FLAMENCO, FLAMENCO

A veces veo dos películas, de cine, en la misma tarde. Me gusta, de vez en cuando, hacer programa doble y, nada más salir del cine, volver a entrar para ver un segundo filme. A veces, como el pasado domingo, hasta en la misma sala.

La primera fue “Flamenco, flamenco”, de Carlos Saura. Reconozco que le tengo la pista perdida a este director y que no había visto ninguna de sus anteriores musicales. Pero Carlos Boyero habló bien de esta última y, bueno, estamos muy flamencos últimamente, sin parar de escuchar el “Piano ibérico” de Chano Domínguez. Así que, allá que me fui.

Y me gustó. Me gustó mucho. Sobre todo, por la estética. La película se abre con la cámara penetrando en un espacio cerrado, pero muy amplio. Diáfano. Lleno de tapices y reproducciones de grandes cuadros, raciales, de Romero de Torres y alrededores. Y de paisajes. De vivos colores. Lo mismo atardeceres que tormentas, amaneceres, noches y crepúsculos.

Frente a ellos van desfilando los mejores artistas del flamenco del momento, de Miguel Poveda a José Mercé, pasando por Niña Pastori, Diego Amador, Manolo Sanlúcar, Tomatito o Estrella Morente. Y, al final, por supuesto, Paco de Lucía. Y cada uno hace una canción, repasando diversos palos del flamenco que incluyen una saeta y una marcha procesional que pone el vello de punta.

Y si la música responde, evidentemente y por supuesto, a las expectativas de un proyecto descomunal, las imágenes están a la altura de lo exigible, a través de una preciosista filmación en la que la fotografía de Vitorio Storaro reluce con luz propia.

Para cada interpretación se diseña no sólo una coreografía, cuando el baile lo exige, sino una escenografía específica, recreando ambientes y simulando paisajes tan bellamente filmados que conmueven. Vaya si conmueven. Esos pianos de cola, enfrentados, simétricos, sin sus tapas, dejando al aire sus intimidades. El yunque. La lluvia. O ese círculo de cantaores, percusionando con los dedos sobre una mesa de café, rodeados de carteles de películas protagonizadas por famosas copleras.

No hay historia, claro. Ni trama. Ni guión. Hay un conjunto de cuadros, flamencos, que componen un singular espectáculo de luz y sonido, pintura y música que se retroalimentan mutuamente para terminar de componer una película redonda, una obra maestra en su género que no barrerá en taquilla, pero que deja un inolvidable caudal de sensaciones en cualquier espectador desprejuiciado que no tenga empacho en ver otro tipo de cine. Un cine en que no hay separación entre la música, la escenografía, la composición y la interpretación.

La segunda película que vi, en la misma Sala 4 de Multicines Centro, tampoco fue una película convencional. Pero de “Copia certificada”, de Abbas Kiarostami, ya hablamos otro día, que al final me enrollé como una persiana con “Flamenco, flamenco”. Y eso que pensaba que no iba a saber qué decir. En fin.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

NIÑO JOSELE

Anoche estuvimos en el teatro Alhambra, disfrutando del portentoso concierto de Niño Josele en la serie Flamenco viene del Sur.

 

Aprovecho para rescatar estas notas, escritas muchos meses ha, sobre un disco que me sigue entusiasmando: «Paz». Además, aqui podéis escuchar alguna de su música pacífica.

 

Hace unos días hablábamos del contradictorio reencuentro entre Tomatito y Michel Camilo, que se saldó con una buena discusión acerca de los méritos y logros de una fusión tan complicada como la de la guitarra y el piano.

 

Por cierto que ya se anuncia para noviembre (ahí es nada) la presencia de Camilo y Tomatito en Jaén.

 

El caso es que apenas unos días después del «Spain again» le hemos echado mano a otro ¿experimento? musical, protagonizado por una guitarra y un piano. Resulta que, según se cuenta en el indispensable folleto que acompaña al disco (algo que los usuarios del Manta y la Mula nunca ponderan suficientemente a la hora de ejercer la bucanería musical) tras la llegada de Jerry García a España y gracias al acercamiento que jazz y flamenco hicieron durante las madrugadas madrileñas del Café Central, el Niño Josele, uno de esos jóvenes prodigiosos de larga vista y amplios horizontes, comenzó a enamorarse de los acordes y las notas del pianista Bill Evans, hasta el punto de atreverse a reinterpretarlas… con su guitarra.

 

El resultado, excitante, caliente, cadencioso e íntimo ya lo tenemos en forma de disco: «Paz», subtitulado como «Cartas de amor de Niño Josele a Bill Evans», producido por esa factoría musical en que se ha transformado el binomio Fernando Trueba & Javier Limón.

 

Con el diseño gráfico del estudio Mariscal y todo el excelente marketing que Trueba y Limón saben poner en marcha, este «Paz», como el propio «Calle 54» o «Lágrimas negras» es un magnífico disco para quiénes, como yo, tenemos una cultura musical trasversal, gustándonos de picotear en diversos géneros, sin profundizar en exceso, disfrutando con las mezclas y los mestizajes más aparentemente extraños y contradictorios, mestizajes que incluyen guitarras y pianos, jazz y flamenco, música de la tierra y de las pistas de baile, imágenes, estáticas y en movimiento, con sonidos y palabras… en todo lo que Trueba y Limón se han convertido en auténticos maestros.

 

A mí, cada día me gusta más el jazz y cada día disfruto más con la World Music y, por eso, un disco como el del Niño Josele me parece un regalo para los oídos. Aún no sé qué es el jazz, me falta ir a sus orígenes y beber de las fuentes. Pero sigo funcionando a base de impulsos. En cuanto a flamenco… pez. Me gusta Morente, precisamente, por su capacidad de trasgresión, su osadía y su desparpajo. Pero, de flamenco, poco más.

 

Y aquí estoy, de madrugada, bien temprano, escuchando un disco de jazz clásico interpretado por un joven prodigio de la guitarra flamenca, dejándome llevar por la sosegada batería de Horacio «el Negro» Hernández, al que conozco por sus desmelenes con el Michel Camilo más latin, dejándome mecer por el íntimo susurrar de la trompeta ensordinada de Jerry González… aprendiendo, disfrutando, escuchando, soñando, durmiendo, despertando, imaginando, describiendo… en paz.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.