– En dos palabras: soy rico.
– Pero no sabroso – le dijo ella, dejándole con la palabra en la boca.
Jesús Lens
El Twitter y sus 140 caracteres son un estímulo fantástico para trabajar la ficción súbita, los nanorrelatos, los aforismos y otras perlas de la contención dialéctica.
En estas semanas estoy enfrascado en tres secciones propias de la distancia que me resultan especialmente atractivas. Una está compuesta por los «No es lo mismo…», en los que me gusta jugar con la fonética y el doble sentido de las palabras. La segunda sección son los Diálocos, que no requieren presentación.
Y, ahora, sumo los «Cuánto daño ha hecho…» Así, la semana pasada se organizaba en el Facebook un animado debate en torno a «Cuánto daño ha hecho el concepto «Gratis» a la cultura».
Hoy lunes vamos con este otro: «Cuánto daño ha hecho la cámara lenta a la narración cinematográfica».
¡Viva la economía gramatical!
Jesús Lens
– ¿Sí?
–
– ¿Oye? ¿Antonio? ¿Eres tú?
– No. No soy yo.
– Antonio, ¿eres gilipollas o estás otra vez borracho? ¿Cómo que no eres tú?
– ¡Que no soy yo! Es decir, que sí. Que soy yo. Pero que no he sido yo quién te ha llamado.
– ¿No? ¿Y entonces, a qué debo el placer de esta surrealista conversación?
– A Siri.
– ¿A quién?
– A Siri. Mi asistente.
– ¿Qué asistente ni qué ocho cuartos, si la última vez que nos vimos me dijiste que te habías quedado sin trabajo y que prácticamente no tenías ni donde caerte muerto?
– Siri es la jodida asistente virtual del iPhone.
– Mira Antonio, no sé si echarme a reír o llamar a los loqueros para que te internen. ¿Qué pasa, que ahora tienes a una App haciéndote el trabajo sucio?
– ¡Ana, te juro que yo no quería llamarte! Pero Siri ha marcado tu número, motu propio. ¡Y mira que le he insistido en que no lo hiciera, bajo ningún concepto! Hasta he intentado quitar la batería del teléfono antes de que contestaras.
– ¿Y por qué esa negativa tan rotunda a llamarme?
– ¿Cómo?
– Sí. Que a santo de qué ese no querer hablar conmigo, ni por lo civil ni por lo criminal…
– Lo sabes. Y lo zanjamos en su momento. Porque no tengo nada que ofrecerte.
– Perdona, pero lo zanjaste tú solito. Que a mí no me dejaste ni opinar.
– Porque…
– ¿Lo ves? Ya estás otra vez interrumpiéndome.
– Lo siento. Pero es que si entonces estaba la cosa mal, ahora está peor. De hecho, no debería tener saldo y no sé cómo estoy hablando contigo. Mejor lo dejamos aquí…
– ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? Un minuto. Treinta segundos nada más. ¿Serás capaz de escucharme medio minuto sin interrumpirme?
– Sí.
– ¿Lo prometes?
– Prometido.
– Me acaba de tocar la lotería. Y no. No es un pellizco, una pedrea o una miseria por el estilo. Antonio, me han caído una morterada de millones. Y estoy acojonada. Paralizada. No sabía qué hacer ni a quién acudir. No sé cómo se habrá enterado la Siri ésa, pero su llamada, es decir, tu llamada; ha resultado providencial. Así que déjate de lloriquear y ven a buscarme, a ver cómo hacemos para no cagarla esta vez. ¿Vale, asesor financiero que acaba de salir del paro?
Jesús Lens
Ese momento en que, tras haber pasado una noche con los amigos, hablando de lo divino y lo humano, comentando los temas de actualidad, -“arreglando el mundo” que se dice- y debatiendo acaloradamente, con la tranquilidad de estar entre gente de confianza con la que se puede hablar con total libertad, sin necesidad de ser políticamente correcto y de andarse con paños calientes; entras en el ascensor que te sube a casa y te encuentras con la mirada de un tipo que, desde el espejo y muy serio, te espeta:
– ¿De verdad? ¿De verdad eres tú? ¿Estás seguro de quién coño eres? ¿Eres consciente de en lo que te has convertido?
Y te lo pregunta tan serio y con una cara de mala leche de tal calibre que no tienes más remedio que apartar la mirada y volver los ojos, avergonzado, hacia tus zapatos, rogando en silencio para que el ascensor llegue a tu piso lo más rápido posible…
Jesús Lens
En Twitter: @Jesus_Lens
– Entonces, ¿lo ves posible?
– Por un precio, colega. Siempre por un precio…
– ¿Qué precio?
– Joder, hermano. Teniendo en cuenta lo que tú vas ganar, cincuenta mil me parece justo.
– ¿Cincuenta? ¿Nada más? ¡Hombre, ya puestos, que sean cien mil! ¡Qué menos!
– Cuarenta.
– Diez.
– ¡Anda y vete a cagar! Por esa pasta no es solo que no movería un dedo. Es que no haría ni por pensar en moverlo.
– Mira, no tengo toda la noche. Y nunca me ha gustado el regateo. Veinte mil. Última oferta. Lo tomas o lo dejas.
– Gastos aparte.
– Gastos aparte. ¿Cuándo estará hecho?
– Si todo sale bien, a fin de mes.
– Un trabajo limpio, doy por supuesto. Sin líos, complicaciones o efectos colaterales…
– Eso, Bro, ni se pregunta.
El ejecutivo y el macarra sellaron el pacto por el viejo rito de darse la mano aunque, la verdad sea dicha, ninguno confiaba excesivamente en el otro.
Se volvieron a encontrar, tal y como acordaron, a primeros del mes siguiente. En el mismo bar. En la misma mesa.
– ¿Todo arreglado?
– ¿Por quién coño me tomas? ¿Por uno de esos niñatos con los que estás acostumbrado a trabajar?
– ¡Cierra el pico de una puta vez! Solo quiero verlo con mis propios ojos.
En silencio, el ejecutivo abrió su cartera de cuero y sacó la escritura de la casa que le había conseguido al macarra, en subasta judicial, tras haber movido unos hilos y tocado las teclas precisas para que el juzgado y la policía lanzaran al legítimo propietario, que había acumulado algunos impagos.
El ejecutivo, enchaquetado y encorbatado, también sacó un puñado de llaves y las arrojó sobre mesa, junto al caos de papeles que había ido desplegando.
– Toda tuya. Las cerraduras están cambiadas. Nuevas. Puertas blindadas. De las alarmas te encargas tú.
Las carcajadas del macarra, vestido para la ocasión con una sudadera y un medallón de oro macizo, hicieron enmudecer al resto de parroquianos. Era una de esas risas desmesuradas, de las que salpican. Como si estuviera lloviendo saliva. Y es que no podía parar de reír, pensando en la cara que pondría el payaso de su vecino, aquel pijo de mierda, cuando se enterara de quién se había quedado con su casa. ¡Con la de veces que el muy mamón había llamado a los municipales, quejándose por el jaleo que montaban sus jóvenes camellos cuando daba una de sus habituales fiestas!
Jesús Lens
Este relato es una nueva libre interpretación de uno de los Garabatos Digitales de Colin Bertholet. En este enlace y en este otro tenéis otras de esas improvisaciones.
¡Seguimos!