“Mortdecai”, la última película con Johnny Depp, es una simpática e intrascendente patochada que se ve con agrado… si te gustan el referido Johnny Depp y sus histrionismos.
Sin embargo, si eres de los que no soportan la deriva del actor y sus papeles en la saga de los piratas del Caribe o su Tonto haciendo el indio en la inefable “El llanero solitario”; abstente. Es que ni te lo pienses.
Porque, en realidad, “Mortdecai” es una película de Johnny Depp. Total y absolutamente. Aunque en los títulos de crédito figure un director como David Koepp y hasta tres guionistas encargados de la tarea de adaptar a la pantalla una novela de Kyril Bonfiglioli y Craig Brown, la película son 106 minutos dedicados a la mayor gloria de las muecas de JD.
La película cuenta las andanzas de un rico marchante de arte venido a menos, el susodicho Mortdecai, en su búsqueda de una pintura de Goya que, además de su valor intrínseco, podría ocultar una información muy valiosa, lo que activa a mafiosos rusos, a los servicios de su graciosa Majestad británica, a coleccionistas de Los Ángeles y a no me acuerdo a cuántas personas más.
Con esas premisas, la película es un cúmulo de mamporros, golpes, persecuciones, chistes y bromas que, en unos casos funcionan bien y en otros provocan sonrojo a un espectador mínimamente exigente y con dos dedos de frente.
“Lo imposible” está arrasando en taquilla, batiendo récords y cosechando aplausos, loas y parabienes de (casi) todo el que la ve.
Así las cosas y tras tres fines de semana abarrotando las salas más grandes que imaginarse pueda, toca responder a una pregunta: ¿es para tanto?
Me vais a perdonar si os parezco un pedante, un marisabidillo o un snob que va contra la corriente, pero la respuesta es…
¡NO!
Y eso no quiere decir, ni mucho menos, que sea una mala película. O que no me gustara. Pero, sinceramente, si no fuera porque estamos en lo más hondo de una crisis devastadora que, sin embargo, aún no ha tocado fondo; creo que “Lo imposible” no estaría siendo el fenómeno que es.
La película, que cuenta las vicisitudes de una familia española en la Tailandia arrasada por el tsunami de la Navidad de 2004, sitúa al espectador frente a una pesadilla mucho más espantosa que la provocada por el paro, la crisis y los activos tóxicos. Una tragedia devastadora que segó la vida de 200.000 personas que se encontraban en un lugar muy parecido al paraíso terrenal.
Una pesadilla que llega de improviso. Sin avisar. Como una maldición bíblica que lo arrasa todo a su paso; una ola gigante proveniente del interior del océano convierte en peleles a las miles y miles de personas que encuentra a su paso, arrastrando tras de sí no solo a sus cuerpos desmadejados e indefensos, sino también a los árboles, barcos, coches y cualquier cosa que no estuviera bien anclada en el suelo, por grande que pudiera parecer.
Ni que decir tiene que las secuencias del tsunami son espectaculares y que solo los quince o veinte minutos en que el agua desatada tiene el protagonismo ya hacen que merezca la pena pasar por taquilla. Para ver la película en una buena pantalla, claro. Una de esas pantallas gigantes que dan al cine espectáculo todo su sentido.
Porque el resto de la historia, la verdad, no raya a la misma altura. Superación, capacidad de aguante, resistencia, solidaridad, fuerza, coraje y ganas de vivir. Mensajes positivistas que llaman a la no rendición, a seguir luchando aun en las peores situaciones, por mucho que la lógica invite a abandonar.
Autoayuda a raudales y cantidad de secuencias muy apropiadas para la sección de psicología de los suplementos dominicales de los periódicos. Y, por supuesto, momentos lacrimógenos tan previsibles como inevitables.
Pero, por encima de que “Lo imposible” me haya gustado más o menos, sí estoy feliz por el hecho de que una película española esté arrasando y sea la comidilla en todas las charlas y tertulias del momento. Una película producida por gente de aquí, que apostó por un proyecto grande, multinacional, rodado en inglés, orientado a un mercado mundial, protagonizado por estrellas del calibre de Naomi Watts o Ewan McGregor y dirigido por un director español joven, pero sobradamente preparado: Juan Antonio Bayona. Un marketing excelente, una programación en festivales fabulosa… todo lo que rodea a “Lo imposible” muestra talento, inteligencia y gusto por las cosas bien hechas.
Cuando el gobierno del PP ha mandado un misil de largo alcance y brutal potencia destructiva contra la cultura española, el cine responde tomando la cartelera con películas como “Lo imposible”, la maravillosa “Blancanieves” de la que hablábamos hace unos días y la no menos estupenda “El artista y la modelo”, de la que no tardaremos en hablar, pero que debes ver, mejor antes que después.
Y tampoco tardaremos en hablar sobre el absurdo e irracional sistema de exhibición vigente en España y una política de precios que resulta tan vergonzante como abstrusa e irracional. Pero será otro día. Ahora nos quedamos con el devastador paso de “Lo imposible” por las pantallas españolas.
Un ejemplo de que otro cine también es posible. En España. Aquí y ahora.
Jesús imposibilitado Lens
PD.- De mareos, lipotimias, angustias y desmayos varios… ¡Paparruchas! Nada de nada. Sandeces que se inventan algunos listillos para darse pisto. Ni caso.
Ahora, a ver los anteriores 29 de octubre: 2008, 2009, 2010 y 2011
Pobre. Muy pobre la traducción del título original de la última genialidad de Roman Polanski, «The ghost writter». Es verdad que, en castellano, «El escritor fantasma» nos podría hacer pensar en tipos como Juan Manuel de Prada y, automáticamente, arruinar el taquillaje de la película. Por lo era necesario hacer una interpretación. Pero… ¿»El escritor»?
Si precisamente los personajes se pasan toda la película ironizando sobre el no ser escritor por derecho propio del personaje interpretado por Ewan McGregor. Porque, en realidad, su personaje interpreta a un negro. A un negro literario, se entiende. Al que escribe para que otro firme en su nombre. A ese tipo que pone la letra a las autobiografías de gente famosa, sin ir más lejos.
En el caso que nos ocupa, el Escritor Fantasma, el Negro, ha de trabajar en un manuscrito sobre la vida del ex primer ministro inglés, que vive en una casa de diseño, aislado en una isla de la Costa Este norteamericana. Un manuscrito redactado por otro Negro anterior, fallecido en extrañas circunstancias.
A partir de ahí, en un ambiente claustrofóbico, se desarrolla la acción de una película que, cargada de sutilezas, nos habla sobre algunos de los más recientes episodios de la política internacional, mostrados a través de las cámaras globalizadas de la CNN, pero desde la óptica de los personajes encerrados en una casa, cercada y encerrada en una isla en la que no para de llover.
Una casa de diseño, aparentemente majestuosa pero que, en realidad y con sus cuadros de arte contemporáneo, es más fría que un carámbano. Como los personajes que la habitan, desde el ex Primer Ministro y su esposa, protagonistas de un matrimonio en disolución, a las ayudantes del ex-Premier. Una casa en la que se comen sandwiches, de forma compulsiva. Una casa en la que la privacidad no existe, con tanto ventanal, cristal y espacio diáfano.
Perfecta y precisa metáfora de nuestro tiempo: transparencia, pero dentro del encierro. Globalización, pero residiendo en una isla semivacía. Conectividad total, pero desde el aislamiento más absoluto. Y, en medio, mentiras, envidias, conspiraciones, persecuciones, fantasmas, investigaciones, teléfonos que suenan, teléfonos que callan, GPS´s, cinismo, amor, sexo, lujuria…
Cuando se dictó la orden de detención de Polanski, la película ya estaba filmada. La supervisión del montaje, sin embargo, fue llevada por el director desde su encierro en su chalé de Suiza, del que no podía salir. ¿Como evitar el proclamar eso de la vida imita al arte y el arte imita a la vida?
«El escritor» es una película sobresaliente de las que, al terminar, te dejan aplastado contra el asiento, de las que recomiendas con pasión a todo aquel con el que te encuentras, a sabiendas de que no quedará defraudado por un Roman Polanski al que lo ajetreado de su vida personal no hace sino engrandecer una obra compleja, enigmática, variada y siempre atractiva.
Valoración: 8
Lo mejor: El comentadísimo y alabadísimo final. La DGT debería pronunciarse al respecto.
Lo peor: Nada. Sólo una pregunta: ¿por qué el prota le va contando todo a todos, sin distinción de género, edad, filiación, color, raza o nacionalidad?