Willy, Rudy & Scar

Es viernes y, con la semanita que llevamos, cuerpo y mente piden un poco de sosiego, calma y relax. Cuando las noticias sobre el fuego, la sequía y la rebelión de los jueces me ponían cardiaco, me conectaba a ese reality show que, durante 24 horas al día y en riguroso directo, nos está contando las exequias a Isabel II. ¡Qué sosiego, saber que, pase lo que pase en el mundo, el funeral seguirá estando ahí, como el dinosaurio de Monterroso y la inflación subyacente!

Menos mal que septiembre ha llegado con el Eurobásket debajo del brazo, para contradecir el pesimismo reinante. Si hay un colectivo en el que podemos confiar con los ojos cerrados es el combinado español de baloncesto.  

Este año pintaban bastos, entre la retirada de las grandes leyendas y la juventud e inexperiencia de buena parte de los integrantes del equipo. Los partidos preparatorios tampoco permitían abrigar grandes esperanzas. Y la derrota contra Bélgica pareció desnudar al rey. Pero entonces aparecieron ellos. 

Personalizo en Willy, Rudy y Scariolo porque no tengo espacio para glosar los méritos del resto de integrantes de un equipo que es sobre todo eso: un equipo. Un colectivo que va mucho más allá de los doce jugadores y los técnicos que se encuentran ahora mismo en Alemania. Un equipo conformado por los compañeros que estuvieron en las duras semanas de preparación, en agosto, para quedar finalmente descartados. Y por los que se parten la cara en las Ventanas, ese invento tan raro que, como la polución en Granada, ha venido para quedarse. 

Willy está siendo el mejor jugador de España en la cancha. El más completo y decisivo. Un estilete ofensivo más fiable que un robot japonés. Rudy es la garra, el genio y la voz de la experiencia que, con su ejemplo en la pista y sus gritos en el vestuario, consigue que los más jóvenes saquen la mejor versión de sí mismos o, sin usar una expresión tan pijo-engolada, que le echen lo que hay que echarle.

Y nos queda Scar, ese genio de los banquillos que convierte su libreta en la lámpara maravillosa que ilumina a los jugadores cuando se les apagan las luces.

Les llaman la Familia, una expresión que, personalmente, no me gusta. Para Familia, los Corleone. Yo los veo como los Hermanos de Sangre de aquella maravillosa serie sobre la II Guerra Mundial, Band of Brothers. 

Una vez más, el equipo español está en semifinales. Da lo mismo si consiguen el Oro, la Plata, el Bronce o la medalla de chocolate.  Han vuelto a superar nuestras expectativas y nos han hecho sufrir y mordernos la uñas para terminar gritando de emoción con sus victorias. Y eso, en tiempos tan inciertos, vale su peso en oro. 

Jesús Lens

Trabajo, trabajo y trabajo

Inconmensurable, descomunal, eterna España. Podría llenar esta columna de elogiosos adjetivos superlativos y, aun así, quedarme corto. ¿Cómo escribir de cualquier otra cosa que no sea la épica victoria de ayer de la selección española de baloncesto en el Mundial de China? Somos la Eñe. La ÑBA. Somos, sí. Somos…

Que nos disculpen las dos jóvenes estudiantes que se sobresaltaron con un sonoro ‘jodeeeeeeerrrrrrr’ cuando salían de mi ‘cafecina’, el Kaoba, esa fusión entre cafetería y oficina convertida por un par de horas en cancha de juego sobre la que saltamos, brincamos, blasfemamos y, finalmente, gritamos de forma salvaje mientras chocábamos la manos, felices. Estábamos tan embebidos en el partido que perdimos cualquier atisbo de mesura y cortesía.

Hace unos días, cuando Rafa Nadal ganaba su enésimo torneo de Grand Slam, leí comentarios sobre el ejemplo que debería ser para nuestra clase política. Con lo del básket pasa igual. Las lecciones que lleva dando el combinado español desde los tiempos de Pepu Hernández son como para escribir varios manuales de gestión de equipos.

Tres lecciones de las que deberíamos tomar nota: jamás bajar los brazos. No rendirse ni en los peores momentos. Creer. Confiar. Insistir. Perseverar. Apretar los dientes y seguir tirando hacia delante, contra viento y marea. Lo decíamos hace unos días: con un equipo repleto de bajas y jugando regular, España lo ha vuelto hacer. Ya está clasificada para los Juegos Olímpicos de Tokio, ha ganado la Plata en el Mundial y el domingo peleará por el Oro. ¡Ahí es nada!

Segundo: ganar desde la defensa, a cara de perro, dejándose la piel en cada segundo del juego. Cuando no se puede ofrecer showtime, hay que bajar a pelear en el barro, con uñas y dientes. Como decimos los torpes, pero voluntariosos, siguiendo a los inconmensurables Antoni Daimiel y Guille Giménez: sólo puedo prometer trabajo, trabajo y trabajo.

Generosidad. Este éxito se viene fraguando desde hace meses, gracias a jugadores que sabían que no estarían en China, pero que se fajaron en las denostadas e invisibles Ventanas de la FIBA como si la vida les fuera en ello. ¡Eso sí es compromiso!

Jesús Lens

La España que me gusta

Qué importante es, jugando mal, ganar. Lo hizo España ayer, contra Italia, en el Mundial de Baloncesto. Era un partido esencial para el desarrollo del torneo y no empezó bien. Nada bien. Ricky Rubio y Marc Gasol, los jugadores más desequilibrantes del equipo, no daban una y perdían balones con la misma facilidad con que la izquierda pierde ocasiones de coaligarse para gobernar.

La cosa se enderezó algo al borde del descanso y, en el último cuarto, volvimos a hacerlo de pena, si me permiten el uso de esa primera persona del plural que nos identifica con el equipo de nuestros amores. Entonces aparecieron ellos, Ricky y Marc; Marc y Ricky. Tiraron de oficio, forzaron buenas faltas, metieron tiros libres y, por fin, el menor de los Gasol anotó su primera —y esencial— canasta… justo al final del partido.

España no está dando buenas sensaciones en este Mundial. Jugando contra rivales notoriamente inferiores, se ha complicado la vida en varios partidos. Sin embargo, está invicta, ya clasificada para cuartos de final.

Lo ideal, por supuesto, es ganar jugando bien. Hay quienes prefieren, incluso, jugar bien aunque luego se pierda. El famoso ‘jugar como nunca para perder como siempre’. La Selección Española de básket, sin embargo, nos ha acostumbrado a ganar. A conseguir medallas hasta en las situaciones menos favorables. A estar arriba. El carácter que ha forjado este equipo le convierte en sempiterno ganador, aun en las peores circunstancias.

Me gusta esta España. Dura, rocosa, voluntariosa. Echo de menos el talento innato y la sabiduría a espuertas de Pau Gasol y la Bomba Navarro. La garra de Felipe Reyes, la magia del Chacho, la solvencia de Calderón y el músculo de Ibaka. Pero ahí seguimos. Sacando adelante los partidos, aunque de forma menos vistosa que antes.

Una España que se apoya en sus últimos y exitosos diez años de trayectoria para impulsarse hacia el futuro y reinventarse, una y otra vez. Una España que siempre mira hacia delante, integrando a los jóvenes debutantes. Una España cohesionada, fuerte y esforzada; unida y comprometida. Una buena España.

Jesús Lens