Hablando sobre “El silencio de los corderos”, preguntaba un espectador por el responsable último de que la película fuera una obra maestra incontestable. ¿A quién habría que atribuirle más mérito? ¿Al director? ¿A los actores? ¿Al guionista que redujo a dos precisas horas de metraje el tochaco escrito por Thomas Harris?
Cuando una película resulta tan bien como “El silencio de los corderos”, el mérito siempre es del conjunto del equipo. Imposible filmar una joya cinematográfica sin el concurso de todos los implicados, sin que todos den lo mejor de sí mismos.
Me acordaba de aquella conversación viendo la exposición que Fundación Telefónica dedica a Hitchcock en Madrid, certeramente titulada “Más allá del suspense”. Que sí. Que es cierto que Hitch fue “El mago del suspense”. Pero que fue mucho más que eso.
Fue, entre otras cosas, el director de un puñado de imperecederas obras maestras del cine… Y de ello hablo en El Rincón Oscuro de hoy, la sección semanal dedicada a la cultura Noir del periódico IDEAL.
La exposición, brillantemente comisariada por Pablo Lorca, es mucho más que una colección de recuerdos de Hitchcock, trascendiendo la mera memorabilia para convertirse en una auténtica y vibrante lección de cine.
Y es que el director británico es un inmejorable maestro de cuyas películas, entrevistas e imágenes se obtienen mil y una enseñanzas, como el mítico libro de conversaciones con Truffaut continúa atestiguando, que no ha perdido vigencia alguna ni siquiera en los tiempos de la digitalización.
Nada más traspasar la entrada a “Hitchcock, más allá del suspense”, construida al modo de un cine de estreno a la vieja usanza, nos topamos con algunas imágenes icónicas, fotogramas de sus más celebradas películas, desde un peinado en forma de remolino al primer plano de un ojo que recuerda al Buñuel de “Un perro andaluz”.
A partir de ahí, toda la exposición está orientada a desentrañar algunos de los secretos del cine de Hitchcock, el cómo y el porqué de algunas de sus películas más celebradas, de “Vértigo” a “El hombre que sabía demasiado”, pasando por “Psicosis” o “Con la muerte en los talones”.
Así, ver la secuencia en que Doris Day canta su mítica canción mientras sentimos cómo, plano a plano, la música asciende por unas escaleras hasta llegar al niño secuestrado que se oculta tras una puerta, o sentir lo muy diferente que resulta la prodigiosa secuencia del asesinato de Janet Leigh en la ducha, dependiendo de si se contempla con o sin la desgarradora música de Bernard Hermann, resulta de lo más ilustrativo.
Y es que, digámoslo ya, Hitchcock fue un maestro, también, a la hora de rodearse de los mejores colaboradores. Lo de Hermann y las bandas sonoras, por ejemplo. ¿Y qué me dicen de los títulos de crédito que le encargaba a Saul Bass, pequeños cortometrajes capaces de contar una historia por sí solos?
Y estaban los espectaculares diseños de producción. Y los trajes, ropas y vestidos. Y la influencia de la arquitectura, tan importante en las tramas de algunas de las películas más conocidas del Maestro. Está el surrealismo de Dalí en “Recuerda” o el fantasmagórico gótico noir de “Rebeca”, la noche en que volvimos a Manderly.
Y están los guionistas y escritores, por supuesto. Y los dibujantes que hacían precisos y preciosos story boards de las secuencias más complejas, de forma que, como siempre sostuvo Hitchcock, él llegaba al primer día de rodaje con la película íntegramente filmada, plano por plano, en su privilegiada cabeza.
Porque Alfred se involucraba en todos y cada uno de los pasos y estadios de los proyectos cinematográficos en que se embarcaba. Por ejemplo, aunque no firmase los guiones, su genio, perseverancia y talento estaban en cada página del libreto.
Nos queda, por supuesto, la promoción de las películas, algo en lo que Hitch fue visionario y precursor, creando una empresa específica para tales menesteres. Y hay que resaltar que la muestra no obvia la complicada relación del director con algunas de sus actrices, como Tippi Hedren. Ver la secuencia del ataque de “Los pájaros” en pantalla grande, sabiendo las condiciones en que fue filmada, rayanas en el sadismo y la tortura, impresiona.
Pero si todas estas razones no son suficientes para animarles a disfrutar de la extraordinaria muestra “Hitchcock, más allá del suspense”, les impelo a ir aunque sea, tan solo, por disfrutar de la instalación del videoartista luxemburgués Jeff Desom, un montaje de 20 minutos en los que el espectador se asoma a todo lo veía James Stewart desde su indiscreta ventana.
Se trata de una espectacular panorámica que concentra todas las ventanas y balcones filmados por Hitchcock en su película, mostrando lo que ocurre tras ellas de forma cronológica, tal y como acontecen en la película.
Un montaje hipnótico en forma de loop, el mejor homenaje posible a uno de los grandes directores de la historia, un cineasta total, absoluto y absolutista que bebió de todas las fuentes posibles para, después, reinterpretarlas a su compleja, turbia y divertida imagen y semejanza.
Jesús Lens