Hoy publico en IDEAL un artículo con en el que no sé si estarás muy de acuerdo. Dice así:
¡Por las orejas, me sale ya el tema de la Marca! Reconozco que, al principio, la Marca España me pareció una buena idea, moderna y con sentido. Transmitía optimismo, confianza y positivismo; algo muy necesario en estos tiempos tan oscuros. Sin embargo, no tardaron en llegar la cansinez y el hartazgo: de repente, todo tenía que ser Marca: Marca Granada. Marca Salud. ¡Hasta la Marca Personal! Si no te conviertes en Marca, no eres nada. Ni nadie. No existes. De hecho, cuidar la Marca empezó a ser más importante que cuidar la línea, la presión de los neumáticos del coche y hasta que cuidar las relaciones humanas.
Pero a mí no me gusta ser una Marca. En estos tiempos en los que todo se compra y se vende, me fastidia pasar de ser un sujeto a ser un objeto. Un objeto de consumo. De hecho, ¿no empezaría a fraguarse todo esto de la Marca cuando dejamos de ser los Ciudadanos de los que hablan los textos constitucionales para convertirnos en los Consumidores de los que hablan los informes de estrategia de las multinacionales?
Y digo yo que si nos tenemos que etiquetar, identificar y describir; ¿no sería mejor pensar en una Idea que en una Marca? O, mejor aún, hablar sobre el Concepto. Lo importante es el Concepto. ¿Qué Idea de España tenemos, más allá de los colores de una bandera, los triunfos de Nadal o esa china en el zapato con forma de Peñón, que tanto nos aprieta cuando más le interesa al Gobierno de turno? ¿Cuál es el Concepto, dejando atrás la ÑBA, los desequilibrios territoriales y determinados conflictos interesados que tantas veces se engordan de forma artificial, como el hígado de las ocas, para hacer paté?
Yo empezaría a definir el Concepto de España a través de algo tan etéreo como el sabor. Del gazpacho, por ejemplo. ¡Mira que hay formas distintas de prepararlo e ingredientes con los que jugar! Pero qué bueno está. Refrescante, energético, natural… ¡como la sangría, uno de esos placeres sencillos de la vida que deberíamos recuperar! O las tortillas, esponjosas. Y el pescaíto frito.
O el olor. ¿Podríamos conceptualizar nuestra tierra en algún olor? Una vez olvidado la peste a zorruno retestinado de tantas y tantas generaciones pretéritas, España huele a aceite, a espliego, a tomillo… y a mar. ¡Por sus cuatro costados! Aires marinos, frescos y limpios. Aires de apertura y libertad. Los aires que traen esos vientos lejanos que, además de oxigenar cuerpo y mente, mueven molinos y generan energía no contaminante.
Y tenemos la música. Y un idioma universal, compartido por miles de millones de personas de todo el mundo. Y los libros. Y los cuadros. Y todo aquello que contribuye a conformar un ingente, envidiable y caudaloso patrimonio que nos une, nos describe, nos define y nos conceptualiza. Porque el Concepto debería ser precisamente eso: apoyo mutuo, comprensión, unión, compromiso, diversidad, respeto y solidaridad.
Jesús Lens
En Twitter: @Jesus_Lens