental que, contando el proceso de creación de Omega, me ha servido para entender tantas cosas. Pocas veces he salido tan conmovido de un cine. Y es que las obras maestras lo son porque parecen haber sido hechas, ex profeso, para cada uno de los espectadores, oyentes o lectores. Y Omega lo es.

Omega Largatija Nick

Una obra maestra total que, como dice Antonio Arias, no se acaba nunca…

Jesús Lens

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