Leyendo la narración de los momentos de pánico que se vivieron en Portbou cuando se declaró el incendio que ha asolado el Ampurdán, no pude evitar hacer una analogía con la actual situación de la economía española, con todo el respeto por las personas fallecidas y heridas en la tragedia.
Según parece, cuando se extendió el fuego provocado por la impaciente colilla de un conductor aburrido, las personas que estaban varadas en mitad del típico atasco de un fin de semana de verano se vieron obligadas a tomar una súbita decisión. ¡Qué sangrante, el contraste: pasar del disfrute de un domingo de sol y playa a tener que luchar por salvar tu vida!
De las doscientas personas que se encontraron frente una lengua de fuego que amenazaba con abrasarlas vivas, ciento cuarenta decidieron quedarse quietas y esperar a ver qué ocurría. Por el contrario, las otras sesenta optaron por poner pies en polvorosa y huir de la amenaza, aunque eso supusiera tener que bajar por un escarpado acantilado repleto de rocas sueltas y espinosos cactus. Un descenso para el que, con un calzado inadecuado, la mayoría de las personas no estaban preparadas. Magulladuras, ansiedad, pinchazos, pies rotos, sufrimiento y episodios de heroísmo y solidaridad fueron el balance principal de una odisea imprevista y, hasta cierto punto, obligatoria.
La travesía culminó con éxito para todos los expedicionarios, excepto para cinco franceses que, presas del pánico, se arrojaron al mar desde distintas alturas del acantilado. De los cinco, tres sufrieron heridas de distinta gravedad y se encuentran hospitalizados. Otros dos, sin embargo, perdieron la vida.
Llevamos semanas escuchando que la economía española está al borde del precipicio y no dejamos de leer todo tipo de análisis, vaticinios y previsiones; cada uno más catastrofista e intranquilizador que el anterior. Mientras que el gobierno y los poderes públicos optan por mantenerse a pie firme, esperando que el viento cambie la dirección del fuego; cada vez hay más partidarios de adentrarse en el acantilado, abandonar la zona de riesgo y buscar la salvación de una forma activa y diferente a la de, sencillamente, esperar.
Como ciudadano, cada vez me siento más estupefacto e impotente ante el panorama al que nos enfrentamos. Entiendo incluso a quiénes quieren saltar, esperando encontrar la salvación definitiva ahí abajo, en mitad de las aguas. Pero no puedo dejar de pensar que aquellas ciento cuarenta personas que esperaron a ver qué pasaba, finalmente pudieron subirse a su coche para volver a casa.
En determinadas ocasiones, la vida nos sitúa en escenarios y momentos que nos obligan a tomar decisiones tan trascendentales que marcarán nuestro futuro. España se encuentra, ahora mismo, en esa encrucijada: al borde del abismo y hostigada por una lengua de fuego que amenaza con calcinarla. ¿Cambiará el viento? ¿Bajarán las temperaturas y se aplacará el fuego? ¿Llegarán a tiempo los bomberos y los equipos de salvamento? ¿Saltaremos? ¿Habrá agua debajo?
Jesús Lens