Amaba a Fernando Marías antes incluso de saber quién era Fernando Marías. Le amaba y le admiraba desde que leí ‘El niño de los coroneles’ y, deslumbrado, comprendí que se podía ganar el Nadal con el tipo de novela que a mí me gustaba: moderna, metaliteraria y metacinematográfica, desbordando imaginación y conocimiento de la historia para fabular con ella.
¡Quién me iba a decir entonces que Fernando Marías terminaría siendo uno de mis mejores amigos, persona capital en mi vida, maestro, cómplice y guía en tantas y tantas aventuras! Si leen ustedes todo lo que se está escribiendo de un autor esencial de la literatura española de las últimas décadas, verán que su obra es necesaria e imperecedera. Pero yo quiero destacar su faceta de catalizador y agitador cultural, la de creador de proyectos que nos electrizan, activan y conectan.
Las ideas de Fernando Marías eran generosas y participativas, integradoras y comprometidas. Involucraban a decenas de personas y fructificaban en libros que tenían vida propia, larga y fecunda. Cuentos y relatos que saltaban del papel a las mesas de los festivales, a los escenarios de los teatros, a los micrófonos de la radio, a las paredes de museos y galerías, a las barras de los bares, cafés, clubes y garitos. Desde que escribió ‘Esta noche moriré’, Fernando se reinventaba todos y cada uno de los días.
Conversar con Fernando era vibrar y trascender el aquí y el ahora para habitar en una realidad paralela hecha de western y noir, de aventuras y viajes sin fin. De centauros del desierto y grupos salvajes, padrinos, gángsteres, barcos y piratas. En la pasada edición de Granada Noir le encontré cansado. Su mirada limpia y su sonrisa cómplice eran las mismas, eso sí. Y su entusiasmo. Quiso la casualidad que, la primera noche, ambos nos presentáramos a cenar vistiendo una camiseta de Pulp Fiction. Nuestra vida está hecha de detalles tan tontos, tan reveladores.
Llevo con orgullo ser Hijo de Mary Shelley, como ser hijo de Maria Julia y Jesús. El sábado, en BCNegra, hablaba de la fuerza del destino con Carlos Bassas, convocados por Carlos Zanón en torno a la figura del Edipo de Sófocles. A Fernando le habría encantado esa mesa. ¿Llegó a ver la exposición de Kubrick? Nunca hablamos de Kubrick, por cierto. Al menos, no en profundidad. Siempre presentó mis libros, desde aquel remoto y maravilloso ‘Hasta donde el cine nos lleve’, escrito a cuatro manos con mi querido Fran J. Ortiz; presentado en la librería Estudio en escarlata. Y escribió los prólogos de los siguientes aunque había jurado no hacerlo nunca más. Siempre excesivo y generoso. Siempre amigo.
Aunque ya estaba malito, seguíamos tramando sin descanso: hay que celebrar el centenario de Arthur Penn y proyectar ‘Bonnie and Clyde’ en pantalla grande, para disfrutar de la esplendorosa Faye Dunaway. Releo sus wasaps, recordándome los aniversarios de ‘Deliverance’ y ‘La huída’. Y, por supuesto, de ‘El Padrino’. Sus guiones, sus adaptaciones para el teatro, sus proyectos para el público infantil y juvenil…
Dicen que ha muerto Fernando Marías, pero no es cierto: Fernando Marías, I Viajero en el Tiempo de Gravite, estará siempre ahí, acompañándonos en todo lo que hagamos. Buen viaje, maestro, cómplice y amigo.
Jesús Lens