Hace unos meses, la ciudad de Detroit se declaró en quiebra. Literal y legalmente. El desmantelamiento de la industria del automóvil convirtió en inviable una ciudad muchos de cuyos barrios ofrecen un aspecto fantasmal y abandonado.
Más allá de lo que ello puede suponer desde un punto de vista artístico y/o creativo, desde el punto de vista de la inspiración, y de la venta o no de los tesoros artísticos atesorados a lo largo de la historia; me encuentro con esta noticia:
El gobernador de Michigan, el republicano Rick Snyder, anunciaba hace unos días su intención de solicitar medidas excepcionales al Gobierno federal para la concesión de unos 50.000 visados a extranjeros que ayuden a recomponer la maltrecha economía de la ciudad de Detroit.
El perfil de inmigrantes que se demandan no es genérico. Se trata de atraer una pléyade de ingenieros, tecnólogos, eco emprendedores, profesionales de la salud, académicos e investigadores, innovadores, creativos o artistas, en lo que Richard Florida definió a fines de los noventa como las clases creativas en su escrito The rise of the creative class, cities and the creative class, donde teoriza sobre la influencia de esta especial fuerza de trabajo para la regeneración urbana y el desarrollo económico.
Richard Florida ha sido para mí una constante fuente de inspiración y esta noticia hace que Detroit vuelva a estar en mi particular foco de atención. Como Chicago o Los Ángeles, sin ir más lejos.
Aquí, cada loco con su tema.
Jesús Lens