Plan España 2050

Cuando he leído que Pedro Sánchez presenta el próximo jueves un documento base sobre el plan España 2050, lo primero que he pensado es que, para entonces, calvo y desdentado. Yo, no nuestro pétreo Presidente. Así de frívolo me sentía ayer domingo, disfrutando del sol preveraniego en la terraza. En 2050 tendré 80 años y comeré sopas, cremas, proteína de insectos o lo que quiera que se coma por entonces. Pero ahí estaré. Confío. Espero.

Cuando cumplí los 50 palos el año pasado, en plena primera desescalada pandémica, pensé que tal día como ese, en el 2070, cumpliré los 100. Optimista que es uno. Me niego a aceptar que ya tengo más vida por detrás que por delante, así que haré mío el plan España 2050 y trataré de aportar mi granito de arena, huyendo del deleznable ‘para lo que me queda en este convento…’.

En esas estaba cuando leí el artículo de Manuel Martín, Defensor de la Ciudadanía de Granada, sobre la Agenda 2030. “Nos pasamos el tiempo enredados en planes, planificiaciones, agendas, observatorios, comités y comisiones que acuerdan, aprueban, impulsan y promueven grandes declaraciones de intenciones”, rezaba el preclaro subtitular. “Y que no sirven para nada en la mayor parte de las ocasiones”, pensé.

Es como lo de invocar la capitalidad cultural del 2031 en una ciudad que ha laminado el cine de su agenda cultural, por ejemplo. La desaparición de Cines del Sur y Granada Paradiso, heredera de Retroback, se iba a ‘suplir’ con un gran festival de series. Échenle un vistazo a la web Iberseries Platino Industria, que ya anuncia sus fechas de celebración, entre el 27 de septiembre y el 1 de octubre. ¿En Granada, como era la idea original? No lo parece…

Pero volvamos a la cuestión del tiempo y del cuán largo me lo fiáis amigo Sanchez. Un desafío para el periodismo de datos: confrontar el importe realmente recibido en las cuentas corrientes con el montante global de las sucesivas ayudas prometidas por las diferentes administraciones para los distintos sectores productivos masacrados por la crisis.

Las ayudas son como los Bin Laden, aquellos míticos billetes de 500 euros de los que todo el mundo hablaba, pero nadie había visto. Excepto los traficantes y los defraudadores, claro. Que para ellos, eran moneda de cambio corriente.

En cualquier caso, hago mías la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, el Plan España 2050 y, en su caso, la Operación Marte 2100. Apúntenme, que confío aguantar.

Jesús Lens

Entre el fuego y el precipicio

Leyendo la narración de los momentos de pánico que se vivieron en Portbou cuando se declaró el incendio que ha asolado el Ampurdán, no pude evitar hacer una analogía con la actual situación de la economía española, con todo el respeto por las personas fallecidas y heridas en la tragedia.

Según parece, cuando se extendió el fuego provocado por la impaciente colilla de un conductor aburrido, las personas que estaban varadas en mitad del típico atasco de un fin de semana de verano se vieron obligadas a tomar una súbita decisión. ¡Qué sangrante, el contraste: pasar del disfrute de un domingo de sol y playa a tener que luchar por salvar tu vida!

De las doscientas personas que se encontraron frente una lengua de fuego que amenazaba con abrasarlas vivas, ciento cuarenta decidieron quedarse quietas y esperar a ver qué ocurría. Por el contrario, las otras sesenta optaron por poner pies en polvorosa y huir de la amenaza, aunque eso supusiera tener que bajar por un escarpado acantilado repleto de rocas sueltas y espinosos cactus. Un descenso para el que, con un calzado inadecuado, la mayoría de las personas no estaban preparadas. Magulladuras, ansiedad, pinchazos, pies rotos, sufrimiento y episodios de heroísmo y solidaridad fueron el balance principal de una odisea imprevista y, hasta cierto punto, obligatoria.

La travesía culminó con éxito para todos los expedicionarios, excepto para cinco franceses que, presas del pánico, se arrojaron al mar desde distintas alturas del acantilado. De los cinco, tres sufrieron heridas de distinta gravedad y se encuentran hospitalizados. Otros dos, sin embargo, perdieron la vida.

Llevamos semanas escuchando que la economía española está al borde del precipicio y no dejamos de leer todo tipo de análisis, vaticinios y previsiones; cada uno más catastrofista e intranquilizador que el anterior. Mientras que el gobierno y los poderes públicos optan por mantenerse a pie firme, esperando que el viento cambie la dirección del fuego; cada vez hay más partidarios de adentrarse en el acantilado, abandonar la zona de riesgo y buscar la salvación de una forma activa y diferente a la de, sencillamente, esperar.

Como ciudadano, cada vez me siento más estupefacto e impotente ante el panorama al que nos enfrentamos. Entiendo incluso a quiénes quieren saltar, esperando encontrar la salvación definitiva ahí abajo, en mitad de las aguas. Pero no puedo dejar de pensar que aquellas ciento cuarenta personas que esperaron a ver qué pasaba, finalmente pudieron subirse a su coche para volver a casa.

En determinadas ocasiones, la vida nos sitúa en escenarios y momentos que nos obligan a tomar decisiones tan trascendentales que marcarán nuestro futuro. España se encuentra, ahora mismo, en esa encrucijada: al borde del abismo y hostigada por una lengua de fuego que amenaza con calcinarla. ¿Cambiará el viento? ¿Bajarán las temperaturas y se aplacará el fuego? ¿Llegarán a tiempo los bomberos y los equipos de salvamento? ¿Saltaremos? ¿Habrá agua debajo?

Jesús Lens