Lo que ha pasado con la última temporada de ‘Juego de tronos’ es buena prueba del grado de supina imbecilidad al que nos conducen la proliferación de la autoayuda, las pseudoterapias de crecimiento interior y otras mandangas por el estilo.
¿Cuántos miles de personas habrán firmado ya para que la HBO rehaga los últimos capítulos de la serie más influyente de los últimos años? Y todo porque, angelitos… ¡no les gusta la deriva que ha tomado! Como no están conformes, como cada capítulo ha ido incrementando su nivel de frustración, como no les basta con descargar su ira/pena en las redes sociales… ¡exigen que la productora deshaga lo que, para ellos, es un error!
Es lo que tiene la autoayuda: empacha, empalaga y hacer perder la perspectiva. Hay gente tan cándida que está convencida de que basta con desear algo con mucha intensidad para conseguirlo. Gente que ve un vídeo donde la cría de un herbívoro sale bien parada del ataque de los leones y se piensa que la sabana es una película de Disney.
Gente que parece pincharse en vena remontadas imposibles de la historia del deporte o biografías de personas que, con todas las papeletas en contra, escalaron hasta lo más alto de la pirámide social. Gente que construye un mundo de fantasía en torno al éxito de los demás, como si fuera felizmente contagioso.
No quiero caer en el derrotismo ni la pesadumbre, pero tengo la sensación de que nuestra sociedad está cada vez más infantilizada. ¿Será culpa de los smartphones, que nos crean la falsa ilusión de tener el mundo entero a nuestro alcance, concentrado en la palma de la mano?
Está muy bien tener una actitud positiva en la vida, ser optimistas y encarar el futuro con alegría. Pero de ahí a pensar que nuestros deseos son órdenes, media el abismo de Helm. Y si no, haga la prueba: relájese, concéntrese, visualice seis números del 1 al 49, eche una primitiva, desee con todas sus fuerzas que le toque, ponga en marcha todos los mecanismos posibles para que el Universo conspire a su favor, prometa dedicar el 90% del premio a la causa de los más desfavorecidos… y ya nos cuenta cómo le va.
Jesús Lens