Llevaba unos días comiendo mal. Apenas daba cuatro pinchadas o cucharadas al plato, me sentía lleno y pasaba la tarde embotado. Ni agua podía beber. Pesado. Ahíto. Con mal sabor de boca.
Y, luego, las noches, también fatal. Dando vueltas, sintiendo las tripas revolverse, una y otra vez, en un centrifugado permanente.
Hoy dí con la resolución al enigma: mi cambio de dieta, al desayunar.
A una de las mitades del Mollete de Antequera que me como habitualmente, empecé a echarle aceite en vez de mantequilla. Porque, se supone, es mejor para la salud.
Se supone.
Se supone, claro, que depende de la calidad del aceite que le eches al pan.
Claro.
Joder.
El hombre. El hombre es esa acémila que no deja de equivocarse una y otra vez.
Y ahora me doy cuenta de que llevo días envenenándome a mí mismo, de forma sistemática, un día tras otro, de lunes a viernes.
Espero que, volviendo a la mantequilla, el daño sea reversible y no me deje secuelas permanentes.
Por si acaso, aquí queda esto.
¿Vale?
Gracias.
Jesús Lens, el Envenenado.
En Twitter: @Jesus_Lens