El otro día, al salir de casa para comprar el periódico y tomar café, le di dos vueltas a la llave de casa, conecté la alarma y avisé al vecino de que volvía en media hora o tres cuartos; aterrado por si en ese lapso de tiempo entraba alguien y me okupaba la vivienda. Es tal la psicosis okupa que voy a plantear a la comunidad de vecinos una derrama para hacer unas obras a la entrada del edificio. Una cosa sencillita: excavar un foso con puente levadizo e instalar un rastrillo metálico en la entrada del portal.
Es la conversación del momento: la okupación. Pero no la okupación de edificios abandonados o ruinosos por parte de colectivos de inspiración anarquista para darles un uso socio-cultural o la más sencilla ocupación de pisos vacíos, propiedad de bancos o fondos de inversión, por familias necesitadas que no encuentran donde vivir.
Este verano, lo que se lleva, es hablar de la okupación de viviendas de uso habitual o de segundas residencias por parte de vivillos que se las saben todas y expulsan de su morada a personas de bien que, inermes y de un día para otro, se quedan en la calle y sin nada. Algo que apenas ocurre en nuestro país, estadísticamente hablando.
A estas alturas de agosto, ¿queda alguien que no haya oído hablar de los okupas de Mataró que se fueron de vacaciones a Ibiza, momento aprovechado por el dueño del piso para entrar y hacerse de nuevo con él? Pues resulta que no eran okupas. Eran inquilinos morosos. Su proceder no es justificable, pero hay que llamar a las cosas por su nombre.
En el IDEAL de ayer domingo, en su ‘Radiografía de la ocupación en España’, la periodista Cristina Vallejo hacía un ilustrativo análisis de la situación. Tal y como explicaba un catedrático de Derecho Penal, “en caso de que una primera residencia o una vivienda de vacaciones sea ocupada, su propietario está protegido y el ocupante habría incurrido en un flagrante delito de allanamiento de morada penado con cárcel”. Y, por supuesto, el propietario podrá recuperar su vivienda de forma casi inmediata. (Leer AQUÍ completa)
Pero sobre todo y lo más importante: es una situación muy poco frecuente, atendiendo a las estadísticas. En un país con 3,4 millones de viviendas vacías, son estas las que resultan ocupadas. Sigue siendo un problema, ojo, pero no tiene que ver con lo que nos están vendiendo.
Jesús Lens