Hasta hace relativamente poco tiempo, la definición más habitual de la palabra ‘experiencia’ era: “conjunto de conocimientos que se adquieren en la vida o en un período determinado de esta”. Otra que también me gusta: “conocimiento de algo, o habilidad para ello, que se adquiere al haberlo realizado, vivido, sentido o sufrido una o más veces”. Son las dos primeras que me ofrece google y simpatizo con ambas.
Entonces, ¿a santo de qué el titular de esta columna, aborreciendo la experiencia? ¿Un súbito acceso de gerontofobia contra la gente mayor, la que más y mejor experiencia atesora? En absoluto. Lo que empiezo a aborrecer es una derivación de la palabra ‘experiencia’ que yo mismo he usado mil y una veces. Y es que estoy hasta el copetín de la experiencia gastronómica, la experiencia viajera y el turismo de la experiencia.
He reparado en ello, precisamente, al hacer algo tan egocéntrico como leerme a mí mismo. En mi columna de ayer, dedicada a la peregrina idea de poner maquinitas que reproduzcan sonidos u olores en los miradores más vistosos de Granada, utilicé el concepto de ‘experiencia’ con ironía, sarcasmo y mala follá. (Leer AQUÍ)
Que en el siglo XIX, los viajeros románticos sufrieran el atraco simulado de sus diligencias por los bandidos de Sierra Morena, era una experiencia. O sea, una farfollá campestre. Como lo de escuchar el sonido enlatado de un chorlitejo mientras hueles a pachuli en el mirador de la Churra, acompañado de tu churri.
Ahora, todo tiene que ser una experiencia. Suena el teléfono. Me pilla despistado y, aunque no identifico al llamador, contesto la llamada. Se trata de una persona muy amable que me pregunta sobre mi experiencia de usuario como cliente de una compañía telefónica. ¿En serio?
Pongámonos viejunos. Antes, rara vez vivíamos experiencias que pudiéramos catalogar de místicas o religiosas. Hoy, si sales a cenar fuera y no disfrutas de una auténtica experiencia en la mesa, es que tu velada ha sido un asco.
Voy terminando. Espero que la experiencia lectora de esta columna le haya resultado satisfactoria. Iba a escribir ‘enriquecedora’, pero me ha parecido exagerado y presuntuoso. Llegados a este punto, le dejo tranquilo, querido lector. Son cerca de las cinco de la tarde, acabo de terminar de comer y me encamino a disfrutar de una experiencia de íntima y relajante desconexión con la realidad circundante. Que me voy a dormir la siesta, vamos.
Jesús Lens